Crítica: "Oldboy", versión desnaturalizada
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Por Alejandro Chacón
Es difícil asistir a la proyección de un remake de una película de culto y no pararse a reflexionar sobre cuestiones tan evidentes como si la historia es la misma, si se ha conservado el mismo enfoque y si los resultados son igual de satisfactorios. Todas esas preguntas debió hacérselas el director Spike Lee cuando se decidió a embarcarse en una tarea que debe provocar escalofríos: hacer el remake estadounidense del film coreano "Oldboy" (2003). O lo que es lo mismo, adaptar un material tan bien realizado y tan ambiguo para una audiencia acostumbrada a un cine que requiere menos esfuerzo por parte del espectador.
Este nuevo “Oldboy” (2013) decide copiar el esquema de su predecesor pero prescindiendo de la ambigüedad, lo que hace que la película se resienta enormemente. Como se puede ver en los créditos de apertura, el trabajo previó en el que se inspira este remake es la cinta coreana, dejando de lado el manga en el que a su vez se basaba Park Chan-wook.
Por tanto, asistimos a una reproducción muy parecida del guion de la historia original. Las variaciones apenas son notables y no molestan. El problema radica en que aquellos que vieron la primera versión no van a encontrar ningún atisbo de sorpresa en esta y los nuevos espectadores quizá se sorprendan con sus giros de guion pero está claro que Spike Lee no es Park Chan-wook.
Mientras el director coreano nos narraba una cruel historia de venganza, Lee parece ofrecernos un clásico thriller made in Hollywood. Si tras la proyección de la película original el espectador salía con una sensación de desasosiego, abrumado por haber asistido a una pesadilla e identificándose totalmente con el protagonista, en esta saldrá satisfecho por haber asistido a un digno entretenimiento con las dosis justas de intriga y sorpresa. La simbología de Chan-wook, su poesía y su melancólica puesta en escena no se ven por ninguna parte en esta nueva versión.
Los responsables de este remake parecen no haber entendido el material que adaptaban. Para ellos crudeza es igual a violencia explicita y “gore”, algo que tenía su predecesora, pero que no era la herramienta por la cual el espectador acababa entregado. Aquí el humor queda casi enterrado y en los pocos momentos en los que aflora no termina de convencer; Josh Brolin no está cómodo con el personaje y en los momentos de locura y borrachera recurre a la imitación de Min-sik Choi. Cuando el protagonista parece encontrar el camino a seguir es cuando Brolin nos muestra de lo que es capaz. El resto de actores cumple sin más. Samuel L. Jackson no se esfuerza demasiado en un papel que tampoco se lo exige. Sharlto Cooper nos regala un villano bastante amanerado que se afana tanto en resultar despiadado que en algunos momentos deja de ser creíble. La mejor parada es Elisabeth Olsen, quizá el papel más serio de todos los personajes, capaz de crear empatía con el espectador y que la joven actriz asume perfectamente.
La intensidad que pretende generar la cinta, arropada por la música del español Roque Baños tampoco convence. El compositor nos muestra una partitura que nos remite a una película de acción, obviando la intriga que demandaba la historia. Los colores saturados y algunas notas de color nos recuerdan a la estética manga y se agradecen. Mención especial para el look de Samuel L. Jackson, el paraguas amarillo, o los actores asiáticos; pero cuesta ubicarlos dentro de universo occidental donde no se explica de dónde salen dichos personajes.
Con todo, no se puede decir que estemos ante una mala película pero si una que no será recordada. Aquellos espectadores que se enfrenten a la historia por primera vez se sorprenderán por lo que cuenta pero no por cómo lo hace. Si el cine se concibe como entretenimiento Spike Lee lo ha conseguido. Si se busca algo más habrá que remitirse a Park Chan-wook.