Crítica: "El Hobbit: La desolación de Smaug", el retorno del Rey

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'El Hobbit: La desolación de Smaug'


Por Iván Kazi

Resulta innecesario afirmar que Peter Jackson siempre caerá preso de las comparaciones. Aunque, en realidad, el neozelandés parece no contemplar ese tipo de asociaciones. Después de todo la remake que decidió confeccionar en el 2005 no fue adaptada de una pieza particularmente intrascendente. Pero esta vez corría el gran riesgo ante el cual sucumbieron muchos grandes directores que son expuestos al éxito y terminan recluidos en sus propias esferas de gloria y se vuelven aburridos, muy aburridos, e intolerablemente autorreferenciales. Pero Jackson prevalece y "El Hobbit: La desolación de Smaug / The Hobbit: The Desolation of Smaug" (2013) es una gran película.

Los enanos, el hobbit, y Gandalf continúan su travesía hacia la montaña solitaria. A las viejas adversidades, las aberraciones fantásticas y la persecución incansable de Azog el trasgo, se suma la aparición de un nuevo enemigo que articula todo desde las sombras: El Nigromante (Benedict Cumberbatch).

La historia es cíclica y el fenómeno de la primera saga, "El Señor de los Anillos" parece volver a repetirse. La primera entrega, "El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo" (2001) no terminó de convencer a mucha gente. Las primeras partes siempre cuentan con ese carácter introductorio, poco conclusivo, en donde la prioridad está en cubrir las formalidades más elementales. Tanto "El Señor de los Anillos" como "El Hobbit" fueron pensadas en formato de trilogía. En la distribución de los conflictos y las tensiones fueron estrictamente respetadas las diferentes funciones de las instancias narrativas. Cada una cumple un objetivo y tiene una utilidad específica. "El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey" (2003) es la mejor de todas. ¿Pero puede atribuírsele el mayor mérito cinematográfico? Quizá sea simplemente la conclusión anhelada de una saga de proporciones astronómicas. Y quizá nunca hubiese funcionado sin la preparación preliminar de las películas anteriores. Sin esa perfecta orquestación de Peter Jackson. Sin esa admirable proyección estratégica.

En esta nueva saga eso es lo que viene sucediendo. La primera fue sólida pero careció de mucha espectacularidad. Esta segunda parta lo compensa y termina excediendo ampliamente a su antecesora. Muchos en comparación encontrarán a "El Hobbit" aburrida o prescindible. Aburrida no es. Lo que pasa es que hay mucho menos en juego. Y es que en "El Señor de los Anillos" pasan tantas cosas simultáneamente que es difícil no sumergirse en el entusiasmo y entregarse ante tantas manifestaciones de lo épico. La superación del débil, resignar el paraíso por un propósito noble, la lealtad, la traición, la redención del humano, el coraje del Hobbit, el sacrificio del Elfo, una inmortalidad tediosa o una mortalidad intensa, la alienación de la codicia, la voluntad de supervivencia, el amor al prójimo.

Prescindible puede ser. Es que, en rigor, parece no sumar nada a la historia de la epopeya emprendida por la comunidad del anillo. El gran error está en depositarle tanta presión a una historia que ni siquiera narra un paralelismo o hecha luz sobre una posible bifurcación. Esto es anterior. Es precuela. Tiene su propia autonomía, aunque va entrelazándose cada vez más. Jackson se mantuvo fiel a la historia, efectuó una jugada osada y ofreció atisbos y conexiones estrechas con la historia del resurgimiento de Sauron y la destrucción frustrada de la tierra media.

¿Algún desliz? Bueno, uno puede observar que la excesiva digitalización de las criaturas fantásticas de alguna forman reducen el impacto que producían los orcos de "El Señor de los Anillos". Pero no es difícil deducir que se trata de una decisión deliberada que responde a la naturaleza ingenua de la historia de "El Hobbit".

El esquema tradicional de Introducción-Nudo-Desenlace se conserva con rigor. Este vendría a ser el nudo. Y, por el amor de Isildur, qué manera de anudar.