Inside the Oscars
- por © Elio Castro-NOTICINE.com
Piensen en una mezcla de circo, feria de pueblo y una boda hortera y se acercarán bastante al ambiente que se vive el día de los Oscars. Comencemos por decir que en Los ángeles hay muy pocos carteles que anuncien el evento. Solo algunas pancartas colgadas de farolas en Beverly Hills informan que nos encontramos ante la fiesta anual del cine americano. Eso sí, al lado de los recintos donde se va celebrar la gala, ya sea el Shrine Auditórium o el Dorothy Chandler hay un revuelo de camiones, cables y gente guardando cola, algunos con sillas plegables, hornillos, otros con sacos de dormir que nos indican que ahí pasa algo gordo. Normalmente agentes de seguridad privada, lo habitual es que sea la agencia Pinkerton, se encarga de velar por el buen orden de la zona. Si alguien se desmadra, ¡no problem!, se llama a la policía, se detiene a los alborotadores y a otra cosa, mariposa. Este año toca nuevamente en el Shrine que es una especie de tarta de nata, coronada por cuatro torres con copulillas, completamente horrenda pero que tiene como ventaja el tener un aforo mayor.
En la entrada se forma una especie de “L” flanqueada por gradas. Es la famosa alfombra roja. Una o dos de las gradas están reservadas al público, esos pobres que han estado varios días esperando días y días para ver a las estrellas, el resto es para la prensa, sobre todo la televisión. Cada televisión, cada periodista, tiene su lugar asignado y de vez en cuando algún tipo o tipa de la organización se pasa controlando las acreditaciones para ver si estás en tu lugar correcto. Yo en una de las ceremonias, en concreto el año que ganó Braveheart, me encontraba sospechosamente en un lugar que no me correspondía. Uno de esos sabuesos me lo hizo notar. Yo le contesté que estaba trabajando y que solo iba a ser cuestión de un minuto. El me respondió que tenía dos opciones: una marcharme, otra quedarme sin acreditación con lo cual llamaba a la seguridad para que me desalojaran. ¿Adivinan qué hice?.
Hay que decir a todo esto que te sientes un poco imbécil, con perdón, porque vas vestido de marciano, con un smoking negro rematado por una pajarita absurda que has alquilado para la ocasión y es que ese traje es obligatorio para todos los que acuden a la ceremonia. Los periodistas estamos recluidos en una sala de prensa, cada uno sentado en un pequeña espacio de una mesa en donde podemos conectar a duras penas nuestro ordenador o nuestros aparatos de radio. La ceremonia la mal vemos por unos monitores. Luego, a medida que se van entregando los premios, los ganadores van desfilando ante nosotros, se suben a un estrado y contestan a las preguntas que les hacemos. Si quieres preguntar algo no tienes mas que levantar un cartelito y un maestro de ceremonias, si te ve, te cede la palabra. No te puedes levantar de la silla, salvo para ir al baño o ir a coger algo de comida de un pequeño self service que habilitan. Todo, como ven, es muy civilizado aunque poco glamuroso. Y es que, ¿qué quieren que les diga?, ya que has cruzado medio mundo, al menos esperas que Hollywood sea Hollywood, pero no. Está visto que los oscars son como el Halcón maltés, están hechos del material con que se forjan los sueños. Quizá por eso me gustan tanto.
En la entrada se forma una especie de “L” flanqueada por gradas. Es la famosa alfombra roja. Una o dos de las gradas están reservadas al público, esos pobres que han estado varios días esperando días y días para ver a las estrellas, el resto es para la prensa, sobre todo la televisión. Cada televisión, cada periodista, tiene su lugar asignado y de vez en cuando algún tipo o tipa de la organización se pasa controlando las acreditaciones para ver si estás en tu lugar correcto. Yo en una de las ceremonias, en concreto el año que ganó Braveheart, me encontraba sospechosamente en un lugar que no me correspondía. Uno de esos sabuesos me lo hizo notar. Yo le contesté que estaba trabajando y que solo iba a ser cuestión de un minuto. El me respondió que tenía dos opciones: una marcharme, otra quedarme sin acreditación con lo cual llamaba a la seguridad para que me desalojaran. ¿Adivinan qué hice?.
Hay que decir a todo esto que te sientes un poco imbécil, con perdón, porque vas vestido de marciano, con un smoking negro rematado por una pajarita absurda que has alquilado para la ocasión y es que ese traje es obligatorio para todos los que acuden a la ceremonia. Los periodistas estamos recluidos en una sala de prensa, cada uno sentado en un pequeña espacio de una mesa en donde podemos conectar a duras penas nuestro ordenador o nuestros aparatos de radio. La ceremonia la mal vemos por unos monitores. Luego, a medida que se van entregando los premios, los ganadores van desfilando ante nosotros, se suben a un estrado y contestan a las preguntas que les hacemos. Si quieres preguntar algo no tienes mas que levantar un cartelito y un maestro de ceremonias, si te ve, te cede la palabra. No te puedes levantar de la silla, salvo para ir al baño o ir a coger algo de comida de un pequeño self service que habilitan. Todo, como ven, es muy civilizado aunque poco glamuroso. Y es que, ¿qué quieren que les diga?, ya que has cruzado medio mundo, al menos esperas que Hollywood sea Hollywood, pero no. Está visto que los oscars son como el Halcón maltés, están hechos del material con que se forjan los sueños. Quizá por eso me gustan tanto.