Colaboración: John Huston, el cineasta al que le aterraba el aburrimiento
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Por Hugo Lara Chávez
A John Huston, del que esta semana celebraremos un nuevo aniversario de su fallecimiento, le gustaba la variedad y confesaba que el aburrimiento era una sensación que le aterraba. Quizá por estas dos razones, este prolífico cineasta haya logrado una filmografía tan diversa como vigorosa, a pesar de lo disparejo que resultan algunas de sus películas. La suya, no obstante, es una obra de una imaginación auténtica y honesta.
John Marcellus Huston nació en Missouri el 5 de agosto de 1905 y falleció en Rhode Island el 28 de agosto de 1987. Fue hijo del actor Walter Huston y de la periodista Rhea Gore. Durante su adolescencia, una enfermedad lo mantuvo una larga temporada en cama, durante la cual se dedicó a la lectura, que convertiría en una de sus mayores pasiones hasta el final de su vida. Pudo sobreponerse gracia a su entusiasmo y enjundia, características que, en el futuro, seguiría demostrando tanto en su vida íntima como en su carrera profesional.
Su gusto por la literatura le permitiría convertirse en un excelente adaptador y guionista, además de que, como realizador, frecuentemente recurriría a sus novelas u obras favoritas para llevarlas a la pantalla, desde el "El halcón maltés", de Hammett, hasta "Los Muertos" (1987), de Joyce; pasando por "El tesoro de la sierra madre"(1948), de Traven; "Moby Dick" (1956), de Melville, "El hombre que pudo reinar / El hombre que sería rey" (1975), de Kipling, o "La noche de la iguana", de Tennessee Williams, y "Bajo el volcán" (1984), de Lowry, ambas rodadas en México, entre otras.
Antes de llegar al cine, probó suerte como boxeador, periodista, soldado de caballería —acuartelado en México, por cierto—, dibujante, actor teatral y escritor. Gracias a unos relatos publicados, pudo introducirse en el mundillo hollywoodiense, inicialmente como actor y, a partir de 1931, como guionista y adaptador. Durante el resto de su trayectoria, se desenvolvió en esta actividad paralelamente a la de actor y realizador, faceta que inició en 1941, con "El halcón maltés". Basada en la novela homónima de Dashiell Hammett, "El halcón maltés" se convirtió con el tiempo en una obra maestra de las películas policiacas.
Las películas y los personajes de Huston tienen signos que los hace semejantes: la expresión del ser humano ante sus conflictos morales ("La reina africana", "Los muertos"), las criaturas que transitan de la fortuna al fracaso ("El hombre que sería rey"); la frustación ("Vidas rebeldes / Los inadaptados / The misfits", "Reflejos en un ojo dorado") y la mala suerte como demonios al acecho ("El honor de la familia Prizzi").
Esas preocupaciones revisadas con la lente personal de su sensibilidad y su talento, logran manifestarse con una emotiva intensidad que suele construir una sólida comunión con el espectador. La colección de personajes "derrotados" que animan una buena cantidad de sus películas —las mejores, en efecto— muestran las complejas dudas existenciales que crepitaban en el interior de este tozudo cineasta, cuyo humor y desenfado le eran útiles para encubrir asuntos que en el fondo pueden perturbar a cualquiera. Esos dilemas constantes se encuentran tan bien construidos, por ejemplo, en su última película que es una obra maestra, "Los muertos". En ésta se sienten tan cercanos que no es posible abstraerse de la melancolía que abruma a los personajes.
John Huston ha permanecido casi siempre en la antesala del Olimpo cinematográfico, impedido injustamente de sentarse al lado de los genios más rutilantes del séptimo arte. No obstante, para muchos de sus seguidores, esta situación resulta inmerecida. En este sentido, tendría mucho peso lo que alguna vez escribió Javier González Rubio a propósito de este cineasta: "A fin de cuentas, no se tiene por qué admirar sólo a los genios indiscutibles, sino también a aquéllos creadores con quienes se logra una mayor, una más clara identificación; a aquéllos que son para uno, ante todo, espíritus afines".
A John Huston, del que esta semana celebraremos un nuevo aniversario de su fallecimiento, le gustaba la variedad y confesaba que el aburrimiento era una sensación que le aterraba. Quizá por estas dos razones, este prolífico cineasta haya logrado una filmografía tan diversa como vigorosa, a pesar de lo disparejo que resultan algunas de sus películas. La suya, no obstante, es una obra de una imaginación auténtica y honesta.
John Marcellus Huston nació en Missouri el 5 de agosto de 1905 y falleció en Rhode Island el 28 de agosto de 1987. Fue hijo del actor Walter Huston y de la periodista Rhea Gore. Durante su adolescencia, una enfermedad lo mantuvo una larga temporada en cama, durante la cual se dedicó a la lectura, que convertiría en una de sus mayores pasiones hasta el final de su vida. Pudo sobreponerse gracia a su entusiasmo y enjundia, características que, en el futuro, seguiría demostrando tanto en su vida íntima como en su carrera profesional.
Su gusto por la literatura le permitiría convertirse en un excelente adaptador y guionista, además de que, como realizador, frecuentemente recurriría a sus novelas u obras favoritas para llevarlas a la pantalla, desde el "El halcón maltés", de Hammett, hasta "Los Muertos" (1987), de Joyce; pasando por "El tesoro de la sierra madre"(1948), de Traven; "Moby Dick" (1956), de Melville, "El hombre que pudo reinar / El hombre que sería rey" (1975), de Kipling, o "La noche de la iguana", de Tennessee Williams, y "Bajo el volcán" (1984), de Lowry, ambas rodadas en México, entre otras.
Antes de llegar al cine, probó suerte como boxeador, periodista, soldado de caballería —acuartelado en México, por cierto—, dibujante, actor teatral y escritor. Gracias a unos relatos publicados, pudo introducirse en el mundillo hollywoodiense, inicialmente como actor y, a partir de 1931, como guionista y adaptador. Durante el resto de su trayectoria, se desenvolvió en esta actividad paralelamente a la de actor y realizador, faceta que inició en 1941, con "El halcón maltés". Basada en la novela homónima de Dashiell Hammett, "El halcón maltés" se convirtió con el tiempo en una obra maestra de las películas policiacas.
Las películas y los personajes de Huston tienen signos que los hace semejantes: la expresión del ser humano ante sus conflictos morales ("La reina africana", "Los muertos"), las criaturas que transitan de la fortuna al fracaso ("El hombre que sería rey"); la frustación ("Vidas rebeldes / Los inadaptados / The misfits", "Reflejos en un ojo dorado") y la mala suerte como demonios al acecho ("El honor de la familia Prizzi").
Esas preocupaciones revisadas con la lente personal de su sensibilidad y su talento, logran manifestarse con una emotiva intensidad que suele construir una sólida comunión con el espectador. La colección de personajes "derrotados" que animan una buena cantidad de sus películas —las mejores, en efecto— muestran las complejas dudas existenciales que crepitaban en el interior de este tozudo cineasta, cuyo humor y desenfado le eran útiles para encubrir asuntos que en el fondo pueden perturbar a cualquiera. Esos dilemas constantes se encuentran tan bien construidos, por ejemplo, en su última película que es una obra maestra, "Los muertos". En ésta se sienten tan cercanos que no es posible abstraerse de la melancolía que abruma a los personajes.
John Huston ha permanecido casi siempre en la antesala del Olimpo cinematográfico, impedido injustamente de sentarse al lado de los genios más rutilantes del séptimo arte. No obstante, para muchos de sus seguidores, esta situación resulta inmerecida. En este sentido, tendría mucho peso lo que alguna vez escribió Javier González Rubio a propósito de este cineasta: "A fin de cuentas, no se tiene por qué admirar sólo a los genios indiscutibles, sino también a aquéllos creadores con quienes se logra una mayor, una más clara identificación; a aquéllos que son para uno, ante todo, espíritus afines".