Crítica: "R3sacón / ¿Qué pasó ayer? III", el agotamiento escapista de una fórmula
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Por Benjamín Harguindey
Por tercera y última vez, "Resacón / ¿Qué pasó ayer?": Absolutamente nada. Esta vez no hay orgía, no hay resaca, no hay enigmas por reconstruir a la mañana siguiente. El director y escritor Todd Phillips parece haberse dejado avergonzar por las malas críticas de la segunda película, y ha decidido abandonar la epónima fórmula del "despertamos con resaca sin saber qué ocurrió" en favor de… no queda muy en claro. Está al nivel de la peor película de las "Scary Movie / Una película de miedo", que invariablemente es la más nueva.
La premisa: Chow, el tipejo desagradable que va y viene en estas películas enseñando su "rabito", está siendo buscado por el criminal Marshall, quien enlista la ayuda del trío de idiotas conformado por Bradley Cooper, Ed Helms y Zach Galifianakis para encontrarle. El incentivo es que si no lo hacen pronto, Marshall hará matar a Doug (Justin Bartha, alias la quinta pata). El resto de la película trata sobre los intentos de “la manada” de atrapar a Chow, que los lleva a Tijuana y eventualmente Las Vegas, que no es una ciudad tan graciosa como podríamos llegar a recordarla de la primer película.
"Resacón en Las Vegas / ¿Qué pasó ayer?" (The Hangover, 2009), amada u odiada, partía de un guión que derivaba naturalmente en comedia: el mundo entero posee la ventaja sobre los personajes por el mero hecho de saber algo que ellos no saben. Están condenados a la humillación y el fracaso por una leve desincronización con la realidad. Cuanto más parecen acercarse a dominar la situación, los eventos que les frustran se vuelven más y más absurdos, y el conflicto crece exponencialmente, en una rutina que ha probado su efecto en miles de dibujos animados.
El punto, se entiende, es que el humor viene de las situaciones, no de sus personajes. Los personajes en sí son aburridísimos. Phil y Stu son indistinguibles uno del otro. La película ordeña la mayor parte de su pretendido humor de Alan y Chow, cuyo chiste consiste en comportarse como niñatos en algunas escenas, y sembrar muerte súbita en otras. Algo así como las primeras películas de Adam Sandler, sólo que en lugar de un sociópata bipolar, el papel se escinde en dos: el pasivo e infantil Alan, y el agresivo y sádico Chow. Se aborda la violencia con una saña inusitada, casi como si se compensara por no haber matado lo suficiente en las películas anteriores.
Una vez que hemos abandonado la expectativa de otra resaca catastrófica –entrados ya los cuarenta minutos – nos queda una hora de infiltraciones y persecuciones. Nos suenan familiares, pero no despiertan ninguna sensación de risa o suspenso porque siempre sabemos exactamente por qué ocurren y hacia dónde se dirigen. Mientras tanto, John Goodman está desaprovechado en un papel que no le da una mísera línea graciosa, y algunos viejos conocidos de la serie regresan para pasar la tarjeta.
La película, en realidad, trata sobre la maduración de Alan, y el tercer acto intenta demostrar desesperadamente que esta ha sido la idea durante toda la serie, volcándose a un sentimentalismo de último minuto. Como si todo este tiempo se hubiera estado construyendo un relato épico en tres entregas a fin de dejar una única enseñanza acerca del personaje de Zach Galifianakis. Como si no fueran, como diría Homero, “sólo un montón de cosas que pasaron”. Quédense durante los créditos finales para ver cuán cierto es esto.