Colaboración: Marilyn, allá por los cielos

por © NOTICINE.com
Monroe
Por Sergio Berrocal

Dale al mediocre escribidor un punto de apoyo, de preferencia un muerto célebre, y él, solito, con su única maldad, lo convertirá en una caricatura donde no habrá dolor ni pasión, sólo imbecilidad, la suya. La última víctima es Marilyn Monroe, que pasa de ángel a demonio según las plumas que tiene el autor o la autora del comentario. La han sacado del fondo de la tumba donde probablemente la metió la CIA o cualquier servicio secreto de los que protegían a los Kennedy, que para eso eran supermillonarios, ricos de película de Hollywood y hasta héroes de una de esas guerras terriblemente injustas, suponiendo que haya alguna justa, que los Estados Unidos saben tan bien montarse para jolgorio de las fábricas de armas de los amigos y para exaltación del ese patrioterismo bajo y sucio con el que muchos justifican sus peores aberraciones.

La maldad, hija de este mundo de cretinismo agudo que nos hace saltar del trampolín de la crisis monetaria al trampolín del fin de todos los principios, amén, es la asignatura que ahora se aprende mejor y más rápido.  Maldice, maldice, que siempre quedará algo.

Marilyn fue quizá una desgraciada, en amores, en la vida, y hasta en la muerte. Pero es más rentable ser feroz que misericordioso. Se tiraba a todo el que cogía a mano. Era una salida, una mentirosa, una prostituta más o menos cara, y hasta tal vez una delirante de la vagina. Su primer esposo, el jugador de béisbol Joe di Maggio, del que a estas alturas, medio siglo después, almas intelectuales de la izquierda escribiente afirman que trataba a MM de “puta, puta”, pero con interjección, que no se diga que el hombre no era un macho del viejo Oeste. Pero ella…

En una radio, una muchacha que probablemente no tiene la belleza de la fallecida pero que seguramente  posee complejos que hubiese conducido al suicidio al mismísimo Edipo, dice que Marilyn se puso a leer unos años antes de su muerte porque se había dado cuenta de sus carencias intelectuales. La comentarista, la cosa a la que la imbecilidad presta un micrófono probablemente ha estado en una universidad de esas en las que dicen que enseñan periodismo. Como si el periodismo fuera agronomía. Y como es “universitaria” se permite todas las paparruchadas que le pasan por un cerebro afectado por el Alzheimer de la envidia, que es el peor. Porque, claro si la universidad predispusiera a la inteligencia, Estados Unidos, donde casi todo el mundo es, ha sido o será universitario, sería un paraíso de sabios que no pensarían que Guantánamo es el justo purgatorio de los malos malísimos y que las guerras contra los más débiles son las más justas. Guerras santas que también se aplicaron durante muchos años a ellos mismos, bueno, a los negros que tenían en reservas sureñas y que ha dado tantos bellos planos en tantas grandes películas.

Marilyn no era en realidad una intelectual… porque no fue a la universidad. Y probablemente, mi querida niña, ni siquiera pisó un instituto de esos tan peliculeros, donde según los guionistas que nos lo cuentan es indispensable perder la virginidad para aprobar el graduado escolar.

Tiene usted razón, mi querido amigo que pasa por periodista porque se licenció en Letras y no sabía dónde meterse para no morirse de la vergüenza del hambre, Marilyn Monroe quizá ni siquiera era racialmente pura, vamos pura norteamericana; quién sabe si no sería pariente de Ethel Grenglass Rosenberg y Julius Rosenberg, norteamericanos  casados ante Dios y ante los hombres, a los que el gobierno democrático de turno en Washington mando y no dejó salir de sendas sillas eléctricas acusándoles de vender secretos nucleares a la odiada Unión Soviética, que luego, más tarde, cuando acabase la guerra fría, serían los amigos del Este, y hasta hoy se le llama cariñosamente Rusia.

Probablemente que la tal MM tenía también algo de comunista. Se ha dicho, escrito y repetido que anduvo de incógnito por la antigua URSS y que hasta tuvo un amante soviético, cosa que no podía faltar en el equipaje de una mujer que no podía ver un hombre, ¡qué suerte!, sin meterlo en su cama.

Pero aún entendiendo que todo eso pueden ser exageraciones, no quita que era rarita. Un día le dijo a la prensa norteamericana que a la hora de acostarse ella se ponía solamente unas gotas de Chanel 5. Algunos periodistas norteamericanos creyeron que era un príncipe hindú que la incalificable se había agenciado en algún  rodaje.

Marilyn, estés donde estés: fuiste nuestra Amazonia, por la belleza que encerrabas en tus ojos miopes y en tus dedos que aprendieron  con el tiempo y el esfuerzo que un libro es la mejor compañía que puede tenerse.

Marilyn, algunos dicen que fuiste un agradable perrito de compañía. En realidad, con paciencia y talento adquirido lejos de las universidades, te convertiste en lo mejor que nos pasó a todos los que pudimos soñar cuando le cantabas al Presidente del corsé o sencillamente cuando hacías un guiño allá en la pantalla de un cine de barrio.

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