OPINIÓN: Gregory Peck, gringo viejo
- por © NOTICINE.com
13-VI-03
Por Alberto DUQUE
Cada espectador tiene su Gregory Peck. Su desaparición, recién elegido héroe por su abogado Atticus Finch en "Matar un ruiseñor", en contraste con la maldad de Hannibal Lecter y Anthony Hopkins, parece una ironía en ese Hollywood donde interpreto ladrones, galanes, vaqueros, capitanes balleneros, verdugos nazis, abogados compasivos, abogados corruptos, periodistas, tramposos y otros personajes que, en medio de sus mayores defectos compartían la naturaleza misma del actor (nacido el 5 de abril de 1916 en La Jolla, California), es decir, esa fuerza interna que le daba dignidad, autenticidad y sobre todo valor a un hombre que entro al teatro y al cine por dos detalles físicos: su estatura y su voz profunda que aun en la vejez seguía intocable.
Cada espectador tiene su Gregory Peck. Ahora muchos se quedan con ese abogado vestido de blanco que se atreve, en el corazón del odio racial del sur de Estados Unidos, a defender a un negro acusado de la violación de una blanca casquivana y mentirosa. Se gano el Oscar por ese personaje y cuando le preguntaban como logro la autenticidad y la pureza de ese abogado, respondió como respondía cuando quería eludir un tema: "Simplemente, apele a mis sentimientos civiles y humanos", los que le hicieron apoyar numerosas causas sociales en Estados Unidos y el mundo, combatir la guerra de Vietnam, la segregación racial, la cacería de indocumentados y otros temas de ese Hollywood liberal y progresista.
Cada uno tiene su Gregory Peck. Unos se quedan con el capitán Ahab del "Moby Dick" de John Huston, con esa escena del final cuando, enredado entre las cuerdas, con su pierna de marfil y la barba desolada, maldice a los infiernos mientras el monstruo lo arrastra a las profundidades; otros con el Mengele funesto de "Los niños del Brasil", callado y sofisticado, venenoso y paciente; otros con el galán de "Vacaciones en Roma"; otros con el pistolero de "Duelo al Sol"; otros con el industrial arruinado de "El dinero de los demás", observando las trampas colocadas por el tramposo Danny DeVito a su hija y a los accionistas; otros con el oficial de "Los cañones de Navarone"; otros con el sacerdote de "Las llaves del reino"; otros con el general McCarthur; otros con el embajador de "La Profecía", desconfiado y elegante, observando como el mal se apodera de ese niño rodeado por los perros negros; otros con el cazador de "Las nieves del Kilimanjaro", sintiendo a la distancia la presencia del jaguar congelado en las alturas; otros con sus personajes de Alfred Hitchcock...
Nosotros nos quedamos con su personaje de Ambrose Bierce en "Gringo Viejo", la versión de Luis Puenzo sobre la bellísima novela de Carlos Fuentes: alto, desgarbado, cansado de vivir, rumbo a la frontera y los fusiles de los revolucionarios mexicanos, enamorado de la maestra Jane Fonda, cubierto de polvo, sangre y sudor, cínico e imprudente, susurrando la frase que resume la esencia de esta mítica película: "Ser un gringo en México... eso es eutanasia". Peck, por supuesto, murió de viejo, con los huesos cansados de un pistolero o un ballenero o un reportero.
Por Alberto DUQUE
Cada espectador tiene su Gregory Peck. Su desaparición, recién elegido héroe por su abogado Atticus Finch en "Matar un ruiseñor", en contraste con la maldad de Hannibal Lecter y Anthony Hopkins, parece una ironía en ese Hollywood donde interpreto ladrones, galanes, vaqueros, capitanes balleneros, verdugos nazis, abogados compasivos, abogados corruptos, periodistas, tramposos y otros personajes que, en medio de sus mayores defectos compartían la naturaleza misma del actor (nacido el 5 de abril de 1916 en La Jolla, California), es decir, esa fuerza interna que le daba dignidad, autenticidad y sobre todo valor a un hombre que entro al teatro y al cine por dos detalles físicos: su estatura y su voz profunda que aun en la vejez seguía intocable.
Cada espectador tiene su Gregory Peck. Ahora muchos se quedan con ese abogado vestido de blanco que se atreve, en el corazón del odio racial del sur de Estados Unidos, a defender a un negro acusado de la violación de una blanca casquivana y mentirosa. Se gano el Oscar por ese personaje y cuando le preguntaban como logro la autenticidad y la pureza de ese abogado, respondió como respondía cuando quería eludir un tema: "Simplemente, apele a mis sentimientos civiles y humanos", los que le hicieron apoyar numerosas causas sociales en Estados Unidos y el mundo, combatir la guerra de Vietnam, la segregación racial, la cacería de indocumentados y otros temas de ese Hollywood liberal y progresista.
Cada uno tiene su Gregory Peck. Unos se quedan con el capitán Ahab del "Moby Dick" de John Huston, con esa escena del final cuando, enredado entre las cuerdas, con su pierna de marfil y la barba desolada, maldice a los infiernos mientras el monstruo lo arrastra a las profundidades; otros con el Mengele funesto de "Los niños del Brasil", callado y sofisticado, venenoso y paciente; otros con el galán de "Vacaciones en Roma"; otros con el pistolero de "Duelo al Sol"; otros con el industrial arruinado de "El dinero de los demás", observando las trampas colocadas por el tramposo Danny DeVito a su hija y a los accionistas; otros con el oficial de "Los cañones de Navarone"; otros con el sacerdote de "Las llaves del reino"; otros con el general McCarthur; otros con el embajador de "La Profecía", desconfiado y elegante, observando como el mal se apodera de ese niño rodeado por los perros negros; otros con el cazador de "Las nieves del Kilimanjaro", sintiendo a la distancia la presencia del jaguar congelado en las alturas; otros con sus personajes de Alfred Hitchcock...
Nosotros nos quedamos con su personaje de Ambrose Bierce en "Gringo Viejo", la versión de Luis Puenzo sobre la bellísima novela de Carlos Fuentes: alto, desgarbado, cansado de vivir, rumbo a la frontera y los fusiles de los revolucionarios mexicanos, enamorado de la maestra Jane Fonda, cubierto de polvo, sangre y sudor, cínico e imprudente, susurrando la frase que resume la esencia de esta mítica película: "Ser un gringo en México... eso es eutanasia". Peck, por supuesto, murió de viejo, con los huesos cansados de un pistolero o un ballenero o un reportero.