Crítica: "Misión imposible - Protocolo fantasma", intenso espectáculo
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Por Jon Apaolaza
En cualquier intercambio, conviene tener claras las reglas, y exigir su cumplimiento. A una película de la saga "Misión imposible", como a cualquiera de las de James Bond, con las que están sin duda emparentadas, se les debe pedir que respondan a un principio básico: entretener de la manera más espectacular posible. Sin duda "Protocolo fantasma", protagonizada de nuevo por un Tom Cruise que ha debido abandonar secretamente la Cienciología para firmar algún tipo de pacto con el Diablo visto su aspecto y funcionalidades físicas al borde de los 50 años, cumple con creces esa expectativa. Es quizás la mejor de la saga, y más vale no buscarle las cosquillas -que las tiene- porque lo que da justifica sobradamente el precio de la entrada.
La original "Misión imposible", la televisiva, de los años 60, era una hija directa de la Guerra Fría, y la mayor parte de sus guiones tenían que ver con el entonces enemigo soviético o del bloque socialista. Con las lógicas variantes inspiradas por la evolución histórica, la nueva narración escrita por Josh Appelbaum y André Nemec arranca en un terreno similar. Por supuesto no es Putin y compañía los que preparan una agresión contra los Estados Unidos, pero sí un iluminado con mucha mano en Rusia, quien quiere usar el poder nuclear para provocar un desastre global que de lugar a un nuevo mundo "mejor". Eso permite que el espectador se enfrente a esos miedos ancestrales al enemigo dormido del Este, y de paso a los espectaculares paisajes urbanos de Budapest y Moscú.
Pero poco rato deja Brad Bird, responsable antes de dos divertidas películas animadas, "Ratatouille" y "Los increibles", para que el espectador se deleite con los planos aéreos y las carreras, ya que no tarda en enfrentarlo a la voladura de una esquina del Kremlin y a partir de ahí a una seria aventura que dura más de dos horas sin que en ningún momento se le ocurra consultar su reloj.
Enseguida la acción salta de Rusia al Golfo Pérsico y a la gigantesca torre de cristal y acero Burj Khalifa de Dubai. Allí se desarrollan las secuencias más espectaculares de "Protocolo fantasma" y las que justifican el recurso a las salas IMAX en la distribución del film. En ellas vemos también que Appelbaum y Nemec no sólo han urdido una trama muy elaborada, sino que se entretienen con sádica dedicación en poner cuantas ramas pueden en las ruedas del vehículo que conduce el equipo de Ethan Hunt, de manera que éste y de paso el consumidor de la película estén en constante inquietud, alerta y con el corazón en un puño.
Hay mucho en la cuarta "Misión imposible" que nos devuelve a los orígenes, empezando ya por la mecha que discurre en los primeros títulos de crédito, la cual nos retrotrae a la vieja serie en blanco y negro, y ahí está -ni podía ni debía faltar- la inolvidable música del argentino Lalo Schifrin para provocar el primer placer de la sesión.
Naturalmente se puede lamentar que la mayor parte de los personajes estén resueltos dramaticamente en tres trazos, que no haya profundidad ni tiempo para andarse con sentimientos humanos minimamente elaborados ni zarandajas más propias de sesudos dramas, pero -señores- esto es "Misión imposible", no "Las horas". Aquí todo está al servicio del espectáculo, y se trata de disfrutar sin hacer demasiadas preguntas... ¡Y vaya que se ha conseguido!
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En cualquier intercambio, conviene tener claras las reglas, y exigir su cumplimiento. A una película de la saga "Misión imposible", como a cualquiera de las de James Bond, con las que están sin duda emparentadas, se les debe pedir que respondan a un principio básico: entretener de la manera más espectacular posible. Sin duda "Protocolo fantasma", protagonizada de nuevo por un Tom Cruise que ha debido abandonar secretamente la Cienciología para firmar algún tipo de pacto con el Diablo visto su aspecto y funcionalidades físicas al borde de los 50 años, cumple con creces esa expectativa. Es quizás la mejor de la saga, y más vale no buscarle las cosquillas -que las tiene- porque lo que da justifica sobradamente el precio de la entrada.
La original "Misión imposible", la televisiva, de los años 60, era una hija directa de la Guerra Fría, y la mayor parte de sus guiones tenían que ver con el entonces enemigo soviético o del bloque socialista. Con las lógicas variantes inspiradas por la evolución histórica, la nueva narración escrita por Josh Appelbaum y André Nemec arranca en un terreno similar. Por supuesto no es Putin y compañía los que preparan una agresión contra los Estados Unidos, pero sí un iluminado con mucha mano en Rusia, quien quiere usar el poder nuclear para provocar un desastre global que de lugar a un nuevo mundo "mejor". Eso permite que el espectador se enfrente a esos miedos ancestrales al enemigo dormido del Este, y de paso a los espectaculares paisajes urbanos de Budapest y Moscú.
Pero poco rato deja Brad Bird, responsable antes de dos divertidas películas animadas, "Ratatouille" y "Los increibles", para que el espectador se deleite con los planos aéreos y las carreras, ya que no tarda en enfrentarlo a la voladura de una esquina del Kremlin y a partir de ahí a una seria aventura que dura más de dos horas sin que en ningún momento se le ocurra consultar su reloj.
Enseguida la acción salta de Rusia al Golfo Pérsico y a la gigantesca torre de cristal y acero Burj Khalifa de Dubai. Allí se desarrollan las secuencias más espectaculares de "Protocolo fantasma" y las que justifican el recurso a las salas IMAX en la distribución del film. En ellas vemos también que Appelbaum y Nemec no sólo han urdido una trama muy elaborada, sino que se entretienen con sádica dedicación en poner cuantas ramas pueden en las ruedas del vehículo que conduce el equipo de Ethan Hunt, de manera que éste y de paso el consumidor de la película estén en constante inquietud, alerta y con el corazón en un puño.
Hay mucho en la cuarta "Misión imposible" que nos devuelve a los orígenes, empezando ya por la mecha que discurre en los primeros títulos de crédito, la cual nos retrotrae a la vieja serie en blanco y negro, y ahí está -ni podía ni debía faltar- la inolvidable música del argentino Lalo Schifrin para provocar el primer placer de la sesión.
Naturalmente se puede lamentar que la mayor parte de los personajes estén resueltos dramaticamente en tres trazos, que no haya profundidad ni tiempo para andarse con sentimientos humanos minimamente elaborados ni zarandajas más propias de sesudos dramas, pero -señores- esto es "Misión imposible", no "Las horas". Aquí todo está al servicio del espectáculo, y se trata de disfrutar sin hacer demasiadas preguntas... ¡Y vaya que se ha conseguido!
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