Crítica: "El amor y otras cosas imposibles", qué duro es amar
- por © NOTICINE.com

Por Lourdes Marqués
Emilia (Natalie Portman), abogada e hija de juez, se encuentra casada con su antiguo jefe, Jack. Su marido tiene un hijo anterior con el que le resulta difícil conectar por las intromisiones de su madre, quien adopta una postura beligerante contra ella. Emilia, a su vez, se enfrenta al duelo de la muerte de la hija de su matrimonio con Jack, lo que merma sus relaciones con los demás, con su marido, su hijastro y su propio padre. Esta es en dos pinceladas, la sinopsis de "El amor y otras cosas imposibles".
Pero la película es mucho más, se trata de un drama en el sentido inglés de la palabra: la descripción, sin aditivos, de lo que ofrece la vida. No es una historia de corte romántico, como podría disfrazar el propio título. Versa sobre nuestro comportamiento para con los demás, que es la suma de las frustraciones, de la ausencia de diálogo, y de encerrarse en uno mismo.
Sinceramente, el punto fuerte de esta cinta me parece radica en el lado femenino, lo que significa ser madre o haberlo sido. Las féminas de la película se revuelven en sus papeles de esposas, que al dejar de serlo, se vuelven posesivas sobre lo que aún les devuelve su sentido vital, la propia maternidad. Y cómo se tuercen las cosas cuando nuestros hijos se van, a otro hogar o a otra dimensión. Versa sobre la no aceptación de los hechos, una ex mujer que se reafirma sobre la patria potestad de su hijo, y que luego, ante la solidaridad con una mujer que pierde el suyo, desea volver a serlo. La maternidad une a las mujeres, haciéndolas pasar del bando de la beligerancia al del arropamiento de la otra ante su pérdida. Pero las madres son también mujeres, hijas y esposas, y el vacío y la impotencia nos hace críticos para con los más queridos, haciendo daño a los que quieren, empezando por una misma.
Los personajes luchan con honestidad por encontrar la felicidad que parece les es negada, en un ambiente intimista, típicamente norteamericano. Nueva York es el escenario donde transcurre este desgranar emocional. Los desencuentros se plasman con ese savoir-faire anglosajón, y las personas se rinden luego sin más, cuando ya no pueden con la situación, sin buscar culpables.
El visionado de la cinta transcurre con tensión, con una gran emotividad y una empatía total con el espectador, quien seguro se siente reflejado en alguno de los personajes, o en retazos de todos y cada uno. No es una película para ir a desconectar, es un film que nos invita a la introspección, a la lucha, a la aceptación y también - para que sea drama y no tragedia - deja una puerta a la esperanza, que viene a relajar los espíritus tribulados.
Guión magistral, que no bello. Los actores resultan creíbles, algunos un poco hieráticos en su versión no doblada, y sorprende la actuación del niño, Charlie Tahan (William), hilo conductor de la catarsis de los adultos. Y es que como siempre, los niños con su visión propia y aún sin adulterar por la edad adulta, nos pueden redimir hasta de nosotros mismos.
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