Colaboración: Joyce nunca leyó a Marilyn Monroe
- por © P.L.-NOTICINE.com

Por Sergio Berrocal *
Sería espantoso. Imagínense que fuese verdad que Marilyn Monroe, pobrecita mía, hubiese sido en el fondo una intelectual que se ocultaba bajo un disfraz de vampiresa temprana para ganarse la vida. Imagínese que se pareciera a Arthur Miller, pongo por caso, o incluso a Woody Allen. Habría que reescribir una página de la historia del cine y todos tendríamos que correr al psiquiatra argentino más cercano para que nos explicara cómo íbamos a vivir de aquí en adelante con la doble imagen de una tontita bonita y la de una devoradora de libros difíciles.
Me da repelos pensarlo.
Una cosas es que supiese leer y escribir e incluso que fuese capaz de leerse de un tirón unas cuantas páginas de un libro, lo que ya es un índice de intelectualidad cuando se va por el mundo con falda y a lo loco y cuando dejas que un ventilador te embargue las piernas para conseguir volver loco al vecino del primero…
Pase, lo admito. Pero que fuese capaz de hincarle el diente a Joyce… Sería pura herejía.
A los profesionales del timo de la escritura nos costó lo nuestro poder adentrarnos en la jungla espesa del "Ulises" de Joyce y no andábamos disfrazados de música de la Prohibición cretina de los Estados Unidos.
Además, estoy seguro que James Joyce, por muy intelectual que fuese – a nadie se le ha ocurrido “descubrir” que en otra vida había sido bailarina desnuda en el Crazy Horse de París-- nunca leyó a Marilyn.
Porque esa mujer que todos admirábamos, era un libro todavía más culto que el "Ulises". Un libro enigmático que ella se esforzaba de preservar. Y que nadie hubiese entendido incluso tratando de leer entre líneas.
Acepto, confieso lo que ustedes quieran pero, por favor, no se metan con Marilyn. Fue la novia de todos nosotros, o al menos la que habríamos querido tener. Nos maravillaba esa voz que te subía por el ombligo, corría a la parte derecha del cerebro y bajaba rápidamente hasta el objetivo final.
Hubiésemos matado por una de esas sonrisas cuando dijo aquello de “Felicidades, señor Presidente”, pero en inglés claro. Sus ojos estaban anegados de emoción, tal vez la de un par de güisquis, quizá la de un amorío real o sencillamente la de darle su merecido a un bastardo que tal vez ya no le hacía tanto caso como cuando se conocieron.
Habríamos renegado de la raza humana por un guiño suyo.
Pese a los pesares y a esa odiosa, rencorosa y manipuladora operación que quiere confundir a Marilyn con una horripilante intelectual, me quedo con la mía. Y sigo prefiriendo sus pestañas rellenas de abéñula.
(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro: "Crónicas sin güisqui" (www. publibook.com).
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Sería espantoso. Imagínense que fuese verdad que Marilyn Monroe, pobrecita mía, hubiese sido en el fondo una intelectual que se ocultaba bajo un disfraz de vampiresa temprana para ganarse la vida. Imagínese que se pareciera a Arthur Miller, pongo por caso, o incluso a Woody Allen. Habría que reescribir una página de la historia del cine y todos tendríamos que correr al psiquiatra argentino más cercano para que nos explicara cómo íbamos a vivir de aquí en adelante con la doble imagen de una tontita bonita y la de una devoradora de libros difíciles.
Me da repelos pensarlo.
Una cosas es que supiese leer y escribir e incluso que fuese capaz de leerse de un tirón unas cuantas páginas de un libro, lo que ya es un índice de intelectualidad cuando se va por el mundo con falda y a lo loco y cuando dejas que un ventilador te embargue las piernas para conseguir volver loco al vecino del primero…
Pase, lo admito. Pero que fuese capaz de hincarle el diente a Joyce… Sería pura herejía.
A los profesionales del timo de la escritura nos costó lo nuestro poder adentrarnos en la jungla espesa del "Ulises" de Joyce y no andábamos disfrazados de música de la Prohibición cretina de los Estados Unidos.
Además, estoy seguro que James Joyce, por muy intelectual que fuese – a nadie se le ha ocurrido “descubrir” que en otra vida había sido bailarina desnuda en el Crazy Horse de París-- nunca leyó a Marilyn.
Porque esa mujer que todos admirábamos, era un libro todavía más culto que el "Ulises". Un libro enigmático que ella se esforzaba de preservar. Y que nadie hubiese entendido incluso tratando de leer entre líneas.
Acepto, confieso lo que ustedes quieran pero, por favor, no se metan con Marilyn. Fue la novia de todos nosotros, o al menos la que habríamos querido tener. Nos maravillaba esa voz que te subía por el ombligo, corría a la parte derecha del cerebro y bajaba rápidamente hasta el objetivo final.
Hubiésemos matado por una de esas sonrisas cuando dijo aquello de “Felicidades, señor Presidente”, pero en inglés claro. Sus ojos estaban anegados de emoción, tal vez la de un par de güisquis, quizá la de un amorío real o sencillamente la de darle su merecido a un bastardo que tal vez ya no le hacía tanto caso como cuando se conocieron.
Habríamos renegado de la raza humana por un guiño suyo.
Pese a los pesares y a esa odiosa, rencorosa y manipuladora operación que quiere confundir a Marilyn con una horripilante intelectual, me quedo con la mía. Y sigo prefiriendo sus pestañas rellenas de abéñula.
(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro: "Crónicas sin güisqui" (www. publibook.com).
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