Crónica neoyorquina: Peregrinación al reino de "Serendipity"

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El periodista de  NOTICINE.com, ante el puente de Brooklyn (C.Fernández)
El periodista de NOTICINE.com, ante el puente de Brooklyn (C.Fernández)
Por Alberto Duque López

Todo comenzó varios años atrás. Alguien propuso escoger las palabras más hermosas en distintos idiomas y curiosamente, una expresión inglesa inventada en 1754 y que a partir de 2001 se hizo más conocida con el estreno de  una deliciosa comedia romántica llamada así, "Serendipity", fue una de las favoritas entre quienes también votaron por "Whisper" o "Susurro".

Ya la palabra nos rondaba por distintos motivos y con la película y algunas lecturas se convirtió en ocasional tema de reuniones, encuentros y desencuentros hasta cuando Margarita, la madre de Antonia, varios meses atrás soltó una frase simple y directa: "Deberíamos hacer una peregrinación".

Peregrinación, ¿a dónde?
Al mundo de "Serendipity".
O sea, viajar a Nueva York.
Más que a Nueva York, a Manhattan y más que a Manhattan a una dirección exacta: calle 60 con carrera 2a en el número 222.
O sea, visitar el restaurante donde filmaron la película con John Cusack.
Más que eso, no se trata de ir a comer platos sofisticados, ni devorar helados gigantescos que no caben en los vasos y platos, sino cumplir con un sueño que me ronda desde hace varios años, una ilusión que ahora brota de nuevo.
O sea, tenemos que ir.
Tenemos que ir, tenemos que prepararnos.
Durante varios meses soñamos, hicimos planes y presupuestos, buscamos alojamiento e informaciones útiles, escogimos fechas y entonces, un sábado salimos de Atlanta (más exactamente, de los suburbios de Duluth), Margarita y su marido Camilo y Antonia a las 7 de la mañana, atravesamos tierras y autopistas de Georgia, Carolina del Sur, Carolina del Norte, Virginia, New Jersey y otras latitudes hasta toparnos hacia las 10 de la noche con un sencillo motel donde dormir unas horas, cerca de una pequeña ciudad universitaria y conservadora, Bethlehem, mezcla de mansiones convertidas en pequeños apartamentos y grandes centros comerciales, casinos y edificios.

A las 10 de la mañana siguiente reanudamos viaje y pocas horas después atravesábamos uno de los numerosos puentes que unen los sectores e islas de Nueva York. Apenas era domingo. Conseguimos alojamiento con una familia colombiana, en Queens, a diez cuadras de la estación del Metro por donde pasa la línea 7 que lleva o acerca a Times Square y otras formas y lugares y sensaciones del Paraíso que ellos descubrieron durante una semana y nosotros, curiosamente, repetimos con otros ojos, los suyos: el Lincoln Center con su fuente gigantesca y sus nuevas instalaciones;  las grandes y anchas avenidas que cruzan Manhattan; el Central Park con sus ejecutivas rubias y hermosas que llevan su calzado sofisticado de tacones altos en una bolsa; los deportistas que corren, montan ciclas o caminan hablando por celular; la herida no cicatrizada que dejó la infamia del 11-S; los turistas aglomerados a la puerta del edificio Dakota donde una noche de diciembre se detuvo el mundo; los enormes dinosaurios que pueden saltar en cualquier momento en las salas del Museo de Ciencias Naturales y Antonia armando y desarmando una pequeña bestia; los ferries que llevan hasta la estatua de la Libertad; los pequeños restaurantes de Little Italy cerca de los edificios de Tribeca donde Robert de Niro tiene su festival; los jóvenes pasando de una a otra exposición en el Museo de Arte Moderno; miles y miles de chinos, miles y miles de árabes, miles y miles de latinos,  miles y miles de europeos, miles y miles de indios, miles y miles de hombres y mujeres dormidos o leyendo periódicos en lenguas incomprensibles o comiendo fruta en los espacios sofocantes de los vagones del  Metro; los vendedores y almacenes callejeros y baratijas y sorpresas en el sector de Chinatown; los parques de Soho y el Village; los edificios oscuros y amenazantes y brillantes de Wall Street donde sirven la mejor pizza de la ciudad; la silueta delgada del Empire State; los espacios acogedores e iluminados de librerías como Barnes & Noble; los vendedores de perros calientes en las esquinas; las marquesinas de Broadway, encendidas a pleno día y en una de ellas, anunciado como una maravilla, el próximo estreno del musical sobre Sinatra; los grupos de jazz, reggae y clásicos en las paradas del Metro; los descomunales complejos de cines con más de 24 salas; el olor, los ruidos, los personajes, los espacios y las sorpresas de zonas como la Quinta Avenida, Park Avenue, Lexington, los alrededores de Central Park con sus apartamentos asombrosos, la calle 57 y los paisajes descubiertos cuando el Metro avanza sobre los puentes elevados; los caballos, las palomas y las ardillas; los buses azules, amplios y lentos; los buses rojos de dos pisos, sin techo y repletos de turistas tostados por el sol, y por encima de todo, comprobar que Manhattan y Nueva York en general, son un estado del alma, una adicción, una obsesión que no  nos abandona...como "Serendipity", la palabra inglesa y el restaurante de la calle 60 con carrera 2a, número 222, frente a los gigantescos almacenes Bloomingdale´s.

Para reencontrarnos con ese mundo del azar, la casualidad, la nostalgia, los sueños, las ilusiones, los pesares, la soledad y la felicidad recorrimos casi 1000 millas a la ida y cuando llegamos, nos topamos con numerosos turistas que esperaban con paciencia a que les asignaran una mesa.

Duque, junto a Times SquareLa palabra Serendipity fue inventada por Horace Walpole (autor de la famosa novela gótica "El castillo de Otranto") en 1754 y significa hallazgo o descubrimiento o desenlace feliz gracias el azar, la casualidad o el destino. La raíz se encuentra en un cuento persa del siglo XVIII llamado "Los 3 príncipes de Serendip" en que los protagonistas viven en la isla de Serendip (nombre de Ceilán que hoy se llama Sri Lanka) y solucionan sus problemas de la vida cotidiana a través de casualidades asombrosas. En la costa caribe colombiana y zonas cercanas -y en España- se utiliza "chiripa" con el mismo significado.

Dicen los estudiosos que gracias a las circunstancias provocadas por Serendipity (decir Serendipia en castellano suena horrible), surgieron o fueron provocados y creados el dulce de leche, el descubrimiento de América, el celuloide, la Penicilina, el benceno, las notas de Post-it, la estructura del átomo, el principio de Arquímedes, el LSD,  el Teflón y otros descubrimientos, todos por azar.

Ese es el mismo azar que domina las relaciones de los protagonistas de la película, interpretados por John Cusack y Kate Beckinsale, quienes se conocen (por azar) en Blomingdale´s en plena Navidad, comprando el último par de guantes disponible,mientras cada uno sostiene una sólida relación con otras personas.

Siguen su camino pero coinciden luego (por azar) en la acera de enfrente, en el restaurante "Serendipity" donde descubren que el destino y el amor quieren decirles algo pero, como no están seguros de lo que sienten, luego de largas horas románticas dejan que el azar ejerza su Serendipity:  Jonathan escribe su número de teléfono en un billete de 5 que gastan enseguida, y Sara escribe el suyo en la primera página de "El amor en los tiempos del cólera" que entrega en una venta callejera. Si el destino quiere que vivan juntos, deberá facilitarles un próximo encuentro. Como quien dice, lo que será, será.

Esa tarde, mientras esperamos en la calle una mesa libre en medio de los numerosos fanáticos llegados de todas partes del mundo para revivir la magia, el amor y el azar Margarita sintió que tocaba el cielo y que, en cierto sentido, estaba cumplido un ritual. Nosotros también.

Antonia, sentada esperando ante la puerta del Serendipity (C.Fernández)"Serendipity" fue fundado en 1954 por un pequeño grupo de socios, con 4 mesas, 16 sillas y unas lámparas de Tiffany que enloquecieron a Andy Warhol cuando descubrió el lugar con su carta sofisticada llena de todas las variedades de café y chocolate, postres inverosímiles, sandwiches y quiches de todos los sabores. Era otro lenguaje gastronómico. Era otra cultura del paladar y Warhol lo convirtió en su sitio diario de reuniones,  lugar favorito de intelectuales, estudiantes, artistas y turistas atraídos por esa atmósfera sofisticada y absolutanente diferente.

Cuando la película, conocida en otros países hispanos como "Señales de amor", se estrenó en 2001 ya el restaurante era una leyenda pero ayudó a que en el resto del mundo fuera conocido, provocando estas oleadas de curiosos que esperan pacientemente a pedir de una carta que es inmensa, con innumerables platos que en algunos casos tienen nombres relacionados con el cine, servidos en porciones generosas y con precios razonables. Por supuesto, además de los originales de Warhol y otros artistas, las paredes están llenas de objetos, recuerdos, afiches, muñecos, prendas y mercancía que los clientes compran y llevan.

El periodista de  NOTICINE.com, ante el puente de Brooklyn (C.Fernández)Y, ¿el cine, las películas en cartelera?  No tuvimos suerte en Atlanta (en Nueva York era impensable ir a cine con las posibilidades que Antonia nos planteaba todas las mañanas cuando caminábamos hacia la estación del Metro) con  lo que alcanzamos a mirar: "Un funeral de muerte" del director Neil LaBute, el mismo de "Nurse Betty" quien ha logrado el peor de sus fracasos con una supuesta comedia que contiene una de las más escenas sucias y escatológicas con Danny Glover; "Océanos", un aburrido documental europeo distribuído por Disney; "Furry Vengeance / Peluda venganza" de Roger Kumble con Brendan Fraser y Brooke Shields sobre la pelea que sostiene un urbanizador contra los animales del bosque que se oponen a la construcción de unas casas y, por supuesto, la segunda parte de "Sexo en Nueva York / Sexo en la ciudad", lamentable. El verano siempre riñe con la calidad del cine de Hollywood.

En el viaje de regreso a Atlanta, tomamos otros caminos para poder entrar a Washington y otras ciudades. Salimos a las 7 de la mañana y a las 10 de la noche ya estábamos en el garaje de la casa de Antonia y sus papás en Duluth.

Lecturas: una novela del estupendo John Grisham y la biografía de Audrey Hepburn escrita por Donald Spoto en la que revela la insaciable sexualidad de una chica sofisticada, sufrida y desconfiada.

Luego del asombro al redescubrir el universo de Manhattan con los ojos de ellos tres, y el ritual de "Serendipity", toda una peregrinación, nos queda la última imagen antes de marcharnos al aeropuerto: en todos los jardines de casas y edificios, pequeñas y alineadas, una cruz blanca con su bandera y el nombre de un militar de Estados Unidos caído en servicio en cualquier lugar del mundo. Para el Memorial Day, familiares, amigos y ciudadanos recordaban a sus muertos valientes con esa sencilla ofrenda. En una época de rituales.

Duque, con Antonia y su madre Margarita, ideóloga del viaje (C.Fernández)