Colaboración: Robert de Niro, padre nuestro

por © P.L./-NOTICINE.com
De Niro con un cuadro de su padre
De Niro con un cuadro de su padre
Por Sergio Berrocal *

En un mundo de zarandajas metafísicas, de zafiedad mediática, de disparate continuado e interminable , hay que meterse en la entrañas de una película bien elegida para oler a bienaventuranza humana. Aunque a veces te encuentras la sorpresa de la sonrisa enamorada de la vida en una estrella de Hollywood a la que no observas delante de la cámara, que olvida su ego para ensalzar con la cordura del amor al hombre que le dio la vida y quizá el talento.

Vivo y muero en el sur de España, en esa Andalucía que pierde su profundidad en la Costa del Sol, playas donde se estrellan las olas del fin de Europa con próxima parada en el norte de África.

En este país que ha perdido su alma por el turismo, por algunos puñados de libras esterlinas y marcos, antes del euro, se conserva una tradición de película.

Ha sido siempre normal y aceptado en Andalucía la devoción por los padres, sobre todo por la madre, que tiene más fandangos que cualquier virgen que los andaluces, Ulises de la sensualidad, adoran y veneran.

La madre, y a veces hasta el padre, cuando el vino lo permite, se funden en ese cante jondo flamenco que es como píldoras de sentimientos.

El andaluz adora a su madre y a su padre por encima de toda consideración. Y raramente los deja morir en la indiferencia de una cama sin compañía.

Los andaluces justifican esta actitud argumentando que a ellos se lo deben todo. Y los respetan por los siglos sigilosos o barulleros amén.

Mientras en casi el resto de Europa, los hijos soportan a sus padres sólo hasta meterlos en un asilo, en Andalucía, que nada tiene que ver con ese conglomerado esotérico y absurdo de países europeos, los miman y, la mayoría de las veces, se hacen cargo de ellos cuando llega la vejez, como algo natural que no puede ponerse en manos de extraños.

Sábado con viento de levante y luz que ni siquiera Van Gogh encontró jamás en el midi de Francia, ese midi sur maravilloso que cantaron poetas. Y yo apuesto a que se suicidó allí porque los trigales franceses le alteraron el entendimiento de la vida.

Van Gogh hubiese vivido hasta la edad del recogimiento de los padres si hubiese elegido Andalucía cuando huyó de Holanda primero y luego de París.

Hace muy poco, Robert de Niro viajó a Niza. El diario Le Monde da cuenta de esta visita pero destaca que estuvo principalmente allí para inaugurar una exposición de cuadros pintados por su padre,  Robert de Niro Sr.,  en el museo Matisse de esa ciudad sureña francesa que es como la hermana mayor de Cannes, el pueblo sede del primer festival cinematográfico del mundo, que se encuentra a unos veinte kilómetros.

Lo que me ha llamado la atención es que el periódico resaltase que De Niro habló sobre todo de la exposición del padre, quien por lo visto es un pintor cotizado, que expuso en el museo Guggenheim hace treinta años.

“Siempre he estado muy orgulloso de mi padre –dijo De Niro-. Y expongo cuadros suyos en el hotel que poseo. Él ha sido el encargado de dibujar el menú de mi restaurante”.

El pintor vivió unos años en Francia cuando la futura estrella tenía sólo dieciocho años. Lo que uno no sabía es que aprovechó esa pasión de su papá por el paraje natural de los impresionistas para meterse por primera vez en el cine como extra en la película “Trois chambres à Manhattan” de Marcel Carné.

Un sábado, antes del de Gloria, antes del de la pasión de Jesús, me encontré a un pintor en el mercadillo que hay debajo de mi casa.

El hombre pinta con un desenfado amable no exento de talento bajo un sombrero de paja.

Y ahora, cada vez que me tropiezo con su rostro de castellano sonriente exiliado en el sur, me pregunto si tendrá un hijo.

Y, sobre todo, si su hijo contará lo mismo de él.

(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro: "Crónicas sin güisqui" (www. publibook.com).