Colaboración: El domingo de John Huston

por © P.L.-NOTICINE.com
John Huston
John Huston
Por Sergio Berrocal*

Odio profundamente los domingos y ni siquiera he podido soportar de joven aquellos idílicos que el cantante Gilbert Becaud prometía en el aeropuerto parisiense de Orly, cuando ver despegar aviones era todo un espectáculo en technicolor para miles de ciudadanos aburridos que no tenían francos para subir a uno de esos maravillosos aparatos. Domingos malditos en los que el cartero nunca ha llamado a mi puerta más que una vez con un certificado cuajado de malas noticias, que significaban el doble de campanas por un cachito de mi mundo, sin que Gary Cooper pudiese hacer nada.

Estoy convencido de que las grandes malas películas han sido siempre preñadas en domingo, cuando el güisqui del mediodía puede saberte a cenizas y diamantes y el de la tarde a reconstituyente para tísicos que Thomas Mann mandaba recetar a sus médicos en la montaña mágica donde se morían los ricos con toda la elegancia de la dama de las camelias, agonizando en medio de su boudoir del centro de París, de sus ricos amantes y costosas flores.

Seguro que John Huston se inventó con Truman Capote la siniestra "Beat the Devil" (La burla del diablo) un domingo de insufrible aburrimiento y sin nada que beber.

Desde luego, son circunstancias atenuantes.

Le he dado muchas vueltas a este atraco a la inteligencia perpetrado con la complicidad de un Humphrey Bogart que no se había quitado la careta de "Casablanca", la verdad es que nunca pudo quitársela, una Jennifer Jones al borde de un ataque de nervios, y había razones suficientes para la histeria, una Gina Lollobrigida de manos regordetas en la inopia de su papelón y sin la menor fantasía y aún menos pan y amor.

Aunque probablemente lo más terrible del elenco sea ver al gran Peter Lorre gesticular como un muñeco de trapo perdido en una cervecería de Munich donde los nazis preparaban sus fechorías.

Odio los domingos, y ahora más, porque son días de mal agüero cuando no de catástrofe total.

Un domingo soleado de hace un siglo y cuatro semanas recibí en mi casa de París la más terrible noticia jamás contada, ni Cecil B. de Mille hubiese podido con ella.

Era la noticia exclusiva, el scoop,

Tan terrible que crees que se te ha acabado el mundo, que nunca más volverás a sonreír, ni tan siquiera vivir.

Que se te ha escurrido para siempre la ilusión,  lo juro y lo firmo.

Luego, pobrecito, te das cuenta de que aguantas todo lo que te echen, no porque seas Tarzán el de la selva sino porque la cobardía es humana y conserva y porque el alma de todos los días es más negra que la de algunos personajes de novela negra.

En este domingo de lluvias torrenciales, donde ni Mirna Loy se atrevería a salir a la calle de este Ranchipur de la Costa del Sol, me ha llegado otra esquela mortuoria.

Uno de los grandes periodistas que más he admirado en mi vida, el francés Roger Gicquel, acaba de fallecer a los 77 años de edad, de ese infarto que con suerte nos aguarda a todos.

Feo de pronóstico reservado, era un enorme comunicador llegado tarde a esta faena. Tenía 28 años cuando se decidió a abandonar su glamouroso trabajo en aquella  aviación comercial en la que las azafatas te sonreían y no te tiraban la bandeja por encima.

Una aviación de cuando había servicio a bordo, claro.

Entonces se metió en un periódico y saltó a los telediarios de TF1, el primer canal de la televisión francesa, donde entre los años setenta y ochenta se convirtió en la conciencia de toda Francia.

Cuando su rostro siniestramente serio y siempre acusador se metía en tu salón en un very close up imparable te sentías más culpable que Judas en Semana Santa.

Por cierto que el talentoso Gicquel no había pasado por ninguna de esas facultades de "ciencias de la información" que hoy unifican y fabrican periodistas en serie, sin que importe que no sepan escribir o que no tengan el menor talento.

Sobre mi manía a los domingos, digan lo que quieran, piensen lo que les de la gana, que ningún periodista lo hará por ustedes.

Pero recuerden lo que decía Melina Mercouri, "Nunca en domingo", con sirtaki, mambo o pasodoble.

(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro: "Crónicas sin güisqui" (www. publibook.com).