"El solista": Balada para dos amigos

por © NOTICINE.com
Downey Jr. y Foxx
Downey Jr. y Foxx


Por Alberto Duque López

Partió "El solista" de la historia real de un reportero y un músico vagabundo que se conocen en las calles de Los Angeles, conmueve a los lectores de un periódico, da lugar a un libro y ahora a una película que parecía destinada a figurar en los próximos premios Oscar, pero se quedó por el camino.

El 17 de abril de 2005, el periodista Steve López escribió en su columna semanal "Points West" de Los Angeles Times estas palabras simples: "Nathaniel se mostró tímido durante nuestro primer encuentro varios meses atrás, y un poco cauteloso. Retrocedió cuando me aproximé a decirle cómo la música de su violín convertía el estrépito que inundaba la zona de Pershing Square en una sinfonía urbana. "Gracias" dijo educadamente mientras se excusaba por su apariencia y me contaba que había tenido algunos inconvenientes pero que ya estaba listo para tocar mejor. La siguiente vez que nos encontramos, estaba reubicado en la boca del túnel de la calle Segunda, junto a Hill Street".

Así comienza la historia hermosa, tierna, solidaria y elocuente de la amistad de dos seres privilegiados. Uno, López, convertido en vocero de miles y miles de lectores y ciudadanos, identificados y gratificados con esos textos que siempre han reflejado la vida de una ciudad insensible, inhumana y distante como Los Angeles.

El otro, Nathaniel Anthony Ayers, un vagabundo negro a quien le diagnosticaron muchos años atrás (ahora tiene 60) un estado de  esquizofrenia que lo convirtió en un solitario para quien Beethoven era la única compañía, aún desde muy niño, cuando la madre lo encerraba en un sótano con su violín mientras ella atendía un salón de belleza.

En medio del tráfico cotidiano, López alcanzó a descubrir la figura de ese hombre talentoso que guardaba todas sus pertenencias en un carrito de supermercado, sin importar la lluvia ni el calor ni el hambre, y tocaba para si mismo, recordando quizás su paso fugaz por la escuela Julliard, luego de años penosos y miserables en Ohio.

El uno para el otro. López, sensible como pocos reporteros, logró convertir su personaje en símbolo de una ciudad ávida de héroes y en once publicaciones que fueron apareciendo hasta abril 20 de 2008, y en un libro titulado así, "El Solista", el periodista siguió paso a paso el proceso de conocimiento, descubrimiento, revelación y transformación de ese vagabundo que lloraba mientras escuchaba música y poco a poco supo despojarse de la desconfianza que le imponía  la soledad para aceptar la mano tendida del otro. En la web de Los Angeles Times se encuentran las notas, las columnas y los artículos de López sobre Nathaniel. Ambos siguen vivos, por supuesto.

Estos personajes, esta historia, este drama de esperanza y amistad han servido al director Joe Wright para hacer una película conmovedora con dos actores que logran los mejores personajes de sus exitosas carreras, Robert Downey Jr. y Jamie Foxx, volcados en una crónica simple y cotidiana que nos sitúa al borde de la calle para acompañarlos en esos diálogos que algunas veces son crueles, duros, desconfiados y vertiginosos, o en esas escenas que rozan lo ridículo, lo cómico, lo incómodo mientras comparten una frazada y unos cartones para dormir en la calle, antes que el negro rece el Padre Nuestro por los demás desposeídos de la tierra.

Wright, inmortalizado con esa obra maestra llamada "Expiación / Atonement", logra despertar el interés del espectador ante un proceso que avanza lento: primero la curiosidad del reportero ante el personaje del vagabundo; luego la certeza de encontrarse ante una historia que le servirá mucho a su columna en el periódico; después la tarea de lograr que el otro abra su memoria y su corazón para que el nuevo amigo pueda escribir; más tarde, la cercanía de los dos universos, la identificación de las palabras y las claves, y sobre todo, la simbiosis de esos dos personajes que, como todos los amigos, pelean, se insultan, se agraden, se distancian, se perdonan y buscan juntos los significados ocultos de tantas emociones nuevas.

El violín que apenas tiene dos cuerdas; la obsesiva cercanía a la estatua de Beethoven, la tarea suicida para recoger las basuras en medio de los autos veloces que cruzan las calles; el apego a su carrito de supermercado lleno de cosas inútiles; la reticencia a recibir dinero o ayuda de los demás; su decisión de apartarse de médicos y clínicas; el ansia de libertad materializado en las palomas que cruzan el cielo lleno de Beethoven; los recuerdos de la madre y la hermana que aparecen en medio de las peores crisis; los centenares de hombres y mujeres destrozados por la droga y el alcohol, recogidos en esos refugios que los conductores de veloces vehículos descubren de la mano de López; la timidez del uno y la desconfianza del otro; la sorpresa de esas escenas conmovedoras como la de la anciana que regala su valioso y amado cello; el encierro del niño con su violín mientras se producen los salvajes motines raciales en Cleveland; la conducta errática del violinista, como si pusiera a prueba la paciencia de quienes lo aman y ayudan, son algunos elementos que convierten esta película en caso aparte de una cartelera cada vez más mezquina.

Si el lector quiere profundizar en el drama de ambos personajes y su entorno luego de mirar la película, puede seguirles el rastro a través de los artículos de López. El 8 de mayo de 2005, por ejemplo, el reportero reconstruye la escena inverosímil en la que el músico toca ante una audiencia compuesta por drogadictos, beodos, vagabundos y ex delincuentes, rozados por las alas invisibles de la música que los abrazan.

El 29 de mayo, el uno trata de explicar y comprender y aceptar los demonios que azotan el alma del otro mientras el vecindario en que se mueven, se torna más peligroso. El 26 de junio, la columna cuenta cómo se siente Nathaniel al tocar ante un público verdadero después de 30 años, los nervios, las ganas de vomitar, la inseguridad y sobre todo, lo peor, el miedo que le hace temblar. El 7 de agosto conocemos mejor la actitud del personaje ante su inestabilidad mental, cómo rechaza cualquier ayuda y la agresividad que lo invade cuando alguien le propone una clínica, un tratamiento o un medicamento. Y así, sucesivamente.

Por supuesto, la vida ya no es la misma para Steve López y su amigo Nathaniel, quien en ocasiones se queda en la calle tocando el violín y el cello, o en el pequeño apartamento donde guarda su carrito de supermercado con sus cosas, o tomando vino con los melómanos que lo buscan para hablar de instrumentos mágicos o esos acordes de Beethoven que solo algunos privilegiados pueden entender. López publicó su libro "El Solista", colaboró con la película, sigue con su columna semanal en Los Angeles Times, ha publicado varios libros sobre otros temas y los turistas que llegan a la ciudad se sorprenden cuando, en la noche, los sorprende una música que se enrosca en las columnas de los puentes de las autopistas elevadas o en los árboles de los parques en las bocas de los túneles, buscan al intérprete y lo reconocen, perdido en las sombras. Sí, la vida de ambos personajes ha cambiado. La nuestra, con la película, también.