Colaboración: James Dean, 54 años después (y II)

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James Dean, un solitario
James Dean, un solitario


Por Alberto Duque López

Dicen sus biógrafos que en realidad, James Byron Dean no era de Fairmount.. Unico hijo de una familia de clase media de Marion, Indiana, creció allí bajo la mirada amorosa de su madre, Mildred Winslow, hasta que un cáncer fulminante la mató, convirtiendo para siempre a Jimmy en un huérfano de 8 años. Su padre, Winton Dean, lo envió a Fairmount al cuidado de unos primos mientras él permanecía en California para no perder su puesto de mecánico dental en el Hospital de Santa Mónica.

Criado así, con tíos, primos y abuelos en el Medio Oeste, Jimmy fue uno más del montón. Estudiaba poco, fumaba a escondidas y lo que más le gustaba era participar en las obras teatrales del colegio. Cuando terminó la secundaria se trasladó a California para iniciar sus estudios de Derecho en un vano intento por complacer a su padre. Con sus anteojos redondos, tímido hasta ser huraño, pendenciero y torpe con las chicas, sólo destacó en las obras de teatro, al punto que llegó a conseguir su primer trabajo como actor en un comercial de Coca-Cola, por el que le pagaron un puñado de dólares y el almuerzo.

Fue extra en una comedia de Jerry Lewis (“Sailor Beware”), en una película de guerra de Samuel Fuller (“Bayoneta calada”) y en un musical de Douglas Sirk (“¿Has Anybody Seen My Gal?”). Nada relevante, pero fue el comienzo. El celuloide le dio un lugar que jamás hubiera tenido como abogado: en el Salón de Honor de la Universidad de California puede verse hoy una máscara de oro con su cara, junto a las del poeta Keats y Beethoven.

Tras estudiar arte dramático en California con James Whitmore, en 1950 se trasladó a Nueva York para conocer a un grupo de iniciados -como el director Elia Kazan y el actor Marlon Brando- que se reunía en el Actors´ Studio en torno a la figura de Lee Strasberg. En pos de ese sueño hizo de todo: condujo un camión frigorífico, trabajó en un remolcador y hasta fue grumete de un yate.

Las mismas fuentes agregan que recién en 1954 consiguió la oportunidad de actuar en Broadway. Fue en las obras “See the Jaguar” y “The Inmoralist”, de André Gide, bajo la dirección de Daniel Mann, que le valió el Premio Revelación del Año y le produjo una entrevista con los hermanos Warner en el mejor de los momentos: la industria del cine necesitaba desesperadamente una estrella porque la competencia con la novedosa televisión era feroz.  Fue la primera víctima de sus múltiples defectos. Tenía una personalidad inestable, era promiscuo, calculador, maníacodepresivo y consumía drogas. Claro que se movió en un mundo donde todas estas condiciones eran más que frecuentes. Dicen que hacía lo posible por escandalizar, que escondía su dinero en un colchón, que se olvidaba de asistir a los ensayos y no estudiaba los diálogos. Muchos periodistas que intentaron entrevistarlo se sorprendieron frente a un muchacho que a veces no respondía más que incoherencias o se quedaba mudo mirando el vacío.

Y, sin embargo, todos destacan su particular manera de construir un personaje. Su mejor trabajo para el cine -y el suceso James Dean fue “Al este del paraíso / Al este del edén”, una creación del novelista John Steinbeck y del director Elia Kazan, que recreaba el drama de un hijo que decide rechazar a su padre hasta las últimas consecuencias, por sentirse a su vez rechazado. Y por primera vez en la historia del cine un galán lloró en plena pantalla reclamando el amor que un rígido padre no sabía dar.

Miles de jóvenes se identificaron con él. A tal punto que un producto inferior, “Rebelde sin causa”, arrasó meses después con la taquilla de los cines, tanto en los Estados Unidos como en las principales ciudades del mundo. La juventud se sentía representada por aquel antihéroe que frenaba en una picada al borde del abismo y reclamaba, con desesperación, que su padre asumiera el rol de conductor de la familia y no se dejara castrar por el egoísmo de una madre autoritaria.

Con ese personaje, James Dean puso fin a los tabúes que dividían, hasta entonces, a los colores en viriles y feminoides, haciendo vender en tres meses cuatro millones de chaquetas rojas similares a las que usó en la película. Y puso en órbita a una generación que consideraba que nada debía a sus padres, que se sentía defraudada por la falta de cariño y de autoridad -esto último un símbolo de protección- y que abominaba del dinero por el duro precio que costaba a los mayores.

Jim Backus, el actor que encarnó al padre de James en “Rebelde sin causa”, declaró a la revista Variety que "fue la primera vez en la historia del cine que un muchacho de 24 años, que sólo había interpretado otra película antes, se vio convertido prácticamente en el co-director del largometraje".

No era de fácil trato. Pasaba del abatimiento absoluto a la euforia total. Le gustaban las camisetas, los jeans y las botas de cuero. Se presentaba así vestido a las fiestas de gala. Le gustaba llamar permanentemente la atención. Idolatraba la muerte. En una ocasión le preguntaron qué era lo que más respetaba. No lo dudó: "Es fácil. La muerte. Es la única cosa que respeto. Es la única verdad inevitable, innegable. Todo lo demás se puede cuestionar, pero la muerte es verdadera. En ella reside la única nobleza y la única esperanza".

Una biografía de Paul Alexander, “Boulevard of Broken Dreams”, afirma que Dean era "masoquista y homosexual" y que "le gustaba tanto hacerse quemar los brazos con cigarrillos, que sus amigos más íntimos lo habían bautizado el cenicero humano". Basándose, según decía, en entrevistas realizadas a lo largo de tres años con amigos del actor y de hombres que supuestamente mantuvieron relaciones sexuales con él, "Dean era un homosexual asumido, que odiaba a las mujeres, pero que se veía obligado a frecuentarlas porque la empresa Warner se lo exigía".

Según Alexander, los primeros intentos de Dean por ingresar al mundo de Hollywood se acompañaron de numerosos contactos homosexuales con directores de cine que le prometían papeles en sus películas. Entre los amantes que habría frecuentado, Alexander menciona a Roger Brackett, director de una radio con quien Dean habría convivido varios meses.Y especialmente Sal Mineo, un compañero de “Rebelde sin causa”, considerado el primer joven que protagonizó a un gay en el cine, tal como afirma el crítico español Terence Moix.

La realidad era que Dean (un promiscuo compulsivo que se acostaba indistintamente con hombres y mujeres) cada vez sentía menos interés por el sexo convencional. Cuenta Kenneth Anger en “Hollywood Babylonia” que Dean era bien conocido en los locales sadomasoquistas, donde le habían colgado el apodo de Cenicero Humano. "El perito que examinó el cadáver de Jimmy después de su accidente señaló que tenía una constelación de cicatrices en el torso", escribe Anger al referirse a las quemaduras de cigarrillos y heridas de botas que al parecer tenía por todo el cuerpo.

Sólo tres rodajes fueron suficientes para que Dean arrastrase una fama de actor insoportable. Elia Kazan dijo de él: "Dirigir a James Dean era como dirigir a la perra Lassie. Unas veces tenías que aterrorizarle, otras halagarle, darle golpecitos cariñosos en la espalda o pegarle una patada en el trasero, según lo que quisieras obtener de él. Era instintivo y estúpido a la vez". Kazan añadió: "Tenía la peculiaridad de que, captado en plano general, resultaba mucho más expresivo que en los primeros planos". Se refería el director a lo que el crítico de The New York Times, que se encargó de analizar “Al este del Edén”, tachó de insoportables "contorsiones, pucheros y tics". "Un despliegue de ineptitud", añadía.

Andy Warhol dijo que James Dean representó el alma maltratada y hermosa de nuestros tiempos. Y Marlon Brando, el hombre al que Dean veneró e imitó, añade en “Las canciones que mi madre me enseñó”, su autobiografía: "Dean dejó de imitarme. Seguía teniendo inseguridades, pero acabó siendo dueño de sí mismo. Estuvo fantástico en “Gigante” y el público se identificó con su dolor, lo convirtieron en héroe de culto. Creo que habría sido un gran actor. Pero murió y el mito lo sepultó”.

James Dean, un solitarioNadie quiere olvidar la escena que casi ninguno presenció. Eran las 12:45 del 30 de septiembre de 1955. Quinientos kilómetros separaban Los Angeles de Salinas y, acompañado por su mecánico alemán Rulf Wuretherich, Dean decidió recorrerlos guiando su último modelo al que llamaba “The Little Bastard”.  Dicen que puso su Porsche rojo a 150 kilómetros por hora en la Autopista 46, Paso Robles, rumbo a Salinas. Su mecánico, que salió ileso, afirmó que cuando iban por la ruta se les cruzó un Ford a gran velocidad, conducido por otro joven. Que Dean  trató pero no pudo esquivarlo. Se incrustó bajo el Ford, perdiendo la vida al instante.

Entre los pliegues de su mítica chaqueta de cuero rojo estaba la medalla de San Cristophe que le había dado el único gran amor de su vida (obligada a casarse con otro): la actriz italiana Pier Angeli. Dean solía asegurar, con sonrisa triste, que nunca le iba a pasar nada gracias a esa medalla.

Sin embargo, la noche anterior le dejó su gato a su amiga y compañera de filmación Elizabeth Taylor para que se lo cuidara, le dijo, porque temía que algo le pasara. Fue el abanderado de una generación que coqueteaba con la muerte con la misma insolencia con que absorbía la vida. Faltaban diez años para los Beatles, y trece para el Mayo francés, cuando la juventud de Occidente quiso cambiar la Historia. Fue el primer rebelde, en tiempos en que la rebeldía juvenil era, como hoy, 50 años después, individual y apolítica.

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