Colaboración: Un solitario llamado John H. Dillinger
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Por Alberto Duque López
En la avenida Lincoln, en pleno corazón de Chicago y marcado con el número 2433 funciona un cine que antes se llamaba Biograph y ahora, Victoria Gardens Biograph. Junto a las puertas y la taquilla, sobre un andén amplio que los empleados se esmeran en mantener libre de basuras, en la noche del 22 de julio de 1934 un antisocial llamado John H. Dillinger fue destrozado a balazos por más de 30 policías y agentes del FBI que lo esperaban ansiosamente mientras miraba una película de hampones, "Manhattan Melodrama" con Clark Gable, acompañado por dos mujeres.
Tenía 31 años. Catorce meses atrás había salido de la cárcel con libertad provisional luego de pagar 9 años encerrado por un delito menor. Durante sus últimos y agonizantes meses, hizo de todo: robó bancos grandes y pequeños (en plena Depresión se convirtió en héroe para millones de hombres y mujeres empobrecidos que se sintieron vengados de esos banqueros poderosos y gordos), mató e hirió a numerosas personas, escapó de encerronas en una cárcel y un bosque, y fue bautizado por el director del FBI, Edgard Hoover, como el enemigo público número uno.
Como la distancia entre el cine y la realidad es mezquina, un niño que después se convertiría en director de cine, Michael Mann, iba con su madre al Biograph y contemplaba las fotos de Dilllinger, expuestas junto a las oscuras cortinas en recuerdo de uno de los héroes más populares de la ciudad.
Mann, uno de los grandes realizadores actuales ("Heat", "El Informante", "Collateral", "Hunter" y "Miami Vice" entre otras), ha filmado "Enemigos Públicos" en algunos de los lugares históricos de la vida y la muerte del hampón, una película que algunos califican como "impecable, pulcra, lacónica, imaginativa, sofisticada, minuciosa, elegante, distante y cerebral", con dos actores que seguramente serán nominados al Oscar, Johnny Depp como este gangster que no era cruel ni sanguinario pero gozaba lo que hacía mejor en la vida, robar y escapar, y Christian Bale como Melvin Purvis, el agente del FBI que dirige con paciencia, estoicismo y soledad la cacería del enemigo, profundizando de nuevo en una de las grandes obsesiones del director: el juego de los rivales, el enfrentamiento con el otro, los espejos, las miradas compartidas.
Este 22 de julio, como viene ocurriendo desde hace 75 años, miles de admiradores recordaron a Dillinger entrando al Biograph donde exhibían la película de Mann, comiendo en las cafeterías vecinas, visitando el hotelito Little Bohemia donde su habitación permanece intacta (al norte de Wisconsin) y recorriendo los bosques vecinos donde los árboles conservan huellas de los tiroteos con la policía.
Para que la celebración fuera más ajustada a la realidad, muchos compartieron dos anécdotas sobre el rodaje de "Enemigos Públicos": al caer boca arriba sobre el andén, ensangrentado, Johnny Depp debió contemplar el mismo pedazo de cielo mirado por Dillinger y, en algún momento de la filmación, el actor vistió la ropa que el personaje acostumbró a usar. No imitaciones. Las originales.
Hollywood siempre ha sentido adoración por este personaje controvertido y sus hazañas ocupan varias películas, algunas de ellas desechables: "Dillinger" de Max Nossek, 1945, con un pésimo actor, Lawrence Tierney quien logró un bandido irreal, más cruel de lo que fue y desdibujado en sus perversiones, tanto, que la Academia impidió que el guión ganara un Oscar como el mejor de ese año. Durante los primeros minutos, el padre del delincuente hace una introducción a la sangrienta y breve vida del hijo, y dura apenas una hora con diez minutos.
En 1973, John Milius realizó la que algunos consideran su obra maestra, "Dillinger" con Warren Oates y Ben Johnson en los dos papeles principales. Los historiadores destacan la escena en que Purvis habla con un niño de la calle y descubre que el hampón es más popular que los policías. Por supuesto, el FBI obligó a los productores a colocar una advertencia al final.
Algunos comparan este "Dillinger" con otras joyas del género violento, como "Bonnie & Clyde" de Penn, "La pandilla salvaje / Grupo salvaje" de Peckinpah, "La masacre de Chicago" de Roger Corman y "La pandilla Grissom" de Robert Aldrich. Bueno, sin contar las películas de Coppola y Scorsese y De Palma, por supuesto. También están "Young Dillinger" con Nick Adams, 1965; "Baby Face Nelson" de Don Siegel, con Leo Gordon como Dillinger; "The Lady in Red" de Lewis Teague, escrita por John Sayles con Robert Conrad como Dillinger; "Dillinger y Capone" de John Purdy, con Martin Sheen como el primero de los personajes.
Basada en un libro de más de 600 páginas escrito por el periodista de Vanity Fair, Brian Burrough, "Public Enemies: America´s Greatest Crime Wave and the Birth of The FBI, 1933-1934", la película se centra en esos catorces meses que le restan al personaje y utiliza, aún en las crueles y sangrientas escenas de las batallas campales, un tono reposado, elegante, frío, contemplativo que busca, más que el espectáculo de la muerte y el dolor, analizar las reacciones de un Dillinger que no se descompone ni despeina, que siempre va con sombrero, abrigo y elegantes trajes a rayas, que usa espejuelos oscuros y redondos además de un incipiente bigote que no esconde su cara de niño.
Este es un Dillinger que dispara y mata solo a los policías, que despoja a los banqueros pero no a los clientes que yacen asustados en el suelo, que desprecia la vulgaridad, el salvajismo, la impaciencia, la codicia y la ambición de sus compañeros de banda, un personaje que, como dijo alguien, tiene la textura, la belleza, la transparencia, la levedad y el horror logrados por Alain Delon en la película de Jean Pierre Melville, "El Samurai". No en balde, Mann ha sido comparado en su estilo con el director francés.
Un Dillinger que reconoce la idolatría que miles sienten por él, que goza con su fama (el padre, luego de su muerte, se dedicó a dictar conferencias sobre el hijo), no conoce el miedo pero tampoco tiene ganas de morirse, capaz de entrar al cuartel de policía, caminar entre los uniformados, recorrer las oficinas y sonreír ante las paredes llenas con sus fotos y avisos de recompensa, o estar tranquilo en el cine mientras en la pantalla piden a los espectadores que miren al vecino para identificar y denunciar al fugitivo, o permanecer en su automóvil mientras en las esquinas los policías pasan a su lado sin reconocerlo, o cuando decide ir al cine esa noche.
Quizás le mejor definición de este hombre que, en plena Depresión (la película evita mostrar como otras que retratan esa época, las colas de desempleados hambrientos en busca de sopa y pan) roba a los ricos, se burla de la Ley y sostiene un pulso con su rival Purvis (Bale, formidable y también ascético, sin emociones, presionado por el canalla de Hoover), esté contenida en la respuesta que lanza a la bella Billie Frechette (Marion Cotillard), cuando ésta, acosada por ese hombre elegante que no dejaba de mirarla (ella trabaja en el guardarropa de un club nocturno), le pregunta quién es, qué hace y él responde: "Me gustan el béisbol, el cine, la buena ropa, los autos veloces, el whisky y tú" Antes, ella le había preguntado en qué trabajaba y respondió con sinceridad: "Robo bancos".
Ella era mitad india y mitad francesa y compartieron un encendido romance que la película explota, en medio de varias separaciones. Ese 22 de julio de 1934 ya no estaban juntos por razones que el espectador conocerá y él andaba con una joven prostituta, Polly Hamilton (interpretada con inocencia por la sensual Leelee Sobieski, descubierta por Kubrick) y Ana Sage, una rumana que aceptó traicionarlo para evitar que la deportaran. Para que no hubiera confusión alguna, esa noche llevaba un traje rojo.
Obsesionado como Kubrick por los adelantos técnicos, Mann utiliza de nuevo cámaras digitales de alta definición que le imprimen una paleta de tonos ocres semejante a un documental y permiten según el director de fotografía Dante Spinotti (en su quinta película con el director), descubrir los secretos de la noche, especialmente en las escenas claves donde las sombras y las figuras aparecen y desaparecen, amenazantes. Sobre todo, la carnicería en medio del bosque. O las escenas del Biograph.
"Enemigos Públicos" es más que una película de hampones y policías de los años treinta. Igual que los grandes maestros que lo influyen en su concepción del relato cinematográfico y los significados de sus personajes, Mann contempla y comparte el espectáculo doloroso, mezquino, vanidoso, egoísta, solitario de la naturaleza humana en su peor estado, esa naturaleza capaz de generar bestias provocadoras como Dillinger, sus compinches de entonces (Homer Van Meter, John "Rojo" Hamilton, Harry Pierpont, Baby Face Nelson y otros), sus contemporáneos Bonnie & Clyde y Mamá Barker y después Al Capone, y por supuesto, como dice Michael Mann, los ladrones de ahora, los de las pirámides y los bancos transnacionales y los elegantes estafadores.
Y una última anotación, sobre la música. Además de la banda sonora compuesta por Elliot Goldenthal, encontramos joyas como "I am Blue" de Billie Holiday, Diana Krall interpretando "Bye Bye Blackbird", además de algunos blues con Blind Willie Johnson y Otis Taylor, y temas religiosos históricos. Una delicia.
En la avenida Lincoln, en pleno corazón de Chicago y marcado con el número 2433 funciona un cine que antes se llamaba Biograph y ahora, Victoria Gardens Biograph. Junto a las puertas y la taquilla, sobre un andén amplio que los empleados se esmeran en mantener libre de basuras, en la noche del 22 de julio de 1934 un antisocial llamado John H. Dillinger fue destrozado a balazos por más de 30 policías y agentes del FBI que lo esperaban ansiosamente mientras miraba una película de hampones, "Manhattan Melodrama" con Clark Gable, acompañado por dos mujeres.
Tenía 31 años. Catorce meses atrás había salido de la cárcel con libertad provisional luego de pagar 9 años encerrado por un delito menor. Durante sus últimos y agonizantes meses, hizo de todo: robó bancos grandes y pequeños (en plena Depresión se convirtió en héroe para millones de hombres y mujeres empobrecidos que se sintieron vengados de esos banqueros poderosos y gordos), mató e hirió a numerosas personas, escapó de encerronas en una cárcel y un bosque, y fue bautizado por el director del FBI, Edgard Hoover, como el enemigo público número uno.
Como la distancia entre el cine y la realidad es mezquina, un niño que después se convertiría en director de cine, Michael Mann, iba con su madre al Biograph y contemplaba las fotos de Dilllinger, expuestas junto a las oscuras cortinas en recuerdo de uno de los héroes más populares de la ciudad.
Mann, uno de los grandes realizadores actuales ("Heat", "El Informante", "Collateral", "Hunter" y "Miami Vice" entre otras), ha filmado "Enemigos Públicos" en algunos de los lugares históricos de la vida y la muerte del hampón, una película que algunos califican como "impecable, pulcra, lacónica, imaginativa, sofisticada, minuciosa, elegante, distante y cerebral", con dos actores que seguramente serán nominados al Oscar, Johnny Depp como este gangster que no era cruel ni sanguinario pero gozaba lo que hacía mejor en la vida, robar y escapar, y Christian Bale como Melvin Purvis, el agente del FBI que dirige con paciencia, estoicismo y soledad la cacería del enemigo, profundizando de nuevo en una de las grandes obsesiones del director: el juego de los rivales, el enfrentamiento con el otro, los espejos, las miradas compartidas.
Este 22 de julio, como viene ocurriendo desde hace 75 años, miles de admiradores recordaron a Dillinger entrando al Biograph donde exhibían la película de Mann, comiendo en las cafeterías vecinas, visitando el hotelito Little Bohemia donde su habitación permanece intacta (al norte de Wisconsin) y recorriendo los bosques vecinos donde los árboles conservan huellas de los tiroteos con la policía.
Para que la celebración fuera más ajustada a la realidad, muchos compartieron dos anécdotas sobre el rodaje de "Enemigos Públicos": al caer boca arriba sobre el andén, ensangrentado, Johnny Depp debió contemplar el mismo pedazo de cielo mirado por Dillinger y, en algún momento de la filmación, el actor vistió la ropa que el personaje acostumbró a usar. No imitaciones. Las originales.
Hollywood siempre ha sentido adoración por este personaje controvertido y sus hazañas ocupan varias películas, algunas de ellas desechables: "Dillinger" de Max Nossek, 1945, con un pésimo actor, Lawrence Tierney quien logró un bandido irreal, más cruel de lo que fue y desdibujado en sus perversiones, tanto, que la Academia impidió que el guión ganara un Oscar como el mejor de ese año. Durante los primeros minutos, el padre del delincuente hace una introducción a la sangrienta y breve vida del hijo, y dura apenas una hora con diez minutos.
En 1973, John Milius realizó la que algunos consideran su obra maestra, "Dillinger" con Warren Oates y Ben Johnson en los dos papeles principales. Los historiadores destacan la escena en que Purvis habla con un niño de la calle y descubre que el hampón es más popular que los policías. Por supuesto, el FBI obligó a los productores a colocar una advertencia al final.
Algunos comparan este "Dillinger" con otras joyas del género violento, como "Bonnie & Clyde" de Penn, "La pandilla salvaje / Grupo salvaje" de Peckinpah, "La masacre de Chicago" de Roger Corman y "La pandilla Grissom" de Robert Aldrich. Bueno, sin contar las películas de Coppola y Scorsese y De Palma, por supuesto. También están "Young Dillinger" con Nick Adams, 1965; "Baby Face Nelson" de Don Siegel, con Leo Gordon como Dillinger; "The Lady in Red" de Lewis Teague, escrita por John Sayles con Robert Conrad como Dillinger; "Dillinger y Capone" de John Purdy, con Martin Sheen como el primero de los personajes.
Basada en un libro de más de 600 páginas escrito por el periodista de Vanity Fair, Brian Burrough, "Public Enemies: America´s Greatest Crime Wave and the Birth of The FBI, 1933-1934", la película se centra en esos catorces meses que le restan al personaje y utiliza, aún en las crueles y sangrientas escenas de las batallas campales, un tono reposado, elegante, frío, contemplativo que busca, más que el espectáculo de la muerte y el dolor, analizar las reacciones de un Dillinger que no se descompone ni despeina, que siempre va con sombrero, abrigo y elegantes trajes a rayas, que usa espejuelos oscuros y redondos además de un incipiente bigote que no esconde su cara de niño.
Este es un Dillinger que dispara y mata solo a los policías, que despoja a los banqueros pero no a los clientes que yacen asustados en el suelo, que desprecia la vulgaridad, el salvajismo, la impaciencia, la codicia y la ambición de sus compañeros de banda, un personaje que, como dijo alguien, tiene la textura, la belleza, la transparencia, la levedad y el horror logrados por Alain Delon en la película de Jean Pierre Melville, "El Samurai". No en balde, Mann ha sido comparado en su estilo con el director francés.
Un Dillinger que reconoce la idolatría que miles sienten por él, que goza con su fama (el padre, luego de su muerte, se dedicó a dictar conferencias sobre el hijo), no conoce el miedo pero tampoco tiene ganas de morirse, capaz de entrar al cuartel de policía, caminar entre los uniformados, recorrer las oficinas y sonreír ante las paredes llenas con sus fotos y avisos de recompensa, o estar tranquilo en el cine mientras en la pantalla piden a los espectadores que miren al vecino para identificar y denunciar al fugitivo, o permanecer en su automóvil mientras en las esquinas los policías pasan a su lado sin reconocerlo, o cuando decide ir al cine esa noche.
Quizás le mejor definición de este hombre que, en plena Depresión (la película evita mostrar como otras que retratan esa época, las colas de desempleados hambrientos en busca de sopa y pan) roba a los ricos, se burla de la Ley y sostiene un pulso con su rival Purvis (Bale, formidable y también ascético, sin emociones, presionado por el canalla de Hoover), esté contenida en la respuesta que lanza a la bella Billie Frechette (Marion Cotillard), cuando ésta, acosada por ese hombre elegante que no dejaba de mirarla (ella trabaja en el guardarropa de un club nocturno), le pregunta quién es, qué hace y él responde: "Me gustan el béisbol, el cine, la buena ropa, los autos veloces, el whisky y tú" Antes, ella le había preguntado en qué trabajaba y respondió con sinceridad: "Robo bancos".
Ella era mitad india y mitad francesa y compartieron un encendido romance que la película explota, en medio de varias separaciones. Ese 22 de julio de 1934 ya no estaban juntos por razones que el espectador conocerá y él andaba con una joven prostituta, Polly Hamilton (interpretada con inocencia por la sensual Leelee Sobieski, descubierta por Kubrick) y Ana Sage, una rumana que aceptó traicionarlo para evitar que la deportaran. Para que no hubiera confusión alguna, esa noche llevaba un traje rojo.
Obsesionado como Kubrick por los adelantos técnicos, Mann utiliza de nuevo cámaras digitales de alta definición que le imprimen una paleta de tonos ocres semejante a un documental y permiten según el director de fotografía Dante Spinotti (en su quinta película con el director), descubrir los secretos de la noche, especialmente en las escenas claves donde las sombras y las figuras aparecen y desaparecen, amenazantes. Sobre todo, la carnicería en medio del bosque. O las escenas del Biograph.
"Enemigos Públicos" es más que una película de hampones y policías de los años treinta. Igual que los grandes maestros que lo influyen en su concepción del relato cinematográfico y los significados de sus personajes, Mann contempla y comparte el espectáculo doloroso, mezquino, vanidoso, egoísta, solitario de la naturaleza humana en su peor estado, esa naturaleza capaz de generar bestias provocadoras como Dillinger, sus compinches de entonces (Homer Van Meter, John "Rojo" Hamilton, Harry Pierpont, Baby Face Nelson y otros), sus contemporáneos Bonnie & Clyde y Mamá Barker y después Al Capone, y por supuesto, como dice Michael Mann, los ladrones de ahora, los de las pirámides y los bancos transnacionales y los elegantes estafadores.
Y una última anotación, sobre la música. Además de la banda sonora compuesta por Elliot Goldenthal, encontramos joyas como "I am Blue" de Billie Holiday, Diana Krall interpretando "Bye Bye Blackbird", además de algunos blues con Blind Willie Johnson y Otis Taylor, y temas religiosos históricos. Una delicia.