Un valle de lágrimas: Oscars emocionantes y emocionados

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Kate Winslet
Kate Winslet (AP)
Por Alberto Duque López

La ceremonia de este domingo o lunes, según los horarios, será recordada dentro de algunos meses como la ocasión estupenda que nos sirvió a quienes vivimos en, por, hacia, antes y después del cine para comprobar que los actores, perfectos y hermosos y millonarios también son humanos y que un reconocimiento, un premio, una sorpresa o una decepción los iguala a cualquier mortal que tampoco  puede evitar las lágrimas, las manos temblorosas y la voz desgarrada bajo el peso de las emociones, alegres o dolorosas.

En esta ceremonia de ayer hubo muchas lágrimas, muchos lloraron de contento o de nostalgia, muchos se abandonaron a los recuerdos y no les importó que las innumerables cámaras que rastreaban o volaban en el escenario o entre los miles de invitados al teatro Kodak los captaran con los ojos húmedos o cerrados o apenas abiertos mientras el recuerdo o la gloria o la desgracia de algún amigo eran convocados a este ritual, sí, fue diferente en muchos aspectos. Y sobre todo, teniendo en cuenta a sus realizadores encabezados por Bill Condon, muy musical.

Hubo lágrimas cuando un vacilante pero entusiasta Jerry Lewis agradeció el premio entregado a su vida y obra por un mesurado Eddie Murphy.

Hubo lágrimas cuando recordaron a los ausentes, especialmente figuras tan amadas como Paul Newman y Sydney Pollack.

Hubo lágrimas cuando los padres y la hermana de Heath Ledger recibieron el premio póstumo del joven actor por su papel en “El caballero de la noche”.

Hubo lágrimas cuando cinco directores, cinco actores y cinco actrices ganadores del Oscar en años anteriores resumieron los méritos, las carreras y los logros de sus respectivos colegas nominados, especialmente Robert de Niro hablando de Sean Penn o Sophia Loren exaltando a Meryl Streep o Anthony Hopkins dirigiéndose a Brad Pitt, mientras los homenajeados apenas podían mover las cabezas y las manos para agradecer tales muestras de solidaridad.

Hubo lágrimas cuando Penélope dedicó su legendario Oscar a todos los españoles y en especial a sus compañeros de oficio, los actores.

Hubo lágrimas cuando Kate Winslet en una nerviosa y extensa intervención resumió el esfuerzo de una película difícil, en términos financieros, como ”El Lector”.

Hubo lágrimas cuando Sean Penn, brindándole el Oscar a un tranquilo Rourke habló de la necesidad de seguir luchando por los derechos de los homosexuales, sobre todo en California donde fue votada en noviembre la prohibición de matrimonios entre homosexuales.

Hubo lágrimas cuando los productores, el novelista, el guionista y los actores de la película ganadora de ocho premios, “¿Quiere ser millonario?” se unieron en un gran abrazo para festejar la máxima consagración, el Oscar a la mejor película del año: todos lloraban, se abrazaban, saltaban y reían.

Era la celebración del cine, es decir, de la vida y las lágrimas eran significativas.

Era la celebración de los mejores, sobre todo en el caso de los actores premiados, Penn y Winslet con sus personajes descastados, a contra corriente, tratando de enderezar sus vidas, rechazados y atacados por sus ideas y sus actos. La celebración de una película vital y controvertida como la gran ganadora (nuestra favorita sigue siendo “El Lector”) y la sorpresa con el Oscar a la película japonesa por encima de las dos favoritas y más conocidas.

Que uno llore en el cine es normal. Que uno llore con sus estrellas favoritas, viéndolas llorar y emocionarse en la vida real, ya supera cualquier cálculo de la nostalgia o la ternura.