"El lector": La vergüenza y la culpa en voz alta

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'El lector'
'El lector'
Por Alberto Duque López

Uno de los más emocionantes momentos del cine contemporáneo se produce casi al final de "The reader / El lector" (el título de la novela en alemán, "Der Vorleser", quiere decir "el lector en voz alta"), cuando la protagonista, Hanna Schmitz (Kate Winslet), enferma, envejecida y encerrada en una cárcel por sus "crímenes de guerra", aprende a leer ella sola, estimulada por los cassettes que le llegan desde el otro lado de los muros y el libro que presta en la biblioteca de la prisión, "La dama del perrito".

Es un proceso lento, aburrido, interminable y doloroso pero para ella, estigmatizada y perseguida y no perdonada, es un claro ejercicio de limpieza y exorcismo de un pasado oscuro que ni los espectadores, ni los demás personajes de la historia conocen hasta cuando es llevada a juicio con otro grupo de guardianas de Auschwitz. En medio del público, mimetizado, sufre y llora el estudiante de Derecho que varios años atrás, antes de entrar a su cuerpo hermoso, húmedo y rosado, le leía los libros de su colegio.

Entonces, después de largos años de silencio, el ahora brillante abogado Michael Berg (un Ralph Fiennes más sombrío, enigmático y silencioso que nunca), al separarse de su mujer y reordenar su biblioteca encuentra los libros de su juventud, y comienza un ritual que se prolonga: le graba cassettes con las mismas historias de entonces ("La Odisea", "Huckleberry Finn", "Tin Tin", "La Isla del Tesoro" entre otros títulos), le regala una grabadora y le devuelve el interés por la vida. Hanna escucha la voz del hombre a quien sigue llamando "niño", la compara con el texto del libro, marca las palabras, aprende cómo suenan y qué apariencia tienen. A los cuatro años de ese ritual, ella le envía su primera carta, dos líneas con letras torcidas e infantiles.

"El Lector", basada en la exitosa e inquietante novela de Bernhard Schlink, dirigida por Stephen Daldry ("Las Horas" y "Billy Elliott") y protagonizada además de Winslet y Fiennes por un joven actor estupendo, David Cross, podría  ser mirada como la historia de amor de una mujer madura y un jovencito con 20 años de diferencia, un amor salvaje, posesivo, destructor y amargo que dura el verano de 1958 cuando ella, en un gesto de piedad lo descubre en el portal de su viejo edificio en Neustadt, Alemania, vencido por la escarlatina (en la novela sufre de hepatitis), y lo acompaña hasta su casa donde quedará encerrado durante tres meses.

Recuperado, regresa agradecido con flores, la ayuda a subir dos baldes con carbón, se tizna el cuerpo y la ropa, ella lo baña, descubre su erección y con paciencia, humor, ternura y deseo lo inicia en esas relaciones sexuales que compartirán todos los días, cuando ella regrese de su trabajo como cobradora en el tranvía, de una manera desaforada, hambrienta e incansable, mientras la cámara se recrea con la piel rosada, suave y brillante de una Kate Winslet madura y deseable. Ella tiene 36 años; él, 15. Es una maestra imaginativa e incansable. Es un alumno sorprendido y voraz.

En ese segundo encuentro, él descubre las delicias y las sorpresas del sexo. En el tercero, descubren e intercambian sus nombres, Hanna y Michael, y le habla en latín y griego. En la cuarta cita, en la bañera, ella le dice, "Eres bueno" y él le responde, "Pensé que no era bueno para nada". En la quinta cita discuten, pelean, se alejan y reconcilian, y descubren otro placer: copular después de compartir un libro. Ella escucha, desnuda y espléndida. El, lee en voz alta cada día un libro diferente, interpretando las voces de los personajes. La felicidad completa sin que él descubra su secreto ni ella lo revele. Uno de sus secretos, hasta cuando desaparece y le rompe el corazón y la vida y el destino.

La película es contemplada desde los ojos de Michael. El espectador sabe lo mismo que él, y cuando comienza la película, prepara el desayuno de una de sus conquistas que luego se marcha, mira por la ventana y se contempla a sí mismo, en 1995, cómo era en 1958, cuando se enferma y vomita en el portal de un viejo edificio.

Michael, ejemplo de la generación alemana que no sufrió los horrores de la II Guerra Mundial ni la derrota de su nación, es víctima de las secuelas del Holocausto porque reencuentra a la mujer a quien amó y nunca pudo olvidar, sentada en la banca de los acusados en un juicio contra las guardianas de Auschwitz. No llama su atención. No alza la voz cuando su testimonio la hubiera podido salvar del castigo. Siente vergüenza con su maestro, sus amigos y su novia de ser relacionado con una mujer como ésa, que propició la muerte de 300 mujeres encerradas en una iglesia incendiada.

Hanna no revela los peores secretos de su vida, prefiere desaparecer de la vida de Michael, es apresada, juzgada y encerrada. Michael no quiere que nadie se entere de su secreta relación con la mujer. Los jueces no entienden que Hanna no es responsable de los delitos que supuestamente cometió, porque no tiene la concepción del Mal ni la Justicia ni el Bien, y las acusaciones que le lanzan sus compañeras son falsas, injustas, canallescas para salvarse ellas. El pueblo alemán cree que castigando y ejecutando a los antiguos nazis podrán borrar la culpa colectiva. Los jueces pretenden lavar la conciencia nacional. Todos callan, todos ocultan, ocultamos algo. La película contempla el espectáculo terrible de hombres y mujeres empujados y doblegados por la culpa, el pecado, el remordimiento, la responsabilidad, la mentira, el engaño, el deseo, el sexo, la traición, todo lo que no encierra relación con la verdad y la limpieza.

Por supuesto, cuando los dos amantes pelean en su quinto reencuentro porque él no la busca en el vagón del tranvía donde ella estaba, ambos confiesan su amor, aceptan que no pueden vivir sin el otro y confirman, más ante el espectador que ante ellos mismos, que será una relación duradera. Pero ella, antes de abrirle su cuerpo, ya había decidido esconderle su pasado que aparece después, y él, a esa edad, no puede ser capaz de amar a nadie porque viene de una familia donde todos se agraden.

Los dos mienten, solo quieren esas horas de sexo desenfrenado e inagotable, mezclado con los libros leídos en voz alta. Pero, en el fondo, ambos se sienten culpables, llenos de dolor y angustia, soledad e insatisfacción como queda uno al final de la película con esos minutos tan terribles que siguen. Ya hemos comprobado la vida miserable que él ha soportado y aceptado luego de la desaparición de Hanna y su encuentro posterior.

Pero ni Michael ni los espectadores estamos tan preparados para el desenlace. Como si fuera un castigo para todos. Por quedarnos callados, por ser cómplices, por no entender cuáles son las verdaderas raíces de la maldad en ese cuerpo tan hermoso y tembloroso.  

Entonces entendemos y quizás aceptemos los momentos más crueles y dolorosos de la película: por qué ella escondió su pasado; por qué lo abandonó; por qué él no habló durante el juicio; por qué intentó borrar sus rastros; por qué le envió tantos casetes grabados con sus lecturas; por qué ella aprendió solitariamente a leer; por qué la busca cuando aparentemente nada hay que hacer; por qué los alemanes callaron ante las atrocidades de los nazis; por qué los jueces necesitan encontrar culpables entre las ruinas de su pasado; por qué ella no siente remordimiento por las muertes ajenas; por qué ambos personajes escogen la soledad como forma de auto castigo; por qué la autora de ese libro sobre los horrores de Auschwitz no entiende ni perdona ni acepta la fascinación de Michael con el Mal que anida en el cuerpo de Hanna; por qué Hanna cuando el presidente del tribunal la acusa por la muerte de 300 mujeres, en medio del estupor general solo le hace una pregunta simple, "¿Usted qué hubiera hecho?"; por qué Hanna escogía "favoritas" entre las prisioneras de Auschwitz que supieran leer; por qué Michael, ya maduro, se siente usado y sucio con esas relaciones sexuales; por qué Hanna se sorprende cuando el otro la castiga con su silencio; por qué Michael se siente culpable ahora de haberse obsesionado con el cuerpo de una criminal nazi; por qué Michael no reacciona mientras camina entre las barracas de Aushwitz; por qué sentimos el impulso de leer la novela en la edición de Anagrama en castellano; por qué...

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