El Personaje: Keanu Reeves, un héroe inescrutable
- por © NOTICINE.com
2-VIII-02
Por Angel L. Esteban
Lo de su nombre y sus orígenes forma ya parte de la leyenda, como una “suave brisa” que viene parte de Hawai y parte de Libano. Eso es exotismo y lo de más tontería. En sus modos y conductas es igualmente rarito. Aunque goza del estatus de las más grandes superestrellas en Hollywood desde hace algunos años, es de los que cultiva la música con grupo propio, de los que se rodea de un rollito místico sospechoso, de los que hacen una defensa acérrima de su intimidad y de los pocos que confiesan sin pudor haber probado las más variadas sustancias tóxicas, con las que - según sus propias palabras - ha pasado algunos de los mejores momentos de su vida.
Es quizás por todo ello por lo que Keanu (pronúnciese “Kianu”) Reeves, siempre rodeado del correspondiente halo de misterio, despierta semejantes pasiones entre sus admiradores y encendidos odios entre sus detractores. Su actitud algo introvertida, su voz ensayadamente quebrada, su mirada melancólica, su fluctuante aspecto físico (gana -”Reacción en cadena” - y pierde - “Pactar con el diablo” - peso regularmente, y no por exigencias del guión) y su aparente desarraigo de este mundo mantienen abierta la duda sobre quién es en realidad Keanu.
El hecho de no haber tenido ningún romance conocido, la prematura muerte por sobredosis de su amigo del alma River Phoenix tras protagonizar una película gay tan imprescindible como “My Idaho privado” de Gus van Sant, y los posteriores y absurdos rumores de boda con el magnate David Geffen no contribuyen mucho a aclarar las cosas.
Pero él ha sabido sacar provecho a todo ello, que es lo que le ha convertido en uno de los héroes de acción de la gran pantalla más atípicos y más interesantes, transformándole en el único actor posible para protagonizar películas tan originales y simbólicas como “Matrix”, con la que el cine americano entró en el siglo XXI, o su directo antecedente “Johnnie Mnemonic”.
Combina como nadie la actitud de intocable rompepelotas con la de colega algo pasado y de vuelta de todo. No deja de ser curioso, sin embargo, cómo Keanu Reeves puede pasar de dar vida a Nemo, el hacker redentor de las víctimas del Matrix, de la que se avecinan ya las dos segundas entregas, a protagonizar los más insulsos subproductos de ese mismo Hollywood del que él parece prescindir tanto, como “Equipo a la fuerza”, “The Watcher”, “Noviembre dulce” o el “Hardball” que ahora se estrena. Y es que su carrera se cuenta igual por errores de libro, como por éxitos insospechados. Quizás es verdad que el karma le acompaña.
Se cuenta entre los aciertos más sonados en la reciente historia del cine su firme decisión de rechazar la segunda entrega de “Speed”, película con la que se asentó en el mundo del músculo tras unos primeros escarceos en la playa con “Le llaman Bodhi”.
Antes de eso hubo experimentos más o menos interesantes como “Te amaré hasta que te mate” de Lawrence Kasdan, films de culto como “Las aventuras de Bill y Ted”, desmadres como “Dulce hogar... a veces”, una de mallas, pelucones y traiciones como “Las amistades peligrosas” e incluso la adaptación de “La tía Julia y el escribidor” de Vargas Llosa. Después ha intentado ponerse serio haciendo de malo en “Mucho ruido y pocas nueces” de Kenneth Brannagh, dejándose morder por el “Drácula de Bram Stocker” de Coppola, enamorando a Aitana Sánchez-Gijón en “Un paseo entre las nubes”, haciendo de maltratador en “Premonición”, insistiendo inútilmente en el rollo indie con “La última vez que me suicidé” y “Lunas sin miel” y, lo más sorprendente de todo, emulando al mismísimo Siddhartha (¿quién si no?) en el delirante “Pequeño Budha” de Bertolucci
Por Angel L. Esteban
Lo de su nombre y sus orígenes forma ya parte de la leyenda, como una “suave brisa” que viene parte de Hawai y parte de Libano. Eso es exotismo y lo de más tontería. En sus modos y conductas es igualmente rarito. Aunque goza del estatus de las más grandes superestrellas en Hollywood desde hace algunos años, es de los que cultiva la música con grupo propio, de los que se rodea de un rollito místico sospechoso, de los que hacen una defensa acérrima de su intimidad y de los pocos que confiesan sin pudor haber probado las más variadas sustancias tóxicas, con las que - según sus propias palabras - ha pasado algunos de los mejores momentos de su vida.
Es quizás por todo ello por lo que Keanu (pronúnciese “Kianu”) Reeves, siempre rodeado del correspondiente halo de misterio, despierta semejantes pasiones entre sus admiradores y encendidos odios entre sus detractores. Su actitud algo introvertida, su voz ensayadamente quebrada, su mirada melancólica, su fluctuante aspecto físico (gana -”Reacción en cadena” - y pierde - “Pactar con el diablo” - peso regularmente, y no por exigencias del guión) y su aparente desarraigo de este mundo mantienen abierta la duda sobre quién es en realidad Keanu.
El hecho de no haber tenido ningún romance conocido, la prematura muerte por sobredosis de su amigo del alma River Phoenix tras protagonizar una película gay tan imprescindible como “My Idaho privado” de Gus van Sant, y los posteriores y absurdos rumores de boda con el magnate David Geffen no contribuyen mucho a aclarar las cosas.
Pero él ha sabido sacar provecho a todo ello, que es lo que le ha convertido en uno de los héroes de acción de la gran pantalla más atípicos y más interesantes, transformándole en el único actor posible para protagonizar películas tan originales y simbólicas como “Matrix”, con la que el cine americano entró en el siglo XXI, o su directo antecedente “Johnnie Mnemonic”.
Combina como nadie la actitud de intocable rompepelotas con la de colega algo pasado y de vuelta de todo. No deja de ser curioso, sin embargo, cómo Keanu Reeves puede pasar de dar vida a Nemo, el hacker redentor de las víctimas del Matrix, de la que se avecinan ya las dos segundas entregas, a protagonizar los más insulsos subproductos de ese mismo Hollywood del que él parece prescindir tanto, como “Equipo a la fuerza”, “The Watcher”, “Noviembre dulce” o el “Hardball” que ahora se estrena. Y es que su carrera se cuenta igual por errores de libro, como por éxitos insospechados. Quizás es verdad que el karma le acompaña.
Se cuenta entre los aciertos más sonados en la reciente historia del cine su firme decisión de rechazar la segunda entrega de “Speed”, película con la que se asentó en el mundo del músculo tras unos primeros escarceos en la playa con “Le llaman Bodhi”.
Antes de eso hubo experimentos más o menos interesantes como “Te amaré hasta que te mate” de Lawrence Kasdan, films de culto como “Las aventuras de Bill y Ted”, desmadres como “Dulce hogar... a veces”, una de mallas, pelucones y traiciones como “Las amistades peligrosas” e incluso la adaptación de “La tía Julia y el escribidor” de Vargas Llosa. Después ha intentado ponerse serio haciendo de malo en “Mucho ruido y pocas nueces” de Kenneth Brannagh, dejándose morder por el “Drácula de Bram Stocker” de Coppola, enamorando a Aitana Sánchez-Gijón en “Un paseo entre las nubes”, haciendo de maltratador en “Premonición”, insistiendo inútilmente en el rollo indie con “La última vez que me suicidé” y “Lunas sin miel” y, lo más sorprendente de todo, emulando al mismísimo Siddhartha (¿quién si no?) en el delirante “Pequeño Budha” de Bertolucci