Crítica: "Dealer / Caïd": bienvenido al barrio
- por © NOTICINE.com
Por Lucía Martín Muñoz
"Dealer/ Caïd", mini serie que hace honor a ese calificativo (son capítulos de 10 min como los de Quibi) se presentaba esta semana en la plataforma de streaming de Netflix, una historia de la que es imposible desconectar.
La producción dirigida por Nicolás López y Ange Basterga, nos sumerge en un barrio dedicado al narcotráfico, al que llegan un director y un cámara para rodar un videoclip al jefe de la banda, que compagina su trabajo como narco con su despegue en el mundo del rap. Será allí, en esa ciudad sin ley, donde se grabarán las imágenes para la discográfica, con la peligrosidad que conlleva estar rodeados de armas y droga.
La serie consta de diez capítulos de aproximadamente diez minutos cada uno, lo que resulta un gran acierto no solo a nivel estratégico, ya que engancha con pequeñas dosis en formato de píldora, sino también a nivel funcional. El hecho de estar acostumbrados a los contenidos breves y a la instantaneidad, supone una mayor dificultad para mantener la atención de un espectador que seguramente tenga el móvil a escasos centímetros. Además, todos los capítulos acaban con un cliffhanger, o lo que es lo mismo, te sitúan en un momento álgido de la historia, lo que te provoca pulsar el botón de siguiente para ver qué sucederá.
Por otra parte, utilizar el recurso de metraje encontrado da lugar una experiencia inversiva en la que realmente te sientes dentro de esta historia frenética. La narración tiene un mucho ritmo y es realmente dinámica, principalmente por la utilización de este recurso, pero también por el corte de planos a negro que se introducen en cualquier momento. El uso de dos cámaras: una al hombro y otra gopro en el pecho del director, provoca que algunos planos sean subjetivos y otros generales generando una especie caos controlado que traspasa la pantalla a través de imágenes sin estabilizar.
El tema que confluye durante toda la narración y que toca a todos y cada uno de los personajes es la apariencia, la necesidad de mostrar una imagen determinada dependiendo del contexto donde se encuentren, ya sea en casa de una anciana o en pleno tiroteo.
A pesar de que pueda pensarse que la historia se reduce a pistolas y hachís, muestra que dos personas, Tony, el jefe de la banda y Franck, el director, que pertenecen a dos mundos diferentes, también comparten metas y deseos, en este caso sobre cambiar de vida y el enfoque de la misma. Son magistrales a la hora de exponer los conflictos internos de los personajes que necesitan seguir ganando dinero para sobrevivir, pero sin querer idealizar el narcotráfico para que los más pequeños del lugar no sigan sus pasos, que a ellos se les hacen cada vez más pesados.
Cabe destacar el maravilloso trabajo del departamento de vestuario, y sobre todo el de arte, que es capaz de recrear un barrio olvidado en el que solo parecen existir pasillos oscuros e infinitos, pobreza y pisos francos descuidados.
El fin de temporada, para nada esperable, lo confirma: una serie redonda, dinámica, original, con un final abierto a la imaginación y que pide más.
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"Dealer/ Caïd", mini serie que hace honor a ese calificativo (son capítulos de 10 min como los de Quibi) se presentaba esta semana en la plataforma de streaming de Netflix, una historia de la que es imposible desconectar.
La producción dirigida por Nicolás López y Ange Basterga, nos sumerge en un barrio dedicado al narcotráfico, al que llegan un director y un cámara para rodar un videoclip al jefe de la banda, que compagina su trabajo como narco con su despegue en el mundo del rap. Será allí, en esa ciudad sin ley, donde se grabarán las imágenes para la discográfica, con la peligrosidad que conlleva estar rodeados de armas y droga.
La serie consta de diez capítulos de aproximadamente diez minutos cada uno, lo que resulta un gran acierto no solo a nivel estratégico, ya que engancha con pequeñas dosis en formato de píldora, sino también a nivel funcional. El hecho de estar acostumbrados a los contenidos breves y a la instantaneidad, supone una mayor dificultad para mantener la atención de un espectador que seguramente tenga el móvil a escasos centímetros. Además, todos los capítulos acaban con un cliffhanger, o lo que es lo mismo, te sitúan en un momento álgido de la historia, lo que te provoca pulsar el botón de siguiente para ver qué sucederá.
Por otra parte, utilizar el recurso de metraje encontrado da lugar una experiencia inversiva en la que realmente te sientes dentro de esta historia frenética. La narración tiene un mucho ritmo y es realmente dinámica, principalmente por la utilización de este recurso, pero también por el corte de planos a negro que se introducen en cualquier momento. El uso de dos cámaras: una al hombro y otra gopro en el pecho del director, provoca que algunos planos sean subjetivos y otros generales generando una especie caos controlado que traspasa la pantalla a través de imágenes sin estabilizar.
El tema que confluye durante toda la narración y que toca a todos y cada uno de los personajes es la apariencia, la necesidad de mostrar una imagen determinada dependiendo del contexto donde se encuentren, ya sea en casa de una anciana o en pleno tiroteo.
A pesar de que pueda pensarse que la historia se reduce a pistolas y hachís, muestra que dos personas, Tony, el jefe de la banda y Franck, el director, que pertenecen a dos mundos diferentes, también comparten metas y deseos, en este caso sobre cambiar de vida y el enfoque de la misma. Son magistrales a la hora de exponer los conflictos internos de los personajes que necesitan seguir ganando dinero para sobrevivir, pero sin querer idealizar el narcotráfico para que los más pequeños del lugar no sigan sus pasos, que a ellos se les hacen cada vez más pesados.
Cabe destacar el maravilloso trabajo del departamento de vestuario, y sobre todo el de arte, que es capaz de recrear un barrio olvidado en el que solo parecen existir pasillos oscuros e infinitos, pobreza y pisos francos descuidados.
El fin de temporada, para nada esperable, lo confirma: una serie redonda, dinámica, original, con un final abierto a la imaginación y que pide más.
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