Crítica: "La madre del blues / Ma Rainey's Black Bottom", gargantas poderosas
- por © Escribiendocine- NOTICINE.com
Por Rolando Gallego
Nunca sabremos si el estudio de grabación a donde llega tarde, muy tarde, Ma Rainey (Viola Davis), es un espacio real o es la metáfora del preludio a otra cosa. Lo cierto es que "La madre del blues / Ma Rainey's Black Bottom" (2020), de George C. Wolfe ("Noches de tormenta / Nights in Rodanthe"), experimentado director de melodramas almibarados, propone un maquiavélico juego en donde el tiempo narrativo de la película alude a otros espacios que no se relacionan con la progresión linean que en apariencia posee la estructura dramática.
Así, y mientras Ma Rainey llega tarde, o se encapricha por una botella de Coca Cola, o en hacer hablar a uno de sus sobrinos tartamudos en la grabación, esa sala en donde su banda la espera, se convierte en el espacio ideal donde los egos de los músicos comienzan a enfrentar sus deseos reales de trascender la figura, omnipresente, de la voluptuosa y firme cantante.
Un productor se desespera por conseguir todo lo que Rainey solicita, porque sabe que es oro en polvo cada una de aquellas melodías y notas que salen de su prodigiosa garganta, más allá de cualquier exigencia que la mujer pueda demostrar para reafirmar su poder dentro de la sala. El guion de Rubén Santiago-Hudson, basado en la obra homónima de August Wilson, decide traccionarse con la fuerza de los intérpretes para revalidar la opción de encerrar a los personajes y, desde esa claustrofóbica propuesta y puesta en escena, impulsar un relato que tiene la habilidad de actualizar cuestiones de raza y género en un momento de la historia de la América más xenófoba y machista, en donde las mujeres eran meros adornos, y las personas de color rebajadas a categorías y expresiones mínimas.
En la primera escena Ma Rainey es presentada en cuerpo y forma, sudada, con la pintura de sus ojos corrida, pero haciendo desear al público, en su mayoría hombres, ese cuerpo como significante a explorar en tiempos en donde nadie se animaba a validar, por el color, la excelencia con la que la intérprete se desenvolvía.
El Chicago pujante, con el ingreso de poblaciones migrantes, representado con dinamismo y velocidad, sirven de contexto para construir la amalgama necesaria para que el choque entre razas e identidades funcione como conflicto vehículo de muchas otras tragedias, personales y grupales. Como las que a gritos enuncia Leeve (Chadwick Boseman), un trompetista amante de las mujeres y el alcohol, que sueña con liderar su propia banda, y que esconde, en su interior, debilidades y miserias provenientes de oscuros secretos.
"El hombre de color debería hacer algo más que divertirse", le grita uno de los compañeros mayores (Michael Potts) cansado de ver cómo la banda se divide entre egos y reclamos, producto también de la inercia de Irvin (Jeremy Shamos), un productor que desea explotar a Ma, sin saber cómo lidiar realmente con todo el asunto.
La música como posibilidad de salir de una situación comprometida económica y socialmente hablando, el extrañamiento en la cámara ante la inevitabilidad de la tragedia, George C. Wolfe no pretende suavizar trazos gruesos, ni tampoco evitar estereotipos, al contrario, los resalta para ofrecer un espacio cinematográfico que revise la mirada inquieta y petulante de una clase que siempre exige en las inferiores que sean sus bufones.
La sala de grabación es la sala previa a ascender al cielo o ir directamente al infierno, pero lo cierto es que en ella "La madre del blues / Ma Rainey's Black Bottom" propone su drama revitalizando una búsqueda de tensión entre egos y miserias, más allá de la música para narrar el comienzo de un ritmo que gracias a mujeres empoderadas como Ma Rainey sentó las bases de todos los géneros. Deslumbra Viola Davis y sorprende Chadwick Boseman, en el que ha acabado siendo su rol póstumo, una brillante despedida de esta vida.
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Nunca sabremos si el estudio de grabación a donde llega tarde, muy tarde, Ma Rainey (Viola Davis), es un espacio real o es la metáfora del preludio a otra cosa. Lo cierto es que "La madre del blues / Ma Rainey's Black Bottom" (2020), de George C. Wolfe ("Noches de tormenta / Nights in Rodanthe"), experimentado director de melodramas almibarados, propone un maquiavélico juego en donde el tiempo narrativo de la película alude a otros espacios que no se relacionan con la progresión linean que en apariencia posee la estructura dramática.
Así, y mientras Ma Rainey llega tarde, o se encapricha por una botella de Coca Cola, o en hacer hablar a uno de sus sobrinos tartamudos en la grabación, esa sala en donde su banda la espera, se convierte en el espacio ideal donde los egos de los músicos comienzan a enfrentar sus deseos reales de trascender la figura, omnipresente, de la voluptuosa y firme cantante.
Un productor se desespera por conseguir todo lo que Rainey solicita, porque sabe que es oro en polvo cada una de aquellas melodías y notas que salen de su prodigiosa garganta, más allá de cualquier exigencia que la mujer pueda demostrar para reafirmar su poder dentro de la sala. El guion de Rubén Santiago-Hudson, basado en la obra homónima de August Wilson, decide traccionarse con la fuerza de los intérpretes para revalidar la opción de encerrar a los personajes y, desde esa claustrofóbica propuesta y puesta en escena, impulsar un relato que tiene la habilidad de actualizar cuestiones de raza y género en un momento de la historia de la América más xenófoba y machista, en donde las mujeres eran meros adornos, y las personas de color rebajadas a categorías y expresiones mínimas.
En la primera escena Ma Rainey es presentada en cuerpo y forma, sudada, con la pintura de sus ojos corrida, pero haciendo desear al público, en su mayoría hombres, ese cuerpo como significante a explorar en tiempos en donde nadie se animaba a validar, por el color, la excelencia con la que la intérprete se desenvolvía.
El Chicago pujante, con el ingreso de poblaciones migrantes, representado con dinamismo y velocidad, sirven de contexto para construir la amalgama necesaria para que el choque entre razas e identidades funcione como conflicto vehículo de muchas otras tragedias, personales y grupales. Como las que a gritos enuncia Leeve (Chadwick Boseman), un trompetista amante de las mujeres y el alcohol, que sueña con liderar su propia banda, y que esconde, en su interior, debilidades y miserias provenientes de oscuros secretos.
"El hombre de color debería hacer algo más que divertirse", le grita uno de los compañeros mayores (Michael Potts) cansado de ver cómo la banda se divide entre egos y reclamos, producto también de la inercia de Irvin (Jeremy Shamos), un productor que desea explotar a Ma, sin saber cómo lidiar realmente con todo el asunto.
La música como posibilidad de salir de una situación comprometida económica y socialmente hablando, el extrañamiento en la cámara ante la inevitabilidad de la tragedia, George C. Wolfe no pretende suavizar trazos gruesos, ni tampoco evitar estereotipos, al contrario, los resalta para ofrecer un espacio cinematográfico que revise la mirada inquieta y petulante de una clase que siempre exige en las inferiores que sean sus bufones.
La sala de grabación es la sala previa a ascender al cielo o ir directamente al infierno, pero lo cierto es que en ella "La madre del blues / Ma Rainey's Black Bottom" propone su drama revitalizando una búsqueda de tensión entre egos y miserias, más allá de la música para narrar el comienzo de un ritmo que gracias a mujeres empoderadas como Ma Rainey sentó las bases de todos los géneros. Deslumbra Viola Davis y sorprende Chadwick Boseman, en el que ha acabado siendo su rol póstumo, una brillante despedida de esta vida.
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