Crítica: "Aladdin", actualización colorista
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Por Edurne Sarriegui
La antología literaria oriental "Las Mil y Una Noches" ha regalado unas cuantas historias a la literatura infantil universal. Sus personajes, Aladino y el genio de la lámpara, incentivaron la imaginación de millones de lectores y fue llevada a la pantalla por Disney en 1992 convirtiéndose en uno de sus grandes éxitos. Ahora que la compañía de Mickey está explotando el nicho de llevar a la acción real sus aventuras animadas, le tocó el turno a "Aladdin" (2019) con la intención de recuperar a los adultos nostálgicos y captar a las nuevas generaciones acostumbradas a estímulos más fuertes que las que podían ofrecer los medios técnicos veinticinco años atrás.
El británico Guy Ritchie es el encargado de la tarea y elabora un guion junto a John August que, sin separarse demasiado de la historia anterior, lleva algunos temas a un punto de vista más actual.
Aladdin (Mena Massoud) es un muchacho pobre y pícaro que sobrevive en las calles de Agrabah. Un día, por casualidad, conoce a la princesa Jasmine (Naomi Scott), hija del Sultán del reino (Navid Negahban).
Esta princesa resulta ser un poco más rebelde que las princesas de los cuentos y, animada por su espíritu independiente, se atreve a salir subrepticiamente del palacio para conocer a sus súbditos. Del encuentro casual entre ambos nace el amor y para superar las diferencias que les separan hará falta toda la magia que el genio habitante de una lámpara encantada podrá proporcionar a Aladdin. Como en todos los cuentos, en éste también hay un villano. El malvado Jafar, Visir del Sultán (Marwan Kenzari), está dispuesto a todo para hacerse con el poder.
Esta nueva versión de Aladdin compite directamente con su predecesora. Uno de sus mayores desafíos era conseguir un intérprete para el genio, personaje secundario en la versión literaria pero que en el cine consiguió relevancia gracias al guion y a la interpretación del inolvidable Robin Williams que le puso la voz. El elegido en esta ocasión fue Will Smith y demostró que le sobra oficio, carisma y simpatía para ponerle el cuerpo al genio azul con todos sus excesos.
El cambio principal se aprecia en Jasmine, que si bien siempre fue una princesa que se alejaba de las normas impuestas por los cuentos infantiles, ahora el guion redobla la apuesta y presenta una mujer inteligente, informada, y fuerte que se siente capacitada y con derecho propio para gobernar su país. Este mensaje de empoderamiento femenino ya es moneda corriente en las últimas producciones de Disney.
"Aladdin", además de ser un cuento, es un musical y como tal, la música tiene una importancia fundamental. Se apoya fuertemente en las canciones originales aunque también presenta alguna novedad. Los cuadros musicales son monumentales y algunos de ellos con apariencia de video clips y estética propia de Bollywood, aunando Persia con la India y Oriente con Occidente. Pero, ¿a quién le importan las precisiones culturales y geográficas si no son el meollo de la cuestión?
El ambiente creado para dar marco a la historia rebosa exotismo. El mercado y las callejuelas del pueblo, los colores de las telas y las especias, el lujo del palacio de las Mil y una Noches y las ondulantes dunas del desierto resultan visualmente atractivos y exuberantes.
La nueva "Aladdin", dirigida al público infantil, es una renovada apuesta a la taquilla. Cumple con su promesa de entretener y divertir. Su paso al live-action podrá defraudar al que esperara alguna novedad, pero es innegable que recrea un mundo lleno de color y movimiento en el que las aventuras no decaen y los protagonistas tienen fuertes mensajes para compartir.
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La antología literaria oriental "Las Mil y Una Noches" ha regalado unas cuantas historias a la literatura infantil universal. Sus personajes, Aladino y el genio de la lámpara, incentivaron la imaginación de millones de lectores y fue llevada a la pantalla por Disney en 1992 convirtiéndose en uno de sus grandes éxitos. Ahora que la compañía de Mickey está explotando el nicho de llevar a la acción real sus aventuras animadas, le tocó el turno a "Aladdin" (2019) con la intención de recuperar a los adultos nostálgicos y captar a las nuevas generaciones acostumbradas a estímulos más fuertes que las que podían ofrecer los medios técnicos veinticinco años atrás.
El británico Guy Ritchie es el encargado de la tarea y elabora un guion junto a John August que, sin separarse demasiado de la historia anterior, lleva algunos temas a un punto de vista más actual.
Aladdin (Mena Massoud) es un muchacho pobre y pícaro que sobrevive en las calles de Agrabah. Un día, por casualidad, conoce a la princesa Jasmine (Naomi Scott), hija del Sultán del reino (Navid Negahban).
Esta princesa resulta ser un poco más rebelde que las princesas de los cuentos y, animada por su espíritu independiente, se atreve a salir subrepticiamente del palacio para conocer a sus súbditos. Del encuentro casual entre ambos nace el amor y para superar las diferencias que les separan hará falta toda la magia que el genio habitante de una lámpara encantada podrá proporcionar a Aladdin. Como en todos los cuentos, en éste también hay un villano. El malvado Jafar, Visir del Sultán (Marwan Kenzari), está dispuesto a todo para hacerse con el poder.
Esta nueva versión de Aladdin compite directamente con su predecesora. Uno de sus mayores desafíos era conseguir un intérprete para el genio, personaje secundario en la versión literaria pero que en el cine consiguió relevancia gracias al guion y a la interpretación del inolvidable Robin Williams que le puso la voz. El elegido en esta ocasión fue Will Smith y demostró que le sobra oficio, carisma y simpatía para ponerle el cuerpo al genio azul con todos sus excesos.
El cambio principal se aprecia en Jasmine, que si bien siempre fue una princesa que se alejaba de las normas impuestas por los cuentos infantiles, ahora el guion redobla la apuesta y presenta una mujer inteligente, informada, y fuerte que se siente capacitada y con derecho propio para gobernar su país. Este mensaje de empoderamiento femenino ya es moneda corriente en las últimas producciones de Disney.
"Aladdin", además de ser un cuento, es un musical y como tal, la música tiene una importancia fundamental. Se apoya fuertemente en las canciones originales aunque también presenta alguna novedad. Los cuadros musicales son monumentales y algunos de ellos con apariencia de video clips y estética propia de Bollywood, aunando Persia con la India y Oriente con Occidente. Pero, ¿a quién le importan las precisiones culturales y geográficas si no son el meollo de la cuestión?
El ambiente creado para dar marco a la historia rebosa exotismo. El mercado y las callejuelas del pueblo, los colores de las telas y las especias, el lujo del palacio de las Mil y una Noches y las ondulantes dunas del desierto resultan visualmente atractivos y exuberantes.
La nueva "Aladdin", dirigida al público infantil, es una renovada apuesta a la taquilla. Cumple con su promesa de entretener y divertir. Su paso al live-action podrá defraudar al que esperara alguna novedad, pero es innegable que recrea un mundo lleno de color y movimiento en el que las aventuras no decaen y los protagonistas tienen fuertes mensajes para compartir.
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