Colaboración: Papel cuché contra la melancolía
- por © NOTICINE.com
Por Sergio Berrocal
Vivimos en un mundo de chalados vocacionales. Ni los sijs escapan a esta pavorosa pandemia, que azota desde el ingeniero, harto de que lo tomen por un simple mecánico con corbata, a la camarera que todas las mañanas me sirve el descafeinado con leche y que es consciente de ser guapa de la muerte y está íntimamente convencida de que no me la merezco. Un porcentaje exagerado de los que comemos o no tres veces al día, amamos cuando ellas quieren, dormimos demasiado poco y algunos nos emborrachamos de pura desesperación, somos víctimas de amagos depresivos que a ratos, demasiado largos, llevan a la desesperanza.
Hasta ahora no había más que una manera imprecisa y desesperada de luchar contra el mal de vivir: las pastillitas que sirven en las boticas con receta médica.
Estoy descubriendo otra, que se me antoja inmensamente más bonita, y menos peligrosa: hojear y hasta ojear revistas de moda. Y cuando la depresión sea aguda, pasar horas enteras mirando las suntuosas ilustraciones que recuerdan al hombre que más amó a las mujeres detrás de una cámara, Helmut Newton, el más excelso fotógrafo del alma de la belleza.
Porque sí, créanme, la belleza femenina tiene un alma. Métanse en las fotos de Helmut Newton que son una pura maravilla o entren en cualquier película donde ellas siempre brillan incluso cuando el sol ha sido condenado a la extinción.
El alma de la belleza de la mujer, única, inigualable y déjense de bisexualidad y otras pendejadas, la descubrí en París, en esos años sesenta del siglo XX. Entonces comprendí que todos nacemos por el mismo sitio pero que no a todos nos paren igualitos.
Existía entonces en Francia una revista llamada Lui, que poco honor hacía a su nombre (Él, en español), ya que sólo contenía imágenes de ellas, muy superiores, sobre todo por la delicadeza de la presentación, a las de antecedente Playboy.
Descubrí a Helmut Newton en una serie de retratos de cuerpo entero de jovencísimas damitas de Londres que al fotógrafo le dieron un estilo que los demás amantes de la cámara, de la modesta Rolleicord a la sofisticada Hasselbladt, no consiguieron jamás.
Ya con la teoría asimilada, empecé a aprender a oler a las mujeres en varios hoteles de París donde, por razones que desconozco, había pases de lencería femenina varias veces por semana. Y un servidor era el encargado de dar cuenta de aquellos eventos más que culturales para la Agencia Keystone Press Agency con sede en una de las más elegantes calles parisienses, la rue Royale.
Con aquellas modelos francesitas tan jovencísimas y tan bellas –todavía no había rusas en las pasarelas—que vestían sus diminutas prendas con el mismo empaque que si arrastraran un modelo exclusivo de Christian Lacroix, aprendí que la semana puede tener catorce días y que la noche es belleza y no angustia como hoy.
Me enseñaron muchas cosas de la vida, salvo a cocinar, y con ellas aprendí definitivamente que la lengua francesa entra practicando.
Incluso me revelaron aspectos apasionantes del liguero, prenda que por cierto vuelve a aparecer en las revistas femeninas al lado de los bodis, uno de ellos bautizado "Oscuro deseo", junto a la advertencia de que la mujer no es un "trofeo". Mon Dieu!
La redactora de turno, que uno imagina, claro, pero bueno, cuidadito con el trofeo, advierte que "las mujeres hoy quieren sentirse sexies sin renunciar a la comodidad" y te hablan de prendas como "la brasileña" que ni quiero pensar lo que puede ser.
Sorprendente lectura de los pies de fotos de estas revistas: "Céline aboga por una moda más terrenal". He indagado y todavía no sé si quien tiene pensamientos tan ambiguos es el malquerido escritor francés Louis Ferdinand Céline, o la cantante canadiense Céline Dion.
Éramos tan felices, carajo. Y un primo mío dice que no mire al pasado, que el presente ya es bastante triste. Pobrecito mío que no sabe que en el ayer nuestro está todo el presente y futuro que él nunca vivirá…
Recomiendo una revista femenina por semana, aunque cuando empiece usted a revinar que el mundo es una porquería y que más bien estarías en Marte, pueden meterse entre pecho y espalda hasta cuatro de esos magazines sin pestañear.
Aunque algunos resentidos ojerosos digan que todo esto es una majadería, vayan al kiosco más cercano y comprueben que en nuestro chabacano mundo de notoria vulgaridad, donde la norma es la fealdad, que hasta se exalta como signo de igualdad, fraternidad y no sé cuántas boberías más, las revistas de moda son un oasis donde recrearse con lo bello.
Es el culto a la mujer, a la belleza que sólo ellas son capaces de hacer respirar.
Empapele su vida con papel cuché repleto de esa mujer magnífica que todos llevamos dentro.
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Vivimos en un mundo de chalados vocacionales. Ni los sijs escapan a esta pavorosa pandemia, que azota desde el ingeniero, harto de que lo tomen por un simple mecánico con corbata, a la camarera que todas las mañanas me sirve el descafeinado con leche y que es consciente de ser guapa de la muerte y está íntimamente convencida de que no me la merezco. Un porcentaje exagerado de los que comemos o no tres veces al día, amamos cuando ellas quieren, dormimos demasiado poco y algunos nos emborrachamos de pura desesperación, somos víctimas de amagos depresivos que a ratos, demasiado largos, llevan a la desesperanza.
Hasta ahora no había más que una manera imprecisa y desesperada de luchar contra el mal de vivir: las pastillitas que sirven en las boticas con receta médica.
Estoy descubriendo otra, que se me antoja inmensamente más bonita, y menos peligrosa: hojear y hasta ojear revistas de moda. Y cuando la depresión sea aguda, pasar horas enteras mirando las suntuosas ilustraciones que recuerdan al hombre que más amó a las mujeres detrás de una cámara, Helmut Newton, el más excelso fotógrafo del alma de la belleza.
Porque sí, créanme, la belleza femenina tiene un alma. Métanse en las fotos de Helmut Newton que son una pura maravilla o entren en cualquier película donde ellas siempre brillan incluso cuando el sol ha sido condenado a la extinción.
El alma de la belleza de la mujer, única, inigualable y déjense de bisexualidad y otras pendejadas, la descubrí en París, en esos años sesenta del siglo XX. Entonces comprendí que todos nacemos por el mismo sitio pero que no a todos nos paren igualitos.
Existía entonces en Francia una revista llamada Lui, que poco honor hacía a su nombre (Él, en español), ya que sólo contenía imágenes de ellas, muy superiores, sobre todo por la delicadeza de la presentación, a las de antecedente Playboy.
Descubrí a Helmut Newton en una serie de retratos de cuerpo entero de jovencísimas damitas de Londres que al fotógrafo le dieron un estilo que los demás amantes de la cámara, de la modesta Rolleicord a la sofisticada Hasselbladt, no consiguieron jamás.
Ya con la teoría asimilada, empecé a aprender a oler a las mujeres en varios hoteles de París donde, por razones que desconozco, había pases de lencería femenina varias veces por semana. Y un servidor era el encargado de dar cuenta de aquellos eventos más que culturales para la Agencia Keystone Press Agency con sede en una de las más elegantes calles parisienses, la rue Royale.
Con aquellas modelos francesitas tan jovencísimas y tan bellas –todavía no había rusas en las pasarelas—que vestían sus diminutas prendas con el mismo empaque que si arrastraran un modelo exclusivo de Christian Lacroix, aprendí que la semana puede tener catorce días y que la noche es belleza y no angustia como hoy.
Me enseñaron muchas cosas de la vida, salvo a cocinar, y con ellas aprendí definitivamente que la lengua francesa entra practicando.
Incluso me revelaron aspectos apasionantes del liguero, prenda que por cierto vuelve a aparecer en las revistas femeninas al lado de los bodis, uno de ellos bautizado "Oscuro deseo", junto a la advertencia de que la mujer no es un "trofeo". Mon Dieu!
La redactora de turno, que uno imagina, claro, pero bueno, cuidadito con el trofeo, advierte que "las mujeres hoy quieren sentirse sexies sin renunciar a la comodidad" y te hablan de prendas como "la brasileña" que ni quiero pensar lo que puede ser.
Sorprendente lectura de los pies de fotos de estas revistas: "Céline aboga por una moda más terrenal". He indagado y todavía no sé si quien tiene pensamientos tan ambiguos es el malquerido escritor francés Louis Ferdinand Céline, o la cantante canadiense Céline Dion.
Éramos tan felices, carajo. Y un primo mío dice que no mire al pasado, que el presente ya es bastante triste. Pobrecito mío que no sabe que en el ayer nuestro está todo el presente y futuro que él nunca vivirá…
Recomiendo una revista femenina por semana, aunque cuando empiece usted a revinar que el mundo es una porquería y que más bien estarías en Marte, pueden meterse entre pecho y espalda hasta cuatro de esos magazines sin pestañear.
Aunque algunos resentidos ojerosos digan que todo esto es una majadería, vayan al kiosco más cercano y comprueben que en nuestro chabacano mundo de notoria vulgaridad, donde la norma es la fealdad, que hasta se exalta como signo de igualdad, fraternidad y no sé cuántas boberías más, las revistas de moda son un oasis donde recrearse con lo bello.
Es el culto a la mujer, a la belleza que sólo ellas son capaces de hacer respirar.
Empapele su vida con papel cuché repleto de esa mujer magnífica que todos llevamos dentro.
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