50 años de la Década Prodigiosa (1): "La dolce vita", amarga y nostálgica

Por Alberto Duque *
Las primeras imágenes, cincuenta años después, impresionan con su evidente sentido provocador, escandaloso, retador y sobre todo, con su carga de humor negro y desprecio que sacude al espectador más indiferente: sobre un paisaje desolado de las afueras de Roma, junto a las ruinas del acueducto Acqua Claudia vuelan dos helicópteros. En el segundo, un periodista y un fotógrafo y en el primero, colgada con los brazos abiertos, una imagen grande de Cristo, suspendida en el aire como si repartiera bendiciones.
Como si Cristo estuviera feliz de reencontrarse con los romanos: primero entre las ruinas del acueducto, luego volando sobre obreros y niños que corren junto a los bloques de apartamentos, más tarde sobre los edificios modernos que tienen terrazas amplias donde bellas mujeres se doran bajo el sol y preguntan al periodista (Marcello Mastroianni como Marcello Rubini), a dónde transportan la estatua y enseguida, en medio de las campanas jubilosas y la multitud que llena la plaza de San Pedro, se produce el descenso.
Ya con esas imágenes iniciales, el director Federico Fellini provoca la ira del Vaticano que ataca la película, prohíbe a los católicos que vayan a verla e impide que durante muchos años se proyecte en varios países europeos y latinoamericanos. Las escenas del vuelo de Cristo son superadas en su sentido escandaloso por la presencia de Anita Ekberg, vestida como un obispo, subiendo las escalinatas interiores de la cúpula de San Pedro con su hermoso y gigantesco cuerpo, hembra perfecta y tentadora que penetra, invade, contamina y recorre el máximo símbolo terrenal de los católicos.
Pocas películas tan significativas para la cultura universal como "La dolce vita". Luego de varios años como dibujante y ayudante de dirección para varios maestros neorrealistas, Fellini ya tiene una carera establecida con "Luces de variedades", "El jeque blanco", "Los Inútiles", "La Strada", "Il Bidone" y "Las noches de Cabiria".
Entonces después de varios años de reunir apuntes, bocetos, recuerdos, pesadillas y personajes que había conocido en esa Roma de finales de los cincuenta (nobles decadentes, artistas varados, millonarios aburridos, prostitutas, payasos, intelectuales mezquinos, jerarcas católicos sin futuro, una aristocracia que organiza fiestas aburridas donde ni siquiera el sexo, el licor o la droga son capaces provocar alegrías, fotógrafos voraces, reporteros chismosos y destructores), logra la que algunos consideran su obra maestra porque reúne todas las obsesiones personales que marcarán de ahí en adelante una filmografía que sigue deslumbrando.
Que el humor negro, los personajes, el sentido del esperpento, la atmósfera mágica del circo, el ambiente doloroso y nostálgico del music-hall, la familia, la niñez, la religión católica, los pueblos natales donde todos agonizan, las pesadillas donde las mujeres dominan y destruyen, los excesos de cuerpo y alma, los payasos, los fantasmas de esos muertos que siguen influyendo sobre los vivos, los falsos intelectuales, el erotismo desbordado en los cuerpos de esas mujeres espléndidas, sensuales, fáciles y complacientes, los daños provocados por los maestros y curas intolerantes, el hambre de amor, la infidelidad, el dolor, en fin, que los elementos que caracterizan las películas de este maestro siguen vigentes, se comprueba en esta celebración de los 50 años del estreno escandaloso de "La dolce vita" y la exhibición de "Nine", frustrante homenaje de Hollywood al universo felliniano.
"La dolce vita" (escrita por Fellini con la colaboración de dos guionistas cercanos a su obra, Tulio Pinelli y Ennio Flaiano) está compuesta por varias historias o miradas sobre ese circo descomunal bajo cuya carpa conviven seres monstruosos, mezclados con otros que el director contempla con ternura, compasión y hasta respeto. Envueltos en la música alegre y nostálgica de Nino Rota. En medio del escándalo propiciado por el Vaticano y las presiones a todo nivel para impedir su exhibición o lograr la supresión de algunas escenas, la película ganó la Palma de Oro en Cannes y en 1962, nominada a cuatro Oscares, ganó uno para el mejor vestuario de Piero Gherardi.
El elemento que une las historias es el periodista que alguna vez quiso ser escritor. Cínico, solitario, enamorado de todas las mujeres solas o ajenas, anda como un auténtico buitre a la caza de chismes, escándalos, infidencias, secretos y revelaciones que afecten la vida cotidiana de los bellos, famosos, decadentes, millonarios, nobles y vagos para su columna en un periódico que funciona ahí, en el mismo infierno, Vía Venetto, el corazón de esa Roma que nunca duerme y donde todos se exhiben para sentirse vivos. Como los textos necesitan ser ilustrados, Marcello anda con un joven fotógrafo trepado en una Vespa, bautizado como Paparazzo (de allí viene la denominación que tantos famosos temen), e inspirado en un amigo de la infancia y un fotógrafo real, Tazio Secchiaroli, quien creó todo un modelo de tratamiento a las estrellas.
Amarrado a una mujer celosa y dominante y maternal que lo acosa y desespera todo el tiempo, intenta suicidarse y lo sigue a todas partes, Marcello asiste a los momentos más dramáticos, ridículos, escandalosos, vergonzosos, decadentes y humanos de la película, capítulos de esta crónica impúdica sobre una ciudad convertida en escenario de lo peor del género humano: el paseo aéreo de la estatua de Cristo; la ruidosa llegada de Anita Ekberg y la escena imperecedera del baño de ambos en la fontana de Trevi (alguien dijo que es la escena más famosa del cine, la más recordada…bueno, según la edad del espectador); la falsa aparición de la Virgen a dos niños que juegan con la fe de miles de personas; las fiestas y los encuentros con los personajes más extravagantes (junto a las murallas con Ekberg bailando chachachá; en la casa de Steiner, el millonario intelectual; en el cabaret con los bailarines orientales y en el otro con el payaso que juega con los globos; en el castillo de los aristócratas; en la casa de unos amigos donde Marcello tortura y humilla a una divorciada que se desnuda bajo un visón y al ritmo del mambo "Patricia"; en el apartamento miserable de una prostituta donde Marcello se acuesta con una millonaria; en la casa de una bailarina interesada en el padre del periodista; en las mesas al aire libre donde la gente se ataca y esquiva y en el Vaticano, por supuesto y en una iglesia).
Pocas películas tan nostálgicas, inteligentes, dolorosas, alegres, cínicas y conmovedoras como "La dolce vita". Para comprobarlo, basta fijarse en los únicos personajes limpios, libres, auténticos, llenos de vida y despojados de la suciedad, el cinismo, la soledad y el hastío de todos los demás: Sylvia, la actriz sueca de visita en Roma a quien Marcello califica como el origen de todas las cosas; el padre del protagonista, campesino e ingenuo; la muchachita que lo atiende junto a un restaurante de la playa y al final aparece como la única esperanza de vida; el amigo intelectual, Steiner (interpretado por Alain Cuny), distante y frío que se suicida luego de matar a sus dos hijos…estos personajes contrastan con los esperpentos que vagan, fornican, sufren, se destrozan mutuamente y son reflejos de una época vacía y barata, contemplada por un testigo que se hunde inexorablemente y que Fellini rescatará, con el mismo actor en otra de sus grandes películas, "Ocho y Medio" pero esa es otra historia.
Quizás estas nuevas generaciones tocadas por los vampiros enamorados no conozcan nada de Fellini pero con seguridad que alguna vez han empleado los términos "dolce vita", "paparazzi", "felliniano" y otros vocablos que el humor negro del director y sus guionistas fue capaz de inventar para esta crónica sobre el hastío y la decadencia, este canto a las miserias y alegrías de una ciudad tan hermosa e inalcanzable como Roma, escenario de otras historias del maestro.
Próxima entrega: "Sin Aliento" de Jean-Luc Godard
(*): Este año se cumple medio siglo del inicio de la llamada "Década Prodigiosa", los años 60, una época clave en el desarrollo del lenguaje cinematográfico. Nuestro especialista, el escritor y crítico Alberto Duque, inicia una serie de artículos mensuales sobre algunas películas memorables estrenadas en 1960, año decisivo en la carrera y la obra de grandes maestros y notables actores.
Las primeras imágenes, cincuenta años después, impresionan con su evidente sentido provocador, escandaloso, retador y sobre todo, con su carga de humor negro y desprecio que sacude al espectador más indiferente: sobre un paisaje desolado de las afueras de Roma, junto a las ruinas del acueducto Acqua Claudia vuelan dos helicópteros. En el segundo, un periodista y un fotógrafo y en el primero, colgada con los brazos abiertos, una imagen grande de Cristo, suspendida en el aire como si repartiera bendiciones.
Como si Cristo estuviera feliz de reencontrarse con los romanos: primero entre las ruinas del acueducto, luego volando sobre obreros y niños que corren junto a los bloques de apartamentos, más tarde sobre los edificios modernos que tienen terrazas amplias donde bellas mujeres se doran bajo el sol y preguntan al periodista (Marcello Mastroianni como Marcello Rubini), a dónde transportan la estatua y enseguida, en medio de las campanas jubilosas y la multitud que llena la plaza de San Pedro, se produce el descenso.
Ya con esas imágenes iniciales, el director Federico Fellini provoca la ira del Vaticano que ataca la película, prohíbe a los católicos que vayan a verla e impide que durante muchos años se proyecte en varios países europeos y latinoamericanos. Las escenas del vuelo de Cristo son superadas en su sentido escandaloso por la presencia de Anita Ekberg, vestida como un obispo, subiendo las escalinatas interiores de la cúpula de San Pedro con su hermoso y gigantesco cuerpo, hembra perfecta y tentadora que penetra, invade, contamina y recorre el máximo símbolo terrenal de los católicos.
Pocas películas tan significativas para la cultura universal como "La dolce vita". Luego de varios años como dibujante y ayudante de dirección para varios maestros neorrealistas, Fellini ya tiene una carera establecida con "Luces de variedades", "El jeque blanco", "Los Inútiles", "La Strada", "Il Bidone" y "Las noches de Cabiria".
Entonces después de varios años de reunir apuntes, bocetos, recuerdos, pesadillas y personajes que había conocido en esa Roma de finales de los cincuenta (nobles decadentes, artistas varados, millonarios aburridos, prostitutas, payasos, intelectuales mezquinos, jerarcas católicos sin futuro, una aristocracia que organiza fiestas aburridas donde ni siquiera el sexo, el licor o la droga son capaces provocar alegrías, fotógrafos voraces, reporteros chismosos y destructores), logra la que algunos consideran su obra maestra porque reúne todas las obsesiones personales que marcarán de ahí en adelante una filmografía que sigue deslumbrando.
Que el humor negro, los personajes, el sentido del esperpento, la atmósfera mágica del circo, el ambiente doloroso y nostálgico del music-hall, la familia, la niñez, la religión católica, los pueblos natales donde todos agonizan, las pesadillas donde las mujeres dominan y destruyen, los excesos de cuerpo y alma, los payasos, los fantasmas de esos muertos que siguen influyendo sobre los vivos, los falsos intelectuales, el erotismo desbordado en los cuerpos de esas mujeres espléndidas, sensuales, fáciles y complacientes, los daños provocados por los maestros y curas intolerantes, el hambre de amor, la infidelidad, el dolor, en fin, que los elementos que caracterizan las películas de este maestro siguen vigentes, se comprueba en esta celebración de los 50 años del estreno escandaloso de "La dolce vita" y la exhibición de "Nine", frustrante homenaje de Hollywood al universo felliniano.
"La dolce vita" (escrita por Fellini con la colaboración de dos guionistas cercanos a su obra, Tulio Pinelli y Ennio Flaiano) está compuesta por varias historias o miradas sobre ese circo descomunal bajo cuya carpa conviven seres monstruosos, mezclados con otros que el director contempla con ternura, compasión y hasta respeto. Envueltos en la música alegre y nostálgica de Nino Rota. En medio del escándalo propiciado por el Vaticano y las presiones a todo nivel para impedir su exhibición o lograr la supresión de algunas escenas, la película ganó la Palma de Oro en Cannes y en 1962, nominada a cuatro Oscares, ganó uno para el mejor vestuario de Piero Gherardi.
El elemento que une las historias es el periodista que alguna vez quiso ser escritor. Cínico, solitario, enamorado de todas las mujeres solas o ajenas, anda como un auténtico buitre a la caza de chismes, escándalos, infidencias, secretos y revelaciones que afecten la vida cotidiana de los bellos, famosos, decadentes, millonarios, nobles y vagos para su columna en un periódico que funciona ahí, en el mismo infierno, Vía Venetto, el corazón de esa Roma que nunca duerme y donde todos se exhiben para sentirse vivos. Como los textos necesitan ser ilustrados, Marcello anda con un joven fotógrafo trepado en una Vespa, bautizado como Paparazzo (de allí viene la denominación que tantos famosos temen), e inspirado en un amigo de la infancia y un fotógrafo real, Tazio Secchiaroli, quien creó todo un modelo de tratamiento a las estrellas.
Amarrado a una mujer celosa y dominante y maternal que lo acosa y desespera todo el tiempo, intenta suicidarse y lo sigue a todas partes, Marcello asiste a los momentos más dramáticos, ridículos, escandalosos, vergonzosos, decadentes y humanos de la película, capítulos de esta crónica impúdica sobre una ciudad convertida en escenario de lo peor del género humano: el paseo aéreo de la estatua de Cristo; la ruidosa llegada de Anita Ekberg y la escena imperecedera del baño de ambos en la fontana de Trevi (alguien dijo que es la escena más famosa del cine, la más recordada…bueno, según la edad del espectador); la falsa aparición de la Virgen a dos niños que juegan con la fe de miles de personas; las fiestas y los encuentros con los personajes más extravagantes (junto a las murallas con Ekberg bailando chachachá; en la casa de Steiner, el millonario intelectual; en el cabaret con los bailarines orientales y en el otro con el payaso que juega con los globos; en el castillo de los aristócratas; en la casa de unos amigos donde Marcello tortura y humilla a una divorciada que se desnuda bajo un visón y al ritmo del mambo "Patricia"; en el apartamento miserable de una prostituta donde Marcello se acuesta con una millonaria; en la casa de una bailarina interesada en el padre del periodista; en las mesas al aire libre donde la gente se ataca y esquiva y en el Vaticano, por supuesto y en una iglesia).

Quizás estas nuevas generaciones tocadas por los vampiros enamorados no conozcan nada de Fellini pero con seguridad que alguna vez han empleado los términos "dolce vita", "paparazzi", "felliniano" y otros vocablos que el humor negro del director y sus guionistas fue capaz de inventar para esta crónica sobre el hastío y la decadencia, este canto a las miserias y alegrías de una ciudad tan hermosa e inalcanzable como Roma, escenario de otras historias del maestro.
Próxima entrega: "Sin Aliento" de Jean-Luc Godard
(*): Este año se cumple medio siglo del inicio de la llamada "Década Prodigiosa", los años 60, una época clave en el desarrollo del lenguaje cinematográfico. Nuestro especialista, el escritor y crítico Alberto Duque, inicia una serie de artículos mensuales sobre algunas películas memorables estrenadas en 1960, año decisivo en la carrera y la obra de grandes maestros y notables actores.