Por Josep Maria Jolis

Billy Wilder, hombre sabio en todo lo que concernía al cine, dijo con su habitual ironía: “En el cine tengo 10 mandamientos: los nueve primeros dicen no aburrirás y el décimo que el director tendrá derecho al montaje final”. Pues bien, entrados en el siglo XXI se podría añadir un nuevo mandamiento: no pronunciarás el nombre de Pixar en vano.

Aviso para navegantes: ni soy un experto ni un fan de la animación. Pero tampoco soy ni ciego ni imbécil (o aspiro a no serlo).  No cabe ninguna duda que los estudios Pixar han revolucionado el género de la animación y también algunos moldes de la industria hollywoodense.

Vamos a centrarnos primero en su forma de trabajo. No descubro nada (ha salido publicado en muchos medios) si digo que en Pixar se potencia el buen ambiente laboral, algo que tendrían que aprender las personas con vocación de liderazgo. John Lassetter, productor creativo de los estudios, tiene claro que para que surjan las mejores ideas hay que mimar a sus trabajadores. ¿Cómo? Con unas instalaciones idóneas y con todo tipo de entretenimientos para “desengrasar” la mente pero al mismo tiempo potenciar la creatividad.

Y ahora su estilo. En apariencia su cine es innovación técnica Pero hay más: la grandeza de Pixar reside en las historias que cuenta y en cómo las cuenta. Historias con aroma clásico en la que hay planteamientos sencillos, personajes sabrosos, muchas dobles lecturas (los niños y los mayores pueden seguir las películas y disfrutar por igual) y moralejas que transmiten ideas positivas. La última muestra es "Brave", estrenada este pasado fin de semana en el primer puesto de la taquilla norteamericana. Un cine para mayorías, hecho con buen gusto y sin renunciar al humor. Un lujazo.

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