Colaboración: La otra vida de John Wayne
- por © NOTICINE.com

Por Sergio Berrocal *
Me hierve la sangre como todavía en muchos pueblos de mi Andalucía, perdida en el sur de España, injusticia geográfica porque merecería estar en el centro, en la mismísima Gran Vía, le hierve a los guarros a los que se inmolan cuan bonzos magrebíes para que el resto de los españoles y los turistas cochambrosos descubran el jamón de pata negra.
Ya sé, ya sé que las Naciones Unidas, esa cosa decía Charles de Gaulle, esa cosa, sí, que no sirve para nada más que para hacer vivir una casta de altos funcionarios, ha decidido instituir un Año del Murciélago. Pero, oiga, secretario general, pavitos de Hollywood, por qué no inventan un año del PSA de los directores de cine.
El Prostate-Specific Antigen es ese análisis que todos los hombres mayores de cuarenta años tienen que hacer regularmente. Para mí marca la frontera entre adultos y maduros. Es cuando ya se tiene conciencia de las cosas, no sigue uno pensando sólo en lo bonito que es tener dinero. Es la prueba del algodón, o vales o nunca valdrás.
A mí me parece que en Estados Unidos no hay PSA que valga. O que nadie se lo hace por miedo a saber que todavía es un inmaduro.
Cuénteme, buen hombre, ¿para qué sirve una nueva versión cinematográfica cuando el original, la película original, es una joyita que ha acunado nuestras vidas? ¿Es tan necesario invertir energía y millones de dólares en hacer lo que ya se hizo cuando queda tanto por hacer de lo que nunca se hizo?
Es sencillamente vergonzoso, capricho de país rico que tira los dineros que cualquier realizador menos afortunado, miren hacia América Latina, por favor y dejen de decirme que me he metido en un barullo populista, podría aprovechar tal vez para darnos una obra que tuviese un sentido más profundo.
¿Cuándo van a remacar "Casablanca" o la serie de "Fu Man Chú"?.
El cine está perdiendo los papeles. A falta de inventiva, de ingeniosidad, se recurre a la facilota comedieta y, extremo lujo, a nuevas versiones, de películas que para nada lo necesitaban.
El cine se pega batacazos como en España y otros países, porque hacen películas horrendas sólo para el ego de su autor. Y, claro, mamita, la gente huye despavorida (esta palabra hay que colocarla por lo menos una vez en la vida, si no no eres nadie) de taquillas que se les antojan una ratonera para imbéciles grado 2, y se sigue recurriendo a las grandes, lujosas, costosas e inútiles fiestas de premios que unos se dan a otros, entre sonrisas. Yo me congratulo, tú me congratulas. Congratulations, vamos… A menos que tanto ruido, tanto falso glamour sea para esconder debajo de la alfombra la falta de talento.
¿A dónde ha ido a parar la emoción inteligente de películas que tenían algo más que planos ultracortos con fogonazos desagradables? ¿Adónde han ido a parar los sentimientos sin sentimentalismo ni necesariamente escenas antes reservadas al cine pornográfico? ¿Dónde está el cariño amable de una sonrisa?
Ya sé que vivimos en otro mundo, en otra galaxia, en una sociedad que no mira más que la rentabilidad.
Ya no hay verdaderas llaves en la mayoría de los grandes hoteles. Muchos, infinitos actores, no ruedan películas sino inversiones. Prima el taquillazo en perspectiva e incluso eso falla lamentablemente.
Ahora ya no hay personas en las películas, sino efectos, ordenadores, muñequitos programados que van y vienen. Los actores son modelos de juguetería perfeccionada, pero no miran, no palpitan, no sufren. Con suerte, prestan su voz al ridículo engaño, pero sin amor, sin odio, sin sentimientos, como espectáculo para personas mayores de 7 años. Quizá sea útil en jardines de infancia, para entretener a los bebés, e incluso para enseñarles los primeros rudimentos.
El cine, el de verdad, ya no existe… al menos como lo vivíamos. Ir a un festival, a una presentación o a una gala no es ir al cine. El cine era una cita con Audrey Hepburn y Rosellini, con Marilyn y Joshua Logan: una cita apasionante, sin entrega de premios ni presentadores graciosos. Era una cita secreta, casi a ciegas. Era un acto libertario, lo más opuesto a una cita social.
Los dos últimos párrafos de esta croniquilla de domingo de guardar no son de Sergio Berrocal. Pertenecen al divertido e instructivo libro, lo cortés no quita lo arriesgado, de Jesús Franco (Jess Franco) “Bienvenido Míster Cagada, Memorias caóticas de Luis García Berlanga” (Editorial Aguilar). Esos dos párrafos cargados de sentido común han salido de las mentes de esos dos enormes cineastas, a los que por lo menos les debemos el respeto de la cultura y del talento.
NDLR: En Facebook, ese ingenio que lo mismo sirve para hablar a una amiga que para fomentar una Revolución, se dice que Sergio Berrocal estudió en Berkley, uno de los santos lugares de la cultura en Estados Unidos.
La verdad es menos brillante. Sergio Berrocal siempre soñó con estudiar periodismo en esa universidad. Pero la circunstancia de haber nacido sin un duro hizo que tuviese que conformarse con cursar estudios en la UPC de Tánger, junto a su amigo Alfredo Muñoz-Unsain, el Chango que hasta su muerte, acaecida en La Habana hace un triste año, fue el decano de los corresponsales de prensa extranjera en Cuba. Nos contaron que en otros tiempos en esa prestigiosa universidad se formó también Ernest Hemingway, aunque él sacaba matrícula de honor por menos de un pitillo.
Ya ven, así se construyen los "remakes".
(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Acaba de publicar "Lula y otros gladiadores" (www.publibook.com).
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Me hierve la sangre como todavía en muchos pueblos de mi Andalucía, perdida en el sur de España, injusticia geográfica porque merecería estar en el centro, en la mismísima Gran Vía, le hierve a los guarros a los que se inmolan cuan bonzos magrebíes para que el resto de los españoles y los turistas cochambrosos descubran el jamón de pata negra.
Ya sé, ya sé que las Naciones Unidas, esa cosa decía Charles de Gaulle, esa cosa, sí, que no sirve para nada más que para hacer vivir una casta de altos funcionarios, ha decidido instituir un Año del Murciélago. Pero, oiga, secretario general, pavitos de Hollywood, por qué no inventan un año del PSA de los directores de cine.
El Prostate-Specific Antigen es ese análisis que todos los hombres mayores de cuarenta años tienen que hacer regularmente. Para mí marca la frontera entre adultos y maduros. Es cuando ya se tiene conciencia de las cosas, no sigue uno pensando sólo en lo bonito que es tener dinero. Es la prueba del algodón, o vales o nunca valdrás.
A mí me parece que en Estados Unidos no hay PSA que valga. O que nadie se lo hace por miedo a saber que todavía es un inmaduro.
Cuénteme, buen hombre, ¿para qué sirve una nueva versión cinematográfica cuando el original, la película original, es una joyita que ha acunado nuestras vidas? ¿Es tan necesario invertir energía y millones de dólares en hacer lo que ya se hizo cuando queda tanto por hacer de lo que nunca se hizo?
Es sencillamente vergonzoso, capricho de país rico que tira los dineros que cualquier realizador menos afortunado, miren hacia América Latina, por favor y dejen de decirme que me he metido en un barullo populista, podría aprovechar tal vez para darnos una obra que tuviese un sentido más profundo.
¿Cuándo van a remacar "Casablanca" o la serie de "Fu Man Chú"?.
El cine está perdiendo los papeles. A falta de inventiva, de ingeniosidad, se recurre a la facilota comedieta y, extremo lujo, a nuevas versiones, de películas que para nada lo necesitaban.
El cine se pega batacazos como en España y otros países, porque hacen películas horrendas sólo para el ego de su autor. Y, claro, mamita, la gente huye despavorida (esta palabra hay que colocarla por lo menos una vez en la vida, si no no eres nadie) de taquillas que se les antojan una ratonera para imbéciles grado 2, y se sigue recurriendo a las grandes, lujosas, costosas e inútiles fiestas de premios que unos se dan a otros, entre sonrisas. Yo me congratulo, tú me congratulas. Congratulations, vamos… A menos que tanto ruido, tanto falso glamour sea para esconder debajo de la alfombra la falta de talento.
¿A dónde ha ido a parar la emoción inteligente de películas que tenían algo más que planos ultracortos con fogonazos desagradables? ¿Adónde han ido a parar los sentimientos sin sentimentalismo ni necesariamente escenas antes reservadas al cine pornográfico? ¿Dónde está el cariño amable de una sonrisa?
Ya sé que vivimos en otro mundo, en otra galaxia, en una sociedad que no mira más que la rentabilidad.
Ya no hay verdaderas llaves en la mayoría de los grandes hoteles. Muchos, infinitos actores, no ruedan películas sino inversiones. Prima el taquillazo en perspectiva e incluso eso falla lamentablemente.
Ahora ya no hay personas en las películas, sino efectos, ordenadores, muñequitos programados que van y vienen. Los actores son modelos de juguetería perfeccionada, pero no miran, no palpitan, no sufren. Con suerte, prestan su voz al ridículo engaño, pero sin amor, sin odio, sin sentimientos, como espectáculo para personas mayores de 7 años. Quizá sea útil en jardines de infancia, para entretener a los bebés, e incluso para enseñarles los primeros rudimentos.
El cine, el de verdad, ya no existe… al menos como lo vivíamos. Ir a un festival, a una presentación o a una gala no es ir al cine. El cine era una cita con Audrey Hepburn y Rosellini, con Marilyn y Joshua Logan: una cita apasionante, sin entrega de premios ni presentadores graciosos. Era una cita secreta, casi a ciegas. Era un acto libertario, lo más opuesto a una cita social.
Los dos últimos párrafos de esta croniquilla de domingo de guardar no son de Sergio Berrocal. Pertenecen al divertido e instructivo libro, lo cortés no quita lo arriesgado, de Jesús Franco (Jess Franco) “Bienvenido Míster Cagada, Memorias caóticas de Luis García Berlanga” (Editorial Aguilar). Esos dos párrafos cargados de sentido común han salido de las mentes de esos dos enormes cineastas, a los que por lo menos les debemos el respeto de la cultura y del talento.
NDLR: En Facebook, ese ingenio que lo mismo sirve para hablar a una amiga que para fomentar una Revolución, se dice que Sergio Berrocal estudió en Berkley, uno de los santos lugares de la cultura en Estados Unidos.
La verdad es menos brillante. Sergio Berrocal siempre soñó con estudiar periodismo en esa universidad. Pero la circunstancia de haber nacido sin un duro hizo que tuviese que conformarse con cursar estudios en la UPC de Tánger, junto a su amigo Alfredo Muñoz-Unsain, el Chango que hasta su muerte, acaecida en La Habana hace un triste año, fue el decano de los corresponsales de prensa extranjera en Cuba. Nos contaron que en otros tiempos en esa prestigiosa universidad se formó también Ernest Hemingway, aunque él sacaba matrícula de honor por menos de un pitillo.
Ya ven, así se construyen los "remakes".
(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Acaba de publicar "Lula y otros gladiadores" (www.publibook.com).
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