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Colaboración: El día más corto de Darryl Zanuck

por © P.L.-NOTICINE.com
Darryl Zanuck
Darryl Zanuck
Por Sergio Berrocal *

En ese momento, cuando has penetrado en el pasillo del miedo, desearías tener a tu lado a los coros y danzas del Ejército Rojo, al Ballet de la Opera de París y a la compañía de Flamenco de Dieguito Pérez, la más cachonda de la vida andaluza. Porque es duro pensar que te han dejado sólo ante el peligro, por muy Cary Cooper que tú te sientas, y que en realidad lo que tienes es un espantoso "Volver a empezar", sin Cole Porter ni su primo hermano,  y sabes que la orquesta no toca precisamente para que Gene Kelly cante bajo la lluvia y te salpique de felicidad.

El miedo es el mal más duradero, eterno, apabullante. Se te hinca a la altura del corazón y suerte tienes si no necesitas al 8º de Caballería, porque el 7º ya está muy usado, con alguna estrella de Hollywood al frente para que te saquen de la emboscada de la angustia que el jefe de los indios llamado Toribio Crueldad te ha tendido en el desfiladero de Esto Es Lo que Hay.

Se te encoge el ombligo, el oxígeno no te llega al último botón de la camisa de rayas verticales (decías que daban suerte, compañero rojo de asco) que tú te has puesto precisamente para ahuyentar al mal fario. Está visto que siempre fuiste un inocente, un tonto de pueblo no reconocido.

Vuelves a pisotear el suelo raído amarillento que ya habías olvidado y galopas por la desgracia, como aquella otra vez cuando la esperanza dependía de unos impresos que repartían vida o muerte a lo loco.

Ella, la Madame Angustia, que tuvo un muy concurrido burdel en Saint-Denis, cerca de París, merodea por allí con un uniforme verdoso que los pobres del alma confunden con las casacas de los Mosqueteros de D’Artagnan.

Hay un viejo requeteviejo, a punto de irse al otro barrio, que no para de abrir y cerrar puertas de retretes.

Te deja agarrotado de pánico, te atenaza la voluntad de perder y apenas si te permite respirar a buchitos. Es como tomarte un descafeinado son mala leche.

El único consuelo es que sabes que esta mala mujer llamada Angustia o ese tipo horroroso apodado Pánico se irán un rato, cuando se cansen de que le des vueltas a la ruleta y siempre pierdas, sin piedad, sin miramientos, porque eres un desgraciado.

La bondad, si alguna vez existió, es muy casquivana, puta del Chaco peruano. Va y viene, entra y sale en la vagina de tu vida según le parezca. La gente la sufre sin atreverse a rechistar, a sabiendas, oh gloriosa sabiduría popular, que siempre es peor o requetepeor.

Por favor

Guardar

Silencio

Si hablan, todo lo que hablen puede rebotarles en sus sucias cabezas de tarados mentales.

La puerta del retrete escupe de vez en cuando algún viejo que ha aprendido a callar y a mear.

Todos somos plantígrados, y andamos arrastrando los pies que a veces para qué os quiero, que falta sitio para correr. Cuando te entre el miedo no será por conveniencia o educación en un instituto para cretinos diplomados.

El sabelotodo con bata verde, Flaubert los conocía como el veneno de su adorada mujer,  te aprieta el ombligo, producto de un alumbramiento prematuro.

Le dio marcha atrás a los recuerdos y comprobó que todo aquello ya lo había sufrido. Pasillos parecidos y desangelados, batas blancas al infinito.

Estás solo y tienes algo más que miedo. Nadie te habla nada aunque todos mueven las quijadas como si estuviesen en una cena con rifa a lo loco.

Te han enseñado a no hacer preguntas y el de las respuestas, el delgaducho pintado de verde y lleno de condecoraciones, te mira con media sonrisa sardónica, así te hace ver que ni te mereces siquiera una entera.

Sentado contra la pared, como te enseñaron los gangsters de las primeras películas de tiros que viste en el cine de cuando niño, allá por Marruecos, buscas en tu memoria pero eres incapaz de dar con un filme que pueda aliviarte.

Ah, sí, el cojo de la película de John Wayne. Ah, no, prefiero al borrachín de Dean Martin que se “regenera” (ahora dicen reciclar)  revolviendo con su mano entre cien escupitajos de sucios y tísicos vaqueros.

Pero es que tú estás en el cine y ellos se enfrentan a la realidad en color y sonido surround. Por el momento tú andas por el cine mudo, ni siquiera te han dejado llegar al surrealismo.

Más pasillos, tan igualitos, pero ahora no hay ruidos como en aquellas películas que acompañaban con un piano o con atracciones en el bulevar de las señoras de vida alegre.

De un momento a otro ni siquiera pitará el tren de los deportados de la vida, los que salen de ver a los jefes verdes con estetoscopio. Próxima estación: Anatomía patológica.

Dos deportados con gesticulación extranjera hacen grandes gestos sobre porcentajes de un negocio que ni ellos entienden.

Ha aparecido por fin el maquinista. Trae una cesta de agujitas largas y finas. Dice que pase el primero pero todo el mundo se hace el loco. ¿O será que ya se han vuelto todos locos?

Por si acaso, meu bem, por si las moscas que decían en el otro planeta, sigue por el otro pasillo, que ya llegarás al Cerro de la mica, donde Luis  Buñuel concentra a sus desgraciados de todos los países.

Una muchacha canturrea sin voz esgrimiendo un hisopo que parece una de esas agujas finas.

Es más que guapa, apetitosa y todos quieren llevársela, incluso las mujeres.

La niña grande sonríe con una trenza que llega al suelo, sube por sus ancas divinas y se la envuelve en la cintura antes de trepar hasta un techo que no se sabe dónde acaba.

Darryl Zanuck, puro habano en bandolera y bigote en ristre, ataca por el pasillo con sus desesperados del día más largo, mientras el general MacArthur, una vez más derrotado intenta atrincherarse en los baños.

Zanuck le dice a Juliette Greco que pare de asediarle y se pone firme y a sus órdenes en redondo ante la trenza de la muchacha, que canturrea el último tango en París.

La mira. Se miran. Le sonríe. Se sonríen. MacArthur tiende a la guapa un contrato y un bolígrafo.

Zanuck y ella se van juntos para vivir otro día más largo, el más largo de todos.

Y tú, desagradecido del mundo, le pides remedio a tu amigo Johnny.

(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro: "Crónicas sin güisqui" (www. publibook.com).

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