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Colaboración: Las pecas de Glenn Miller

por © P.L.-NOTICINE.com
'Música y lágrimas'
'Música y lágrimas'
Por Sergio Berrocal *

Huyes despavorido de las radios que con flujos y reflujos de verborrea infame te desinforman, te manipulan y hacen que te sientas peor y aterrizas en una onda musical flamenca, donde habla, grita y salta gente que sólo quiere sobrevivir a este tsunami de muertos cerebrales que preparan pausadamente los llamados formadores de opinión.

Y terminas por imaginarte en el mundo de “Radio Days", ese maravilloso cuento musical para niños de hasta 99 años de edad escrito alguna vez por Woody Allen entre dos rascacielos de Manhattan.

Días benditos y radiofónicos en que no existía el disparate emocional que es la mala y malísima televisión que vivimos en algunos de los 27 países de Europa (27, un nuevo número del Diablo).

El niño de aquellos días radiofónicos, el niño que lo era todo, que tal vez todavía seamos algunos pese a nuestra insultante carga de años, era arrullado, mecido por la mejor música moderna de todos los tiempos, aquella que desconocidos generosos y con talento reventón nos legaban desde Nueva York clarinetes, saxofones, baterías y flautas relucientes de falsa plata, de la que cagó la gata.

Esos genios del bien lograron hacernos oír un rato americanos del norte antes de que guerras malvadas y política de cuatreros en nombre del Orden nos convirtiesen en pobres rebeldes con causa pero casi sin aliento para decirlo.

Descubrimos casi al tiempo que la música de negros el antiimperialismo porque había señores malos, perversos, que desde una ciudad llamada Washington habían impuesto sus cuarenta voluntades como los cuarenta ladrones de Alí Babá, a un mundo subdesarrollado descubierto por Cristóbal Colón o su primo segundo.

Con la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), las grandes melodías de “Radio Days" las tuvimos en vivo con el desembarco de las tropas norteamericanas en Europa.

EEUU había entrado en guerra no para salvar a los europeos, cuentos de niños chicos habitualmente contado, sino para vengarse de los atrevidos zarpazos japoneses que les habían propinado una sangrienta y costosa paliza en Pearl Harbour, idílico conjunto de playas que los kamikazes nipones enviados desde Tokio, otro punto del mundo que sólo conocíamos entonces de oídas, hicieron añicos, cargándose a lo más bello de la flota estadounidense.

Con los soldados aliados, mandados por los yanquis, nos llegó el chicle que, dicen, volvió locas a las prostitutas de Nápoles y alrededores.

Igualmente desembarcaban los ritmos de Estados Unidos y, sobre todo, los de Glenn Miller y su orquesta.

Y mucho después de que el sonriente músico desapareciera en un vuelo militar por encima de algún mar, nos quedó, mucho después, una película, “Glenn Miller Story" ("Música y lágrimas") y las adorables pecas de la protagonista, June Allyson, junto a la alegría contagiosa de James Stewart.

Cuando esta película se presentó en las pantallas de París, allá por los años cincuenta, con sus pegadizos ritmos, el mundo parecía prometernos días de muchas rosas sin espinas.

Llegaron los años sesenta y en el mismo París muchos de los jovencillos que entonces andábamos por allí en busca de fortuna seguíamos reivindicando la batuta de Glenn Miller en los guateques.

Era la época de la luna de miel con los norteamericanos, vía la música de Miller pero también la del trepidante Rock, el twist y personajes como el trompetista Henry James. A mí, y que me registren si creen que lo sé, todo eso me ha quedado asociada con la pericia de los sastres chinos.

Todavía nada sabíamos de lo que sería el desarrollo de la industria textil china pero un buen día en una de las más importantes tiendas del Boulevard des Italiens, creo que esquina Rue Viviene, aparecieron unos escaparates que nos enamoraron.

Por muy pocos francos allí te hacían un traje de lo más elegante como los que, aseguraban, podías comprar en Hong Kong.

Se murmuraba que eran de “piel de tiburón", aunque con el uso supimos que en realidad se trataba de alpaca.

Nadie se había percatado aún del peligro comercial que representaba China, enfundada en el viejo maoísmo, y sólo el francés Alain Pierrefitte, ex ministro del general Charles de Gaulle y poseedor de las orejas más enormes de París, había escrito “Cuando China despierte…", auténtico taquillaza librero.

La moda pasó y los más carcomidos por la nostalgia de aquellos jovencillos seguimos enamorándonos con la música de Glenn Miller como recurso supremo.

(*): Sergio Berrocal es periodista y crítico de cine. Su último libro: "Crónicas sin güisqui" (www. publibook.com).