Colaboración: "Invictus", un soñador llamado Nelson Mandela
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Por Alberto Duque López
La nueva película del director Clint Eatwood, "Invictus", sobre uno de los episodios más significativos de la larga, combativa y hermosa vida de Nelson Mandela, comienza en la tarde del domingo 11 de febrero de 1990 con una escena simple que resume y anticipa el tono, el lenguaje y las intenciones de una de las mejores películas que llegan este año a las carteleras (este fin de semana en Brasil y España, ya antes en México y Argentina).
Un grupo de jóvenes blancos juega al rugby (versión europea del fútbol americano) animadamente. La cámara pasa por encima de una reja de hierro que los rodea y protege y sigue hasta el otro lado de la carretera, a otro campo de fútbol (soccer), un terreno descuidado donde un grupo de muchachos, negros, juega el mismo deporte pero sin uniformes ni guayos ni entrenador, desordenadamente. Entonces ambos partidos son interrumpidos por una caravana de sirenas y pitos que aparece y desaparece en medio de una polvareda.
Los chicos negros se emocionan, se exaltan, gritan el nombre de Mandela y celebran su liberación después de 27 años en la cárcel. Los jóvenes blancos miran sin entender y uno de ellos le pregunta al entrenador quién es y el otro le responde que Mandela, el terrorista, hace una pausa y le dice con una voz lúgubre: "Recuerda este momento, hijo, recuerda la tarde en que nuestra patria quedó despedazada".
Así comienza una película que habla de la compasión, la tolerancia, la dignidad, la libertad, la inteligencia, el perdón, el buen humor, la paciencia, la audacia, el riesgo y sobre todo, la imaginación de un hombre que fue capaz de resistir 27 años en una celda muy pequeña donde el gobierno blanco y segregacionista de su país, Sudáfrica, lo encerró cuando, desde la dirigencia del Congreso Nacional Africano se opuso a la sangrienta, salvaje e injusta política del Apartheid (una minoría blanca que imponía condiciones humillantes a la población negra), y organizó, primero la desobediencia civil (por la cual fue encarcelado la primer vez de 1956 a l961 con otros 150 simpatizantes) y luego la guerra de guerrillas, asesorado por los israelíes, hasta cuando fue encarcelado de nuevo entre 1964 y 1990, en la prisión de Robben Island donde no tuvo nombre sino un número que se convirtió en símbolo de la libertad y la lucha por los derechos humanos, 466/64.
Presionado por el clamor internacional, el gobierno blanco sudafricano libera a Mandela quien durante cuatro años se encarga de armar y desarmar, ordenar, concretar y echar a andar lo que siempre había querido para su pueblo (él, que había renunciado a ser jefe de una tribu para dedicarse a la abogacía y la defensa de los negros desvalidos; se casó tres veces y tuvo seis hijos, de los cuales fallecieron tres), se lanza de candidato a la Presidencia por el Congreso Nacional Africano en unas elecciones en las que, por primera vez, 27 millones de negros eligen libremente. Antes, comparte el premio Nobel de la Paz con su antiguo verdugo, el presidente Frederik De Klerk quien será su vicepresidente más tarde.
La película, narrada con la sobriedad, la espantosa mesura y el amor por los detalles pequeños y humanos que caracterizan las historias de redención, culpa, dolor, expiación, miseria, ambición, soledad y amor del director y productor Clint Eastwood, contempla ese primer año de gobierno de Mandela, cuando los negros esperaban degollar a los blancos y éstos, temían ser despojados de sus bienes y lanzados al mar. Solo la paciencia, la inteligencia, la tolerancia y el perdón ejercidos por este hombre que tuvo la capacidad de burlarse del poder y la gloria, es decir, burlarse de sí mismo, impidieron que Sudáfrica se ahogara en un baño de sangre.
Por supuesto, solo un director sensible y arriesgado como Eastwood y un actor de enorme influencia en Hollywood como Morgan Freeman (es su tercera película juntos), podían sacar adelante un proyecto poco comercial que, a primera vista, no parecía interesar a ninguno de los grandes estudios en Hollywood. Como ha ocurrido antes, tantas veces, se equivocarían.
Pero, hay que buscar el origen de todo, buscar el libro, "El factor humano" que el excelente reportero inglés John Carlin, enviado de The Independent a Sudáfrica y otras zonas conflictivas del mundo en numerosas ocasiones, estaba escribiendo desde 2001. Un libro que reconstruía con sus protagonistas verdaderos los principales sucesos que ocurrieron a mediados de 1995, cuando Sudáfrica que había soportado el desprecio del resto del mundo deportivo por su política de derechos humanos, ganó el Campeonato Mundial de Rugby con un equipo, los Springboks, por el que nadie daba un centavo durante los meses anteriores.
Durante sus años en Sudáfrica, Carlin tuvo oportunidad de hablar con Mandela en distintas circunstancias, alegres y tensas, violentas y esperanzadoras, hasta cuando le habló del libro y le dijo que quería desmenuzar ese mecanismo genial, oportuno, pragmático y político con el cual el anciano dirigente convirtió los meses anteriores al campeonato mundial de rugby de 1995 con sede en Sudáfrica en la única y posible ocasión de lograr la armonía, la convivencia y la tolerancia entre los negros y los blancos de su nación, hasta llegar a ese momento histórico del partido mismo.
Con la aprobación de Mandela, la colaboración de sus amigos y sus antiguos enemigos, Carlin cuenta que firmó contrato con una editorial de Nueva York, su agente comenzó a recorrer las oficinas de los estudios de Hollywood con un resumen de la historia y entonces, el destino intervino.
Mientras recorría el Sur profundo de Estados Unidos para un reportaje, Carlin, por simple azar, se encontró con Morgan Freeman en casa de un amigo común y descubrió que desde varios años atrás, Mandela quería que lo interpretara en el cine y Freeman lo había visitado muchas veces en su hogar para estudiar los contornos del personaje. Eran demasiadas coincidencias. La productora de Freeman compró los derechos de un libro no acabado y el actor propuso el proyecto a su amigo, el único director capaz de captar todo el alcance de esta historia, Eastwood.

La película tiene el toque Eastwood, forma parte de su mundo lleno de anti-héroes que se enfrentan a todos, que se arriesgan, que son capaces de perderlo todo por demostrar que tienen la verdad, que sufren y se redimen y expían sus culpas mientras luchan contra la opresión, las injusticias, el poder mal ejercido y sobre todo, luchan contra esas dobleces del alma que tanto duelen.
Ese tono Eastwood se encuentra en escenas sencillas (la visita a la cárcel y la celda donde Mandela estuvo 27 años encerrado en un espacio espantoso; la desconfianza de los negros ante un presidente que aparenta favorecer a los blancos; la aparición amenazante de una camioneta repartidora de periódicos en la oscuridad; la relación entre los guardaespaldas negros y blancos; el encuentro del recién posesionado presidente con sus funcionarios blancos; los cheques del sueldo no cobrados; las relaciones con la hija...) que alternan con las soberbias tomas de los distintos partidos hasta ese final que emociona a todos, con una banda sonora compuesta por Kyle Eastwood (hijo del director) y Michael Stevens que cumple su papel eficaz.
Este es el productor y director que nació en San Francisco hace 80 años. Actúa en 66 películas de cine y televisión, y en las primeras 16 su nombre no aparece en los créditos. Ha producido 32 y dirigido 34, en la mayoría de las cuales actúa como protagonista. Ha compuesto la banda sonora y los temas de 16 de sus películas. Nunca ha ganado un Oscar como actor pero ha sido nominado 9 veces en varias categorías: en 1993 y 2005 ganó por mejor director y mejor película, en ambas ocasiones. En los Globos de Oro ha sido nominado 12 veces, de las cuales recibió 4 premios. "Invictus" demuestra que sigue siendo tan lúcido y eficaz e imaginativo como pocos en Hollywood.
Para los lectores curiosos por saber el origen del título "Invictus" de la película, baste decir que es un poema escrito por William Ernest Henley que le sirvió a Mandela para preservar sus fuerzas durante los 27 años en prisión. Henley es un escritor inglés (1849-1903) que escribió esta pieza en 1875 y la publicó en 1888:
"Desde la noche que sobre mi se cierne,
negra como su insondable abismo,
agradezco a los dioses si existen
por mi alma invicta.
Caído en las garras de la circunstancia
nadie me vio llorar ni pestañear.
Bajo los golpes del destino
mi cabeza ensangrentada sigue erguida.
Más allá de este lugar de lágrimas e ira
yacen los horrores de la sombra,
pero la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el camino,
cuán cargada de castigo la sentencia.
Soy el amo de mi destino;
soy el capitán de mi alma".
negra como su insondable abismo,
agradezco a los dioses si existen
por mi alma invicta.
Caído en las garras de la circunstancia
nadie me vio llorar ni pestañear.
Bajo los golpes del destino
mi cabeza ensangrentada sigue erguida.
Más allá de este lugar de lágrimas e ira
yacen los horrores de la sombra,
pero la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el camino,
cuán cargada de castigo la sentencia.
Soy el amo de mi destino;
soy el capitán de mi alma".