"Nine": Fellini manoseado por Hollywood
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Por Alberto Duque López
¿Por dónde comenzar esta nota sobre "Nine, un vida de pasión" del director Rob Marshall, el mismo de "Chicago", considerado por algunos despistados legítimo heredero de ese genio llamado Bob Fosse, director de "Cabaret" y "Sweet Charity" y esa obra maestra que uno puede repetir y repetir sin aburrirse con la seguridad de descubrir cada vez nuevos elementos, nuevas pistas, nuevas claves, "All that Jazz"?
¿Por dónde comenzar? Quizás por la cantidad increíble de carne femenina envuelta en la más sensual lencería y expuesta al ojo impúdico de las cámaras que penetran (es el verbo más adecuado) los cuerpos abiertos, ágiles, alegres, hermosos, perfectos, deseables y compartidos de mujeres míticas como Nicole Kidman, Marion Cotillard, Kate Hudson y Fergie, además de una Penélope Cruz excitada vulgarmente todo el tiempo y más agresiva que en las películas de Bigas Luna y Pedro Almodóvar.
Es que pocas veces una película costosa de Hollywood había mostrado con tanto entusiasmo y tanta sensualidad los contornos de tantas bellezas que forman parte de las pesadillas, los recuerdos, las fijaciones, los dolores, los sinsabores y las excitaciones físicas y artísticas de un artista absolutamente agotado, vacío de cualquier emoción o creatividad.
¿Por dónde comenzar? Por el origen de todo, "8 ½", esa obra maestra de Federico Fellini, 1963, con Marcello Mastroianni como el director agotado, presionado, aislado, perseguido por los recuerdos de su infancia y una vida dominada por la madre, los curas, el cine, los amigos, el sexo apenas incipiente, los payasos, la soledad, las mujeres enormes de senos y muslos descomunales, la infidelidad, los conflictos religiosos y existenciales, las amantes de encuentros furtivos, las dudas creativas, el humor negro, el cansancio, la pereza, el agotamiento creativo y, por encima de todo, la imposibilidad de salir de ese laberinto a donde lo empujan todos, desde el productor paternal y dominante, hasta las mujeres que creen, equivocadamente, que son dueñas de su cuerpo y su alma, hasta los centenares de personajes que lo empujan y lo arrastran en busca de su tiempo, su atención, su afecto, su complicidad, sin saber que este hombre ya se siente muerto en vida.
"8 ½" retoma tres años después el escándalo, el cinismo, el humor negro, el desprecio, la agresividad, la inteligencia, la poesía, la soledad y la decadencia de "La dolce vita" pero, a diferencia de ésta, el escalpelo se hunde sin piedad ya no en los burgueses y nobles decadentes romanos, si no en la misma naturaleza del protagonista con su sombrero y su látigo y su ropa oscura y su aire de dandy aburrido que no tiene el menor afán de salir de tantos problemas, si es que alguna vez ha visto sus conflictos cotidianos como problemas.
Por eso, cuando Guido el protagonista se mira al espejo, peinado y acicalado por numerosas mujeres, envuelto en el vapor de sus sueños y pesadillas, se asoma perezosamente a la forma más despiadada y salvaje de eludir la creación artística: el estancamiento, la esterilidad, el vacío y el aburrimiento que apenas se superan cuando él mismo, niño, entra y sale de los escenarios congestionados. Al lado de los fantasmas de sus padres que entran y salen de sus tumbas. Al lado de todas las mujeres que florecieron entre sus manos y pensaron, erróneamente, que eran dueñas de su corazón, sus sentimientos, sus deseos carnales y lo peor de todo, dueñas de ese espíritu que nunca puede estar amarrado a la realidad inmediata, aunque esa actitud cueste millones y millones a los crédulos productores que en el caso de "Nine" son los hermanos Weisntein con toda su egolatría, toda su ordinariez, todo su menguado poder.
Entonces: un escritor, Arthur L. Kopit y un compositor, Maury Yeston lograron que el mismo Federico Fellini cediera los derechos de su película para un musical que ellos titularon "Nine" y estrenaron el 2 de mayo de 1982 en Broadway, en el 46th Street Theatre, bajo la dirección de Tommy Tune, espectáculo protagonizado en un escenario dividido en dos por un hombre y 24 mujeres que alcanzó 729 representaciones en medio de grandes elogios y cinco premios Tony.
Raul Julia, el inolvidable protagonista de "El beso de la mujer araña", las películas de la familia Addams y "The Burning Season" además de sus formidables papeles en el teatro shakesperiano, fue el primer Guido que lo popularizó por el dinamismo y el humor negro que imprimió al personaje fellinesco. En la siguiente temporada, Antonio Banderas tomó el personaje y en el montaje de Londres, apareció Jonathan Pryce.
Para esta versión, inicialmente pensaron en Javier Bardem, no se pudo y escogieron a uno de los grandes actores dramáticos de los últimos años, Daniel Day-Lewis, protagonista de obras maestras como "Mi pie izquierdo", "En el nombre del padre" y "El Boxeador" (las tres, con el director irlandés Jim Sheridan, también un ferviente activista político).
Entonces, asoma uno de los principales problemas de "Nine", el protagonista, ese Daniel Day-Lewis cantando y bailando y amando y corriendo y escondiéndose, haciendo un falso macho italiano, con una sonrisa postiza, con un rictus de hastío que nadie le calma y un gesto de aburrimiento que, la verdad, podría interpretarse como un comentario tácito sobre lo que está viviendo y filmando.
Después del Guido original, con ese Mastroianni torpe y mentiroso y seductor y desordenado que no es capaz de encontrarse a si mismo, que hace y deshace con todas las mujeres que se atraviesan en su caótica vida, uno no puede aceptar que Day-Lewis interprete un personaje lleno de sangre, nervios, sexo, humor negro, simpatía, gracia y derroche de energías porque no se lo cree, es uno de los peores casos de equivocación en la elección de un actor. Este actor, con su mirada dura y su pose de intelectual perdido nada tiene que ver con el Guido fellinesco, absolutamente nada. Y eso lo siente, lo recibe el espectador desubicado con un actor que no sabe qué hacer con ese personaje que le encargaron, que baila como un robot y canta muy mal.
Por supuesto, los defensores de "Nine" dirán que no es justo comparar el resultado de "Nine" con la brillantez y la inteligencia y la originalidad y la agresividad de "8 ½", ni comparar al señor Marshall, excelente coreógrafo y bailarín de Broadway con el maestro Fellini, ni despreciar los estupendos números de baile con algunas de las mujers más hermosas y sensuales y codiciadas sobre la tierra. No es justo, es cierto, pero es necesario porque Hollywood no puede seguir manoseando personajes y temas ajenos y esta versión de "8 ½" es un una tibia aproximación al mundo sensual y alegre y cínico e imaginativo de Fellini y sus guionistas.
¿Entonces? Entonces queda en el fondo el talento del desaparecido Anthony Minghella quien alcanzó a desarrollar buena parte de este guión. Queda la presencia de la señora Sofia Loren, cuyo fantasma acompaña al descarriado hijo. Queda toda esa carne de mujeres tan bellas como Nicole Kidman (como la musa que en el original era interpretada con inocencia perversa por Claudia Cardinale, totalmente inaccesible); Marian Cotillard (como la esposa engañada muchas veces que antes era Anouk Aimee); Penélope Cruz con toda su agresividad y vulgaridad y sensualidad (como Carla, la amante posesiva y hostigante que antes interpretó Sandra Milo) y, por supuesto, el personaje descomunal de la Saraghina, la prostituta que vivía en la playa y mostraba sus senos y genitales cuando los chicos le regalaban monedas, una mujer fea, desgreñada, sucia y perseguida por los curas, que en esta versión queda en las manos o el cuerpo de la cantante Fergie.
Y otras dos mujeres, Kate Hudson como la periodista que también canta y baila, y la diseñadora de vestuario y asistente, interpretada por Judi Dench quien protagoniza una de las escenas más deplorables y ridículas cuando canta y baila en homenaje a las noches parisinas. En ese momento, uno solo desea que aparezca el agente 007 y se la lleve, piadosamente.
¿Entonces? Quedan los números musicales (tres de ellos compuestos para esta película), quedan los bailes agresivos, quedan los escenarios llenos de luces y rampas y escaleras y tuberías y festones, algunos de ellos montados en el verdadero estudio 5 de Cinecittá, donde Fellini filmaba sus películas, quedan algunas escenas de las calles de Roma y Anzio, quedan algunos momentos de la espléndida fotografía de Dion Beebe, el mismo de "Miami Vice" y "Colateral" de Michael Mann. Quedan.
Mirando y soportando "Nine", uno trata de encontrar algunas de las palabras y las sensaciones volcadas por Federico Fellini en sus películas y se siente frustrado y prefiere recordarlo cuando decía: "Para mí hacer películas es hacer el amor. Me siento muy vivo cuando estoy dirigiendo. Pero antes de empezar a realizar 8½, me ocurrió algo que siempre temí que pudiese ocurrir, y cuando sucedió, esto fue más terrible de lo que nunca hubiese podido imaginar. Sufrí mi miedo más grande, el bloqueo del director…La película que iba a hacer había huido de mí. Consideré abandonarla, pero no podía decepcionar a todas aquellas personas que creían que yo era un mago. Se me ocurrió que podría hacer una película acerca de un director que tenía un bloqueo del director".
¿Entonces? ¿Somos injustos con "Nine"? Quizás, pero es que ni la vida y ni el cine son justos, y menos con los hermanos Weinsten y el director Rob Marshall y el amado Minghella y el admirado Day-Lewis, y la nostálgica Sofia y la excitante Penélope que se embarcaron en un proyecto que, además, fue estrenado en la peor fecha en Estados Unidos, 25 de diciembre, enfrentada a otra pesadilla con hombrecitos azules. ¿Entonces? Nos queda el recurso de un humeante plato de pasta con salsa boloñesa y una ración generosa de parmesano y unas anchas rodajas de pan blanco con ajo. ¿Somos injustos con "Nine"? Quizás.
¿Por dónde comenzar esta nota sobre "Nine, un vida de pasión" del director Rob Marshall, el mismo de "Chicago", considerado por algunos despistados legítimo heredero de ese genio llamado Bob Fosse, director de "Cabaret" y "Sweet Charity" y esa obra maestra que uno puede repetir y repetir sin aburrirse con la seguridad de descubrir cada vez nuevos elementos, nuevas pistas, nuevas claves, "All that Jazz"?
¿Por dónde comenzar? Quizás por la cantidad increíble de carne femenina envuelta en la más sensual lencería y expuesta al ojo impúdico de las cámaras que penetran (es el verbo más adecuado) los cuerpos abiertos, ágiles, alegres, hermosos, perfectos, deseables y compartidos de mujeres míticas como Nicole Kidman, Marion Cotillard, Kate Hudson y Fergie, además de una Penélope Cruz excitada vulgarmente todo el tiempo y más agresiva que en las películas de Bigas Luna y Pedro Almodóvar.
Es que pocas veces una película costosa de Hollywood había mostrado con tanto entusiasmo y tanta sensualidad los contornos de tantas bellezas que forman parte de las pesadillas, los recuerdos, las fijaciones, los dolores, los sinsabores y las excitaciones físicas y artísticas de un artista absolutamente agotado, vacío de cualquier emoción o creatividad.
¿Por dónde comenzar? Por el origen de todo, "8 ½", esa obra maestra de Federico Fellini, 1963, con Marcello Mastroianni como el director agotado, presionado, aislado, perseguido por los recuerdos de su infancia y una vida dominada por la madre, los curas, el cine, los amigos, el sexo apenas incipiente, los payasos, la soledad, las mujeres enormes de senos y muslos descomunales, la infidelidad, los conflictos religiosos y existenciales, las amantes de encuentros furtivos, las dudas creativas, el humor negro, el cansancio, la pereza, el agotamiento creativo y, por encima de todo, la imposibilidad de salir de ese laberinto a donde lo empujan todos, desde el productor paternal y dominante, hasta las mujeres que creen, equivocadamente, que son dueñas de su cuerpo y su alma, hasta los centenares de personajes que lo empujan y lo arrastran en busca de su tiempo, su atención, su afecto, su complicidad, sin saber que este hombre ya se siente muerto en vida.
"8 ½" retoma tres años después el escándalo, el cinismo, el humor negro, el desprecio, la agresividad, la inteligencia, la poesía, la soledad y la decadencia de "La dolce vita" pero, a diferencia de ésta, el escalpelo se hunde sin piedad ya no en los burgueses y nobles decadentes romanos, si no en la misma naturaleza del protagonista con su sombrero y su látigo y su ropa oscura y su aire de dandy aburrido que no tiene el menor afán de salir de tantos problemas, si es que alguna vez ha visto sus conflictos cotidianos como problemas.

Entonces: un escritor, Arthur L. Kopit y un compositor, Maury Yeston lograron que el mismo Federico Fellini cediera los derechos de su película para un musical que ellos titularon "Nine" y estrenaron el 2 de mayo de 1982 en Broadway, en el 46th Street Theatre, bajo la dirección de Tommy Tune, espectáculo protagonizado en un escenario dividido en dos por un hombre y 24 mujeres que alcanzó 729 representaciones en medio de grandes elogios y cinco premios Tony.
Raul Julia, el inolvidable protagonista de "El beso de la mujer araña", las películas de la familia Addams y "The Burning Season" además de sus formidables papeles en el teatro shakesperiano, fue el primer Guido que lo popularizó por el dinamismo y el humor negro que imprimió al personaje fellinesco. En la siguiente temporada, Antonio Banderas tomó el personaje y en el montaje de Londres, apareció Jonathan Pryce.
Para esta versión, inicialmente pensaron en Javier Bardem, no se pudo y escogieron a uno de los grandes actores dramáticos de los últimos años, Daniel Day-Lewis, protagonista de obras maestras como "Mi pie izquierdo", "En el nombre del padre" y "El Boxeador" (las tres, con el director irlandés Jim Sheridan, también un ferviente activista político).

Después del Guido original, con ese Mastroianni torpe y mentiroso y seductor y desordenado que no es capaz de encontrarse a si mismo, que hace y deshace con todas las mujeres que se atraviesan en su caótica vida, uno no puede aceptar que Day-Lewis interprete un personaje lleno de sangre, nervios, sexo, humor negro, simpatía, gracia y derroche de energías porque no se lo cree, es uno de los peores casos de equivocación en la elección de un actor. Este actor, con su mirada dura y su pose de intelectual perdido nada tiene que ver con el Guido fellinesco, absolutamente nada. Y eso lo siente, lo recibe el espectador desubicado con un actor que no sabe qué hacer con ese personaje que le encargaron, que baila como un robot y canta muy mal.
Por supuesto, los defensores de "Nine" dirán que no es justo comparar el resultado de "Nine" con la brillantez y la inteligencia y la originalidad y la agresividad de "8 ½", ni comparar al señor Marshall, excelente coreógrafo y bailarín de Broadway con el maestro Fellini, ni despreciar los estupendos números de baile con algunas de las mujers más hermosas y sensuales y codiciadas sobre la tierra. No es justo, es cierto, pero es necesario porque Hollywood no puede seguir manoseando personajes y temas ajenos y esta versión de "8 ½" es un una tibia aproximación al mundo sensual y alegre y cínico e imaginativo de Fellini y sus guionistas.
¿Entonces? Entonces queda en el fondo el talento del desaparecido Anthony Minghella quien alcanzó a desarrollar buena parte de este guión. Queda la presencia de la señora Sofia Loren, cuyo fantasma acompaña al descarriado hijo. Queda toda esa carne de mujeres tan bellas como Nicole Kidman (como la musa que en el original era interpretada con inocencia perversa por Claudia Cardinale, totalmente inaccesible); Marian Cotillard (como la esposa engañada muchas veces que antes era Anouk Aimee); Penélope Cruz con toda su agresividad y vulgaridad y sensualidad (como Carla, la amante posesiva y hostigante que antes interpretó Sandra Milo) y, por supuesto, el personaje descomunal de la Saraghina, la prostituta que vivía en la playa y mostraba sus senos y genitales cuando los chicos le regalaban monedas, una mujer fea, desgreñada, sucia y perseguida por los curas, que en esta versión queda en las manos o el cuerpo de la cantante Fergie.

¿Entonces? Quedan los números musicales (tres de ellos compuestos para esta película), quedan los bailes agresivos, quedan los escenarios llenos de luces y rampas y escaleras y tuberías y festones, algunos de ellos montados en el verdadero estudio 5 de Cinecittá, donde Fellini filmaba sus películas, quedan algunas escenas de las calles de Roma y Anzio, quedan algunos momentos de la espléndida fotografía de Dion Beebe, el mismo de "Miami Vice" y "Colateral" de Michael Mann. Quedan.
Mirando y soportando "Nine", uno trata de encontrar algunas de las palabras y las sensaciones volcadas por Federico Fellini en sus películas y se siente frustrado y prefiere recordarlo cuando decía: "Para mí hacer películas es hacer el amor. Me siento muy vivo cuando estoy dirigiendo. Pero antes de empezar a realizar 8½, me ocurrió algo que siempre temí que pudiese ocurrir, y cuando sucedió, esto fue más terrible de lo que nunca hubiese podido imaginar. Sufrí mi miedo más grande, el bloqueo del director…La película que iba a hacer había huido de mí. Consideré abandonarla, pero no podía decepcionar a todas aquellas personas que creían que yo era un mago. Se me ocurrió que podría hacer una película acerca de un director que tenía un bloqueo del director".
¿Entonces? ¿Somos injustos con "Nine"? Quizás, pero es que ni la vida y ni el cine son justos, y menos con los hermanos Weinsten y el director Rob Marshall y el amado Minghella y el admirado Day-Lewis, y la nostálgica Sofia y la excitante Penélope que se embarcaron en un proyecto que, además, fue estrenado en la peor fecha en Estados Unidos, 25 de diciembre, enfrentada a otra pesadilla con hombrecitos azules. ¿Entonces? Nos queda el recurso de un humeante plato de pasta con salsa boloñesa y una ración generosa de parmesano y unas anchas rodajas de pan blanco con ajo. ¿Somos injustos con "Nine"? Quizás.