Notas a pie de pantalla: "Donde viven los monstruos"
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Por Elio Castro-Villacañas
Siempre que veo una película de Spike Jonze pienso lo mismo: su mayor defecto está en que quiere ser el director más original del mundo, el más rebuscado, el más innovador. Es como si quisiera atornillar sus películas hasta el límite buscando lo más insólito y sorprendente. Lo malo es que se suele pasar de rosca. Ya le ocurrió con la disparatada “Being John Malkovitch” y le volvió a pasar con “Adaptation”, esa alocada historia sobre el guionista Charlie Kaufman y sus intentos de adaptar para el cine un libro sobre el cultivo y el cuidado de las orquídeas. Ahora me temo que le ha vuelto a ocurrir con su nueva película “Donde viven los monstruos”, la versión que ha hecho del cuento infantil ilustrado escrito por el norteamericano Maurice Sendak.
¿Para quién ha hecho Spike Jonze la película? ¿para los niños? Seguro que no. “Donde viven los monstruos” no es en absoluto una película infantil. Su estética, su música, su realización la acercan más a una película “indie”, moderna. A ratos parece un largo videoclip, uno de esos por los que Jonze se ha hecho famoso. Los monstruos son unos seres amorfos, de catálogo, parecen diseñados en una oficina de moda, de esos que ilustran camisetas, pero en absoluto nacidos de la fantasía de un chaval. La película resulta aburrida, plomiza, el argumento es mínimo y te dan ganas de que acabe cuanto antes.
Solo a ratos y con cuentagotas despierta algo de fantasía y el espectador se identifica con ese niño, Max, y con su rebelión contra el mundo de los mayores. Poca cosa. ¿Para quién ha hecho entonces la película Spike Jonze? Pienso que fundamentalmente para él mismo. Es una película personalísima, la película de un niño grande que recuerda el cuento que le contaron hace años, el cuento que le fascinó de pequeño y por el que siente un cariño que muchos otros difícilmente podemos compartir. Lo ha revivido a su manera, para él mismo y para gente de su personalísima onda. Es una pena.
No hay nada tan conmovedor como que alguien te cuente un cuento y que ese cuento te guste y que, gracias a ese cuento, recuerdes los que a ti te contaron, y que tú cuentes ese cuento o lo recomiendes a otros chavales, y que la magia se vaya difundiendo así hasta el infinito. Pero mucho me temo que el encanto de “Donde viven los monstruos” se quede estancado y que se limite a la sensibilidad de unos pocos espectadores o quizá únicamente al originalísimo corazón de Spike Jonze.
Siempre que veo una película de Spike Jonze pienso lo mismo: su mayor defecto está en que quiere ser el director más original del mundo, el más rebuscado, el más innovador. Es como si quisiera atornillar sus películas hasta el límite buscando lo más insólito y sorprendente. Lo malo es que se suele pasar de rosca. Ya le ocurrió con la disparatada “Being John Malkovitch” y le volvió a pasar con “Adaptation”, esa alocada historia sobre el guionista Charlie Kaufman y sus intentos de adaptar para el cine un libro sobre el cultivo y el cuidado de las orquídeas. Ahora me temo que le ha vuelto a ocurrir con su nueva película “Donde viven los monstruos”, la versión que ha hecho del cuento infantil ilustrado escrito por el norteamericano Maurice Sendak.
¿Para quién ha hecho Spike Jonze la película? ¿para los niños? Seguro que no. “Donde viven los monstruos” no es en absoluto una película infantil. Su estética, su música, su realización la acercan más a una película “indie”, moderna. A ratos parece un largo videoclip, uno de esos por los que Jonze se ha hecho famoso. Los monstruos son unos seres amorfos, de catálogo, parecen diseñados en una oficina de moda, de esos que ilustran camisetas, pero en absoluto nacidos de la fantasía de un chaval. La película resulta aburrida, plomiza, el argumento es mínimo y te dan ganas de que acabe cuanto antes.
Solo a ratos y con cuentagotas despierta algo de fantasía y el espectador se identifica con ese niño, Max, y con su rebelión contra el mundo de los mayores. Poca cosa. ¿Para quién ha hecho entonces la película Spike Jonze? Pienso que fundamentalmente para él mismo. Es una película personalísima, la película de un niño grande que recuerda el cuento que le contaron hace años, el cuento que le fascinó de pequeño y por el que siente un cariño que muchos otros difícilmente podemos compartir. Lo ha revivido a su manera, para él mismo y para gente de su personalísima onda. Es una pena.
No hay nada tan conmovedor como que alguien te cuente un cuento y que ese cuento te guste y que, gracias a ese cuento, recuerdes los que a ti te contaron, y que tú cuentes ese cuento o lo recomiendes a otros chavales, y que la magia se vaya difundiendo así hasta el infinito. Pero mucho me temo que el encanto de “Donde viven los monstruos” se quede estancado y que se limite a la sensibilidad de unos pocos espectadores o quizá únicamente al originalísimo corazón de Spike Jonze.