Colaboración: Vietnam Cinema

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"Apocalypse Now"
Por Sergio Berrocal    

Se creían inmortales porque eran los más fuertes, porque sus helicópteros eran capaces de matar hasta el infinito o casi. Porque los muertos no los contaban. Porque creían que la muerte estaba reservada para los malos. Ellos eran los buenos, los redentores. Porque el poder se asemeja a algo que se parece a la gloria y cuando la Cabalgata de las Valkirias se mezclaba con los Rolling Stone en el absurdo del endiosamiento, el Coronell Bill Kilgore (Robert Duvall) se transformaba en un loco con sombrero negro de ala ancha frente a su caballería de hierro, nada que ver con la del caritativo 7º de Caballería que en tantas películas del Oeste acudía puntualmente para salvar a los buenos o que parecían serlos.

Pero aquí no hay buenos ni malos, sino todo lo contrario. El Coronel no quiere salvar la civilización, la que sea, quiere demostrar su poderío y cuando da la orden de atacar, los helicópteros en formación de combate escupen muerte por todos sus cañones.

Miles de años después, cuando mucha gente ha olvidado que Vietnam fue una tierra mártir arrasada por treinta o treinta mil años de guerra, primero la de Indochina y luego la de Vietnam, “Apocalypse Now” sigue siendo el símbolo de la locura homicida, sin fe ni ley, sin perdón de Dios, sin Cristo que volver a crucificar.

La locura orgullosa de Estados Unidos que, una vez más, quiso imponer de 1955 a 1975 su ley, sus creencias de que solo ellos podían transmitir la verdadera democracia, la que sus negros del sur ni siquiera conocían.

Aquella guerra, que sucedía a la de Indochina llevada a cabo por Francia, sería la más grande humillación que sufrirían las tropas del ejército más poderoso del mundo. Pero nadie aprende la lecciones y menos aún las aplica.

Francia acababa de perder la guerra de Indochina en el caótico y humillante frente de Dien Bien Phu, donde los paracaidistas de la Legión Extranjera francesa estrellarían todo el heroísmo de que eran capaces contra la sencilla voluntad de un pueblo que quería ser libre, nada más que libre. En nombre de otra civilización, los franceses habían querido imponer sus cuatro voluntades desde 1946, apenas terminada la cruenta II Guerra Mundial, hasta 1954.

Cuando creyeron que ellos sí podrían doblegar las ansias de libertad de los indochinos, los norteamericanos entraron en la que se llamaría Guerra de Vietnam, episodio siguiente y último de la Guerra de Indochina.

El coronel de caballería Robert Duvall está al frente de una extraña caballería montada en hélices encargada de sembrar la muerte por doquier, la muerte más cruel, más vil, para intentar terminar con la tozudez del vietcong, que con los franceses se llamaban vietminh.

Lo único que han cambiado son los nombres. Los objetivos siguen siendo los mismos pero los norteamericanos creen poder alcanzarlos con más poder militar.

Imágenes espectacularmente absurdas de una guerra que parecía interminable donde los soldados hacen surf por ríos en los que patrullan poderosos barcos que enarbolan la bandera estrellada.

Con “Apocalypse Now”, Francis Ford Coppola quiso realizar, y lo logró ampliamente, la película de la locura de una guerra perdida por Occidente dos veces consecutivas. O sencillamente la película de la esquizofrenia guerrera.

Aquella guerra que hubiese debido ser una lección imborrable, inolvidable, para el ejército de los Estados Unidos, como antes la guerra de Indochina lo había sido para Francia, no fue más que una infame carnicería que no parecía que tuviese un final.

“Me gusta el olor del napalm”, comenta displicentemente el Coronel a sus hombres, atentos como apóstoles, mientras aviones norteamericanos arrasan las colinas de los alrededores con ese perfume que hizo de Vietnam algo diferentes, los niños quemados, totalmente achicharrados que huyen por una carretera, el oficial vietnamita colaborador de los nuevos invasores que ejecuta a un rebelde de un tiro en la cabeza. Y las cámaras filmaban, fotografiaban.

Vietnam fue la guerra en colores, la guerra constantemente filmada, quizá en un deseo inútil de que generaciones posteriores pudiesen aprender la lección. Pero no hubo lección aprendida por nadie. Como el Coronel de la película hubo muchos otros que creían en la superioridad del invasor. No era todavía la invasión de Irak por Bush en nombre de Dios, pero sí había una impresión de invulnerabilidad. Algo así como cuando mucho atrás en el tiempo, pero no tanto, en 1939, Adolf Hitler invadía los países que más cerca tenía de su Alemania natal dispuesto a matar y a someter al mundo entero.

Raquel Welsh era el símbolo sexual que encorajinaba a los soldados de los caballos voladores. ¿Quién se acuerda ya de ella? ¿Quién recuerda su rostro, sus curvas vertiginosas? Pero ni siquiera se habla ya de Marlon Brando, el inefable y rebelde Coronel Kurtz, agazapado en una cueva de Vietnam o de Camboya, venerado por hombres que, en la desesperación en la que viven y mueren, ven en él un Cristo redentor, capaz de salvarles de la muerte y quizá hasta del olvido.

Pero, ¿cómo vamos a recordar Vietnam, cuando Siria arde desde hace el tiempo que quiere el concierto de naciones en la mayor indiferencia?

Siria no ha tenido, a menos todavía, su Apocalypse Now y sobre todo su Francis Ford Coppola.

Para contar, para ser recordada y quién sabe si evitar lo peor, la guerra necesita ahora de biógrafos con imágenes imborrables.

Otro Vietnam Cinema.

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