Colaboración: Arde Jerusalén

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Donald Trump, el mejor amigo de Israel
Por Sergio Berrocal    

Oriente Medio parecía dormir pese a las guerras internas y más que externas que lo corroen desde siempre. Y en tierras palestinas ocupadas por Israel podía soñarse no con una inalcanzable paz sino con un statu quo de mentirijilla que guardaba las apariencias. A un lado Israel, con un servicio militar obligatorio, al que no escapa ningún joven sea del sexo que sea durante cuatro años (una población de ocho millones y medio de personas), y en el otro los territorios palestinos, separados por un gigantesco muro y donde tratan de hacerse ilusiones los casi cinco millones de palestinos.

Pero solo en Francia, residen unos 600 000 judíos con poder adquisitivo e influencia política. Nada en comparación con los casi seis millones que residen en los Estados Unidos, donde poseen una influencia más que considerable en todos los círculos de poder, empezando quizá por el cine norteamericano, uno de los principales productos de exportación de EEUU y, en todo caso, el que más influencia tiene a nivel cultural y político.

En 1980, con su particular temperamento expansionista, Israel proclamó que Jerusalén era su capital, algo que se le negó en todos los foros internacionales.

Pero ha aparecido Donald Trump y con su habitual desparpajo ha dicho que la capital de Israel es Jerusalén. Así, porque sí, porque él manda en el mundo.

Los israelíes están encantados. Estados Unidos constituye su principal aliado, el más poderoso del mundo, que no le deja que le falte el último tanque ni los últimos aviones de combate más exquisitos.

Estados Unidos es la retaguardia de Israel y a Trump no le ha importado romper el difícil equilibrio que se mantenía en la ciudad santa de las tres religiones monoteístas, cristianismo, judaísmo e islamismo. A él le da igual, no va a misa.

La ofensiva israelí ya está en marcha. En Francia, el  Conseil Représentatif des Institutions Juives de France (CRIF) se ha dirigido al presidente francés, Emmanuel Macron, pidiéndole que siga a EEUU en el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel.

Pero yo no tengo la menor intención de repetir lo que todo el mundo con dos dedos de frente dice: Donald Trump es el diablo con peluca, un ser maligno capaz de meterle fuego al resto del mundo si su país se queda, como siempre, al cobijo de muchos kilómetros de distancia de donde se cuece el bacalao del terrorismo.

Voy a contarle dos historias, dos historietas que tienen que ver con los palestinos, sobre todo con sus ansias de poder existir en paz.

La segunda sale de una novela mía, "Palestina, mon amour"

Soraya ha nacido y se ha criado en Brooklyn, Nueva York, pero el recuerdo de sus abuelos la hace tan palestina que los agentes de seguridad del aeropuerto dudan de su pasaporte yanqui.

Todo lo que Soraya quiere es llegar a Naplusa, en Palestina, para ver lo que ya dejaron de ver sus antepasados. Como puede, sin visado, consigue su objetivo y sin pensárselo dos veces se planta ante la dirección de un viejo y respetable banco local. "Vengo a saldar la cuenta de mi abuelo, que cerró en 1948".

Toda la vida de estos palestinos, los de pasaporte norteamericano y los demás, tienen ese año como fecha de caducidad de sus vidas. Fue cuando todo cambio, cuando todo se trastocó. Israel se proclamó como Estado y los habitantes de siempre de aquellas tierras, los palestinos, quedaron fuera del tablero de ajedrez del reparto de tierras.

El banquero, un viejo sinvergüenza por mucho que diga ser palestino, está impresionado por la belleza combativa de aquella chiquilla que le arrincona contra las cuerdas. Finalmente, ganará, como ganan siempre los banqueros, ya sea en Ramallah o en Nueva York, y Soraya sale a la calle vencida y asqueada.

Con unos amigos que ha hecho a lo lago de sus divagares sonríe: ha decidido atracar el banco de su abuelo para recuperar su dinero hasta el último centavo y sin olvidar los intereses. Lo consigue y fuerza la suerte hasta atravesar los controles israelíes entre Palestina e Israel y pueden llegar a Jerusalén. Atrás han dejado la ignominia, la perpetua y milimétrica violación de todos los derechos humanos. Un palestino es un terrorista mientras no se demuestre lo contrario. En un control de carretera hay que quitarse la camiseta y desde muy lejos llega la orden de despojarse de los pantalones. Métodos con que los SS de Hitler jugaban y gozaban. Pero ya no estamos en 1940. Andamos por el año 2000. El calendario se ha atascado. Y esto, después de todo, no es más que una película titulada "Mih Hadha Al-Bair".

Y ahora un extracto de una novela corta mía, "Palestina, amor mío", con la conversación final entre Patricia, actriz de cine libanesa de corazón palestino, que se ha enamorado de un periodista que siempre le ha ocultado que fuese israelí y algo más.

— Tengo que contarte algo y sólo te pido que me dejes hablar y que comprendas.

La orquesta estaba flirteando con uno de los grandes momentos de Frank Sinatra, "Night and Day".

— Cuando te conocí, durante aquella entrevista que me concediste, no fue pura casualidad ni tuve que reemplazar a un compañero. Yo estaba allí porque sabía perfectamente quien eras tú y porque te buscaba. Alguna de estas noches te he dicho que nací en el norte de Africa. Es cierto, pero lo que nunca te he referido es que mi familia es judía sefardita, que yo soy judío y que de vez en cuando he echado una mano a nuestros amigos de Tel Aviv…

A Patricia le faltó poco para soltar una palabrota, pero tenía la garganta seca y sus ojos verdes no le cabían en el cuerpo de curiosidad mezclada con una cierta ironía.

— No creo que te importe que yo sea judío. Pero quizá no te guste saber que me mandaron a verte, que en realidad no fue un encuentro fortuito. Tú ya sabes que todos los países tienen unos servicios secretos que en muchos casos les permite protegerse. Cuando te conocí estaba en misión. Y si la noche del estreno de tu película en París no me encontraba contigo en el palco de la Opera es porque estaba preparando tu secuestro. Moshe y Pierre, a los que conociste cuando te llevaron a la casa de Louvecienne, son dos amigos de infancia. Luego, cuando ya estaba todo en marcha saboteé la operación, la hice abortar porque comprendí que ibas a ser la mujer de mi vida. Son cosas que a veces uno tiene la suerte de saber a tiempo. Y ahora, bueno, ya sabes…

La música le pareció un alivio porque al menos había sacado fuera todo lo que le angustiaba desde hacía días.

Miraba a Patricia fijamente, casi hipnotizado, porque temía su reacción. Quedó sin voz cuando la vio sonreír con una de aquellas sonrisas que ella sacaba del fondo de su alma libanesa cuando tenía que decir algo difícil de entender.

Ella fue la que ahora le acerco los labios a la cara para que pudiese escucharla.

— Entiendo lo que me has dicho. Y la verdad es que yo también tengo un secreto, bueno tres. Sigo siendo libanesa maronita pero también es cierto que soy una excelente actriz. Supe quién eras desde el primer día. M. James me lo reveló porque gente que trabaja para él te investigó y le puso al corriente. El segundo secreto es que yo estaba perfectamente al corriente del secuestro y del resto, porque todo, absolutamente todo, fue minuciosamente montado por M. James para asegurar el lanzamiento del film. Bueno,

Pierre y Moshe actuaron de buena fe, convencidos de que trabajaban para una buena causa pero no fueron más que meros actores.

Luis no podía creer lo que oía. Ella seguía sonriendo, con la misma sonrisa ladina de antes.

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