Colaboración: El último jazmín

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"Senderos de gloria", la I Guerra Mundial, según Kubrick
Por Sergio Berrocal          

El jazminero que todos los días me regalaba una agradable cosecha de jazmines se ha dado cuenta de que el invierno maldito está a la vuelta de la esquina y quiere invernar. Ayer me dio el último jazmín, pequeño pero tan oloroso como siempre. Y me advirtió que le va a ser muy difícil darme uno más, que el sindicato de los jazmineros está en sus trece. Y eso que el día anterior a mediodía se había chupado un vaso de güisqui que le serví con su correspondiente Perrier e hielo.

Y es que, ya se habrán dado cuenta, todo tiene un comienzo y un fin. Ahora le toca al jazmín, mañana a nosotros. Con el invierno y el fin del año próximo llega ese siniestro momento de hacer balance.

Un norteamericano, profesor de psicología en Harvard, asegura que siempre ha sido igual, que no hay pasado con menos catástrofes (naturales, terroristas) que el presente que estamos viviendo. Steven Pinker recuerda que si hoy tenemos el terrorismo yihadista en otros momentos hubo las Brigadas Rojas italianas, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y otros grupos parecidos.

Sin duda, y además la Banda de Baader en Alemania. Pero era terrorismo “elitista”, tenían sus objetivos, sus enemigos y no atacaban a todo el universo por igual, como ahora que un loco islamista es capaz de vaciar en un rato dos o tres cargadores de Kalachnikov en los cuerpos de cientos de personas, que nada le han hecho ni a él, ni a su raza, ni a su religión o al padre de su mamá.

No, querido señor Pinker, usted es norteamericano y por mucho que sea psicólogo en esa universidad tan reputada, antes era mejor, O por lo menos nos parecía a nosotros y eso es lo principal.

Porque está claro que se trata de que quienes viven los hechos los hayan sentido de un modo u otro. Las Brigadas Rojas fueron espantosas en Italia. Hicieron grandísimos daños pero un día un general italiano se puso al frente de una brigada cuyos componentes perdieron graduación y nombres para entra en la oscuridad en que se movían sus enemigos. Y llegó un momento en que la Brigadas fueron aniquiladas. Con los yihadistas no es ni mucho menos lo mismo. Ellos tienen objetivos mundiales. Ahí está la diferencia, Monsieur Pinker.

Vamos cada vez más hacia el embrutecimiento de las masas gracias a los “mensajes” enviados por televisión por quien tiene interés en ello con series delirantes de violencia y desesperanza. En otros tiempos, lo más violento que se les daba a los espectadores europeos era un llamado Comisario Derrick, alemán por más señas, que trataba de capturar a los bandidos sin provocar demasiados llantos.
Tuvimos al perro policía Rex, que todavía colea en alguna televisión, que con su olfato, valentía y humor (sí, los perros tienen un enorme sentido del humor, más que muchos policías que los emplean) solucionaba los problemas más difíciles.

No, querido profesor, no todas las épocas son iguales. Las que nosotros vivimos fueron mejores, entre otras cosas porque entonces teníamos edad, paciencia y humor para afrontar las situaciones más peliagudas con calma y sabiduría.

Los años 2000 son años de violencia a cargo principalmente de jóvenes desquiciados que lo mismo asesinan de un puñetazo al primero que se encuentran en la calle como aceptan las Kalachnikov y los cinturones de explosivos de los yihadistas. Son gente sin piedad ni principios, educados en el anarquismo que cada día se abre paso más en Europa. Aunque muchos de ellos no saben nada del anarquismo.

El mundo se ha vuelto extremadamente complicado, donde todo el mundo es sospechoso de todo. Controles por todas partes, desconfianza y tanto mejor porque vivimos con grandes posibilidades de morir antes de lo previsto por las estadísticas.

Desde que alcanzo a acordarme de algo, el día 11 de noviembre, celebración de la I Guerra Mundial (1914-1918), la más feroz, la más salvaje, siempre ha llovido en París, donde ya hace muchos años que no veo llover porque un día decidí que ya no pertenecía a ese mundo que tantas alegrías me dio en más de cuarenta años. Mi tiempo pasó. Como les ocurre a los jazmines, salvo que no habrá segunda cosecha para mí el año que viene. Se acabó París, como se acabó Tánger, esa ciudad hoy marroquí y que conocí internacional, llena de grandes escritores, entre ellos Paul Bowles y el marroquí Mohamed Chukri. Dejé atrás las esperanzas, no tan grandes como las de Charles Dickens, cuando tomé en 1957 un carguero mixto rumbo a Marsella. Tánger estaba perdida. Había regresado a la geografía política marroquí.

Era un antro andrógino de la Costa del Sol, en este último fuerte europeo antes de África. Luces tamizadas, como en los viejos burdeles, agua tónica lanzada desde dos metros sobre los pedazos de cielo que acogían a la poquito de ginebra que habían puesto discretamente en la copa exageradamente alta. Como el camarero espigado, vientres de avispas recién ordeñadas (¿por qué me recordaría a la Scarlet de “Lo que el viento se llevó?) y peinados con nidos de abejas vacíos de sentido y de inteligencia.

En un rincón de grandes carcajadas dos muchachas traperas o busconas, que nunca se sabe, con un Martiny dry a la hora del chocolate con churros nocturnos y grititos de vírgenes del Nilo después del parto asistido por James Bond.

Bebes una Coca-Cola sin hielo y sin ganas porque sabes que el tiempo no da para más, bajo la atenta mirada del espigado de vientre plano. ¿Habrá comido alguna vez una hamburguesa chorreante de grasa y con profusión de patatas que nunca estuvieron fritas sino cocidas al calor del aceite de colza? Me temo que no. Por eso sigue creciendo.

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