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Colaboración: Cinco negritos

por © NOTICINE.com
La sede de AFP
Por Sergio Berrocal    

Como todos los grandes aventureros de la novelística del siglo XIX que pudieron llegar muy lejos con el periodismo que les servía de guía. Los cinco se criaron periodistas en el fragor de las viejas máquinas de escribir Japy con las que teclearon todas las catástrofes el mundo y también dieron más de un grito de felicidad. Eran periodistas, jóvenes que habían tenido la suerte de ser admitidos en la mejor escuela de periodismo del mundo, la Agencia France Presse (AFP), en París.

Allí hicieron el aprendizaje que entonces se imponía pero en espera de cumplir los tres años que necesitaban para saltar del grado de aprendices al de periodistas certificados por el carnet tricolor, vivieron mil cosas. Estamos en los benditos años sesenta y en París.

Todos ellos estaban lanzando el primer servicio en español de la AFP para América Latina y España, junto a otros periodistas llegados de España y de Latinoamérica. Algunos con pasado, otros sin siquiera un decente presente.

Esta mañana han caído en mis manos tres fotos de aquellos años, tomadas en la sede del 13 Place de la Bourse, París. Cinco, seis periodistas que posan o que aporrean frenéticamente las máquinas de escribir. Eran tiempos de teletipos, nada de esas transmisiones instantáneas que hoy nos brinda la informática.

En una de esas fotos, descubro a un Xavier Domingo del que ya me había olvidado. Está joven, con su pelambrera afro y su cachimba que a veces reemplazaba por purillos toscanos y malolientes.

Domingo llegaba a la AFP con el talento de un escritor ya más que hecho, capaz de vivir cualquier cosa a través de las palabras. Uno de esos fenómenos que se dan muy de tarde en tarde. Llegaba de su Barcelona natal pero ya llevaba unos cuantos años en París, donde le había dado tiempo a casarse, a tener hijos y a adoptar un pájaro que imitaba a la perfección el silbato de un guardia de tráfico. Menudos líos rodados armaba el animal desde la ventana del piso de Domingo.

Cuando conocías a Domingo te dabas cuenta en seguida de que era un tipo excepcional. Y de que tú nunca serías como él por mucho que te lo propusieras.  Escribía como nadie, inventaba y violaba la realidad como el mismísimo Alejandro Dumas, con quien tenía un cierto parecido, y era capaz de entrevistar en París al ministro de Defensa del vietcong (era la guerra de Indochina) aunque el señor en cuestión estuviese dirigiendo en ese mismo segundo cronometrado por la CIA maniobras contra los norteamericanos en el Delta del Mekong.

A esa Redacción de la AFP nos llegó una mañana –o tal vez fuera un mediodía sin luz ni gracia —un tal Mario Vargas Llosa. Lo único que sabíamos de él es que era peruano, había hecho sus pinitos en una agencia norteamericana en Lima, pero que su propósito era ser escritor, y sin duda el mejor. Al parecer nadie le habló nunca de modestia.

Y otro día vimos llegar con un caminar risueño al peruano Julio Ramón Ribeyro, otro señor que nos señalaban como escritor. Y otro día vimos entrar al español Ricardo Utrilla, que no presumía de escritor pero que finalmente fue el que más lejos llegó de todos nosotros.

Ribeyro se fue otra mañana de la AFP porque le habían ofrecido un cargo diplomático, es decir la ocasión de escribir todo lo que llevaba dentro. Y dio en la diana. Tuvimos el gusto de saber que le habían concedido el premio Juan Rulfo. Ahora se le sigue considerando como el mejor cuentista de su generación.

Ricardo Utrilla también se marchó y poco después tuvimos que llamarle señor Presidente. Se había aupado hasta la Presidencia de la agencia de prensa española EFE. Casi nada para periodistas que no pretendían más que ver y contar.

¿Y qué les voy a decir que no sepan de Mario Vargas Llosa? Entró como un redactor más, pero más callado y cumplió sus ambiciones. Consiguió entrar de lleno en el boom literario latinoamericano que se produjo entonces. Y acabó con el Premio Nobel de Literatura en su bolsillo y en el brazo una novia que es la mujer más conocida de la crónica frívola española.

Ahora miro la foto que alguien nos tomó a Domingo y a mí no sé cuándo y cuando hablábamos de no sé qué tema, probablemente de vital importancia para el mundo. Los dos estamos muy jóvenes, tenemos sonrisas-risas de triunfadores. Pero creo que algo pasó.

¿Qué hicimos, Domingo, nosotros que teníamos en las manos todas las cartas a las que tú tan bien jugabas? ¿Por qué no fuimos más adelante? ¿Queríamos ir más lejos?

Tú regresaste a Madrid y te integraste en el Grupo16, empresa periodística de primer rango en aquel momento puesta en pie por Juan Tomás de Salas, otro periodista de aquella AFP y de aquel tiempo.

Un día, muchos años después, te encontraron, Domingo, delante del televisor en tu casa. Estabas muerto. Al menos así me lo contaron a mí.

Me he quedado solo. De pena. ¿Valieron de algo tantos esfuerzos, tanta lucha, tanto aprender para saber que teníamos todas las cartas para ser triunfadores?

Vuelvo a mirar las fotos, ya con un poquito de recelo. Porque nunca se fotografía a gusto de todos. Y nos vemos, Domingo, los dos sonriendo con la discreción de un Papa del Renacimiento (que serías tú) y su monaguillo mientras traman un plan para conquistar el resto del mundo.

Seguro que perdimos la partida. Xavier Domigo (¿te acuerdas que firmabas simplemente XD?). Tú ni te enteraste porque la emisión que estabas viendo debía ser muy interesante. Pero yo que no veo más que telenovelas…

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