Colaboración: George Bush Rembrandt

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El expresidente Bush se entretiene pintando
Por Sergio Berrocal     

El panegírico es una de las tentaciones más peligrosas en la escritura. Se da mucho en quienes comentan las cosas de los demás cuando a veces, por simpatía o interés, se cargan las tintas para convertir una obra mediocre en genial.

La historia de la política mundial nos da cuenta de algunos políticos profesionales que fueron pintores aficionados, la mayor parte de las veces mediocres y creídos. Otro tanto pasa con la literatura, aunque la excepción mayor sea el general Charles de Gaulle, uno de los más profundos escritores franceses pese a que su alma era la de un militar desde los pies a la cabeza.

Los panegiristas son los individuos más siniestros y peligrosos porque hacen creer al lector lo que no es y pueden hacer célebre a un mediocre, por interés o simplemente vanidad.

Se me parte el alma cuando veo que un semanario prestigioso como el francés Le Point dedica cuatro página a todo color y a todo panegírico para descubrirnos la existencia de un nuevo Miguel Angel. Se llama el novato George Bush. Fue presidente de los Estados Unidos, uno de los peores de toda su historia, lo cual ya dice mucho. A él se le debe el empecinamiento en afirmar, rodeado de cómplices como el británico Tony Blair o el español José María Aznar, que había que intervenir en Irak porque Sadam Hussein, presidente de ese país, tenían en su poder poderosísimas armas que amenazaban al mundo entero.

Cuando el siniestro jefe de Estado de un país tan de locos que hoy tiene en la Casa Blanca a Donald Trump se lanzó en aquella cruzada, las fuentes más rigurosas decían que ya había dejado de beber. Que su delirium tremens no se lo debía al güisqui. Y el mundo entero le siguió e Irak desapareció del mapa.

Tras el paso de las tropas, que ahora ocupan de vez en cuando, un país lleno de vida y de belleza como Irak se convirtió en ruinas y en un perpetuo linchamiento entre pandillas rivales, todos ansiosos del poder, en nombre de la religión. No se cuentan, ya se paró de contar, las víctimas, los miles de iraquíes asesinados, torturados hasta la muerte o simplemente ametrallados en nombre de la palabra de un borracho y de dos acólitos que le siguieron en su delirio.

A George Bush no le daba por ver ratas o elefantes rosa durante sus borracheras sino enemigos del Cristo que él creía venerar lanzándose en lo que él pensaba era una cruzada y no era más que un atropello más de los Estados Unidos a los más elementales derechos humanos.

Hierve la sangre cuando se habla de este infame y sobre todo viendo las placenteras páginas a todo color que le dedica el semanario francés con este pensamiento del propio George Bush destacado sobre una foto en la que prepara sus trastos para pintar: “En mí hay un Rembrandt prisionero”.

¿Cómo semejante nulidad intelectual puede conocer aunque sea de oídas a Rembrandt? Pero para eso están los panegiristas que cuando se les paga bien son capaces de todo.

Lo que el expresidente pinta son mayormente rostros alelados, apagados, sin pintura, en general de hombres, y posiblemente recuerdos farragosos de sus matanzas. No se puede hablar de estilo ni de supuesto valor artístico.

Pero ahí están los críticos para alentar al novato. “Está por encima (su pintura) de la de Churchill (el exprimer ministro británico durante la II Guerra Mundial)”, dice sin pestañear el crítico del New Yorker, supuestamente una publicación respetable, Gail Norfleet. Y agrega para que nos enteremos de que ha nacido un genio pictótico; “El arte (de Bush) es de una gran calidad tratándose de un principiante…”

Un lector norteamericano, posiblemente salido del infierno de Irak, escribe en algún lugar que “No hay nada mejor que una mano de pintura para cubrir los crímenes contra la humanidad… Bush debería pintar en el infierno”.

Lo que el autodidacta George Bush ignora probablemente es que Adolf Hitler, que en los años cuarenta le ganó en destreza para convertir el mundo en un infierno, cosa a la que él no llegó porque le faltaba talento, quizá el que reservaba para la pintura, fue un pintor profesional apreciado, que trazaba con mano firme y un cierto talento paisajes y personajes.

Lo que no dice el semanario francés es si las pinturas de Bush serán prestadas al Louvre de París para que los europeos también podamos gozar de su infinito y misericordioso talento.

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