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Colaboración: La otra ventana indiscreta

por Super User
James Stewart en "La ventana indiscreta"
Por Sergio Berrocal    

 Cinco de la mañana pero por mucho que lo intente Jacques Dutronc París no puede despertarse porque estamos a diez mil kilómetros de la capital y para llegar se necesitaría una expedición a través de la antigua ruta de la seda, porque las demás carreteras están tomadas por las tropas de Su Majestad El Supremo.

Este es un pueblo con árboles de cartón fabricados en la localidad vecina de Entresuelos. Las calles toman vida cuando se les da cuerda desde el edificio más alto. Entonces se mueve todo. Luces se encienden y luces se apagan. Motos de pequeña cilindrada y grandes ruidos. Nadie sabe adónde van, porque no hay adónde ir. Todo forma parte de un ballet fantástico y es una tramoya regalada por los Estudios de Walt Disney cuando un avión norteamericano perdió dos bombas atómicas en el río vecino. Compensaciones de guerra, que lo llaman.

Hay un ballet de autos, muñecos de diferentes materias y luces de todos los colores para demostrar que la playa tiene vida propia aunque de noche, cuando se van los bañistas, las aguas las recogen en camiones cisternas para que den vida a otro pueblo costero. Y así desde hace cuarenta años.

A estas horas ya hay que tratar de recuperar el agua de las playas para abrir hacia las once. Lo malo es que el agua ha cerrado por descanso semanal obligatorio y previsto por el sindicato de todas las costas. La arena se la han llevado prestada porque a veinte kilómetros se celebraban las fiestas anuales de la animalidad yacente. Y en lugar del mar tenemos, menos mal que es de noche, una enorme zanja de cemento armado, como aquellas que los gangsters de las películas norteamericanas utilizaban para dar sepultura, aunque no fuese muy cristiana, a sus víctimas.

Las calles de esta estación balnearia ya empiezan a animarse gracias a la torre de control remoto. Un autobús como aquellos que en Cuba llamaban camellos circula para que no crean que el pueblo-ciudad, más bonito que el sol dicen los bandos municipales, ha muerto.

En una plaza, el escenario de una fiesta celebrada la noche anterior con muñecos animados por maestros de la animación del cine de los países del Este, está ya callado. Se han retirado los maniquíes y solo quedan los carteles pintados por un artista local.

En el piso sexto del edificio más modernista, las luces han permanecido encendidas toda la noche. Algo pasa, La Autoridad no controla está parte del pueblo-ciudad. Un enfermo o quizá un insomne o tal vez un escritor que aprovecha las altas horas de la noche para infringir la norma número uno de la municipalidad que prohíbe terminantemente escribir so pena de deportación. Pero todo el mundo sabe que el escritor del sexto derecha se levanta muy temprano para destruir en las aguas de la playa, cuando no están de fiesta, todo lo que ha escrito durante la noche. Porque se castiga severamente cualquier publicación de cualquier cosa que no sea un bando municipal. La fantasía, la creatividad, han sido decretadas de desinterés público.

Todo es así. Como los barcos pesqueros que encantan a los turistas. Son se plástico moldeado en una factoría de Miami y se mueven por control remoto. Por supuesto no pescan nada porque los peces desaparecieron hace dos siglos. Aunque los más enterados dicen que una escena de "Tiburón", en la primera versión de Spielberg, se rodó en estas costas. Ni Spielberg se percató de que las rocas y todo el entramado costero son de plástico prensado y maravillosamente decorado en los antiguos estudios de animación de Checoslovaquia.

Empiezan a animarse las calles aunque no son ni las seis de la mañana. Los cochecitos con lucecitas de diferentes colores han sido lanzados por las diferentes vías para crear una cierta animación. Y ya a nadie le extraña que no haya ruido de motores. Dos camiones de muchas toneladas han empezado a reemplazar en las playas la arena que faltaba. Ya no queda más que vuelva el agua, que vuelvan los peces realizados por artistas locales con plastilina atómica comprada en una subasta en Arkansas, Estados Unidos.

El coche-taxi sin luces de marcha atrás exhibe sus luces rojas para que eventuales observadores no sospechen. Pero nadie se asoma a las terrazas de sol, aunque el mes pasado fue detenido en una de ellas un turista norteamericano que fotografiaba todo lo que pasaba a su alrededor con un enorme teleobjetivo. Dicen que esa manía le quedó de una guerra asiática que nadie sabe dónde fue. El detenido, comunicó la policía, es un tal James Stewart y su cómplice una señora muy elegante llamada Grace Kelly. Ambos pasaron a disposición judicial del mar de los Sargazos porque en esta isla el último juez fue deportado por insubordinación grave –había dejado en libertad a un niño que pedía en la calle—a la isla de Perejil y desde entonces dicen que vive en una colonia de cabras a las que, agregan fuentes medio fiables, enseña a leer y a escribir.

En cuanto a los curiosos personajes que espiaban nuestra tranquila ciudad, un testigo presencial, accionado con pilas alcalinas que le facilita todos los quince del mes el Gobierno Supremo, afirmó que la Señora Kelly vestía lo que antes se llamaba un modelo de Alta Costura. En cuanto a su acompañante, tenía una pierna enyesada. Al llegar a los Sargazos tuvieron que entablillarle la otra debido a una caída accidental, reza el parte policial.

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