Colaboración: Mantel de lino rojo

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Bela Lugosi

Por Sergio Berrocal    

Al mantel de lino reluciente de blancura le sienta bien una gota de vino espeso que recuerda a la siniestra ceremonia prenupcial gitana con el pañuelo y la virginidad. Vino espeso de Ribera del Duero que escanciaba un primo hermano de Bela Lugosi en aquel restaurante callado y rococó de cuadros flamencos y gente muerta en las memorias.

Hacía años que ni me acordaba del simpático Bela Lugosi al que debemos unos y otros emociones de un Conde Drácula recién salido de los Cárpatos y adobado en Hollywood con kilos de maquillaje siniestro.

El maître se le parece como si fuera él. Hasta enseña un comienzo de colmillo cuando esboza una sonrisa. Pero sabido es que los maître d’hôtel no dejan ver nunca las espadas que esconden en la boca. Ah, no, ese era Lugosi, bueno el Conde Drácula.

Media mañana de un festival de cine provinciano y desabrido que solo vive a la hora de los fotógrafos en una alfombra que seguramente es roja. Ellas muy compuestas, ellos con cara de niños simpáticos. Y cuatro catetos que los vitorean porque el espectáculo es gratis. ¿Dónde estás Cannes, cuando Diane Keaton sonreía? ¿Dónde estás La Habana, cuando pedir una Coca Cola entre apagón y apagón era casi un insulto a la patria? En esto hemos quedado.

En la mesa de al lado, tres viejas glorias del espectáculo comparten una copa de vino y recuerdos. Hablan de la jubilación. Con toda la amargura que dan dos chupos de tinto.

Y mientras Bela Lugosi de rigurosa chaqueta negra me roza con las alas del vampiro que lleva dentro desde hace dos mil años, vuelvo a acordarme de aquella Habana donde la gente creía que Fidel (Castro, claro) lo arreglaría todo, hasta los cortes de luz que en pleno Festival eran desagradable por mucho que te llevaran en mini autobuses donde solo subían los acreditados. Había clases, incluso para ver una buena película, o para arrimarse a la barra del Nacional. Ahora todo ha cambiado. Cualquiera hace cualquier cosa. Ah, claro, sí, usted perdone, es que Fidel Castro ya no impone el respeto que merecía el cine, que merecía el respeto de todo. Hace un tiempo, Obama, que agotaba con probable angustia sus últimos momentos de Presidente de los Estados Unidos de América, estuvo en La Habana, en mi Habana, y ni siquiera le ofrecieron unos buenos apagones. Ya lo decía Fidel…

Y La Habana cambió. La bullanguería del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano ya no puede con la de los turistas llegados del norte vestidos de payasos y gritos por todas partes. Como para ver una película. Y eras tan jodidamente feliz cuando te lanzabas al asalto del Yara o hasta del Chaplin cuando no había otra cosa…

Lugosi me mira desde un rincón con otra botella de tinto, de enormes dimensiones y gran poder penetrante, me explica poniendo los colmillos a doce centímetros de esta yugular que siempre me dijeron los médicos que tenía tan frágil.

Las viejas glorias del cine siguen hablando de lo difícil que es llegar a finales de mes con una jubilación y dicen que ya no es lo mismo que cuando el dinero entraba a raudales.

Es la crisis. Suecia, el país casi más pacifista del mundo, donde no ha habido una guerra desde tiempos inmemoriales, anuncia que restablece el servicio militar obligatorio, desaparecido en toda Europa.

Pero que nos chafen el sueño sueco, pase. Que Suecia, país de la dolce vita edulcorada, de las suecas con biquini inexistentes que pervirtieron al sur de Europa en los años cincuenta y sesenta, bueno, también tiene un pase. Pero que la virgen de todos, Nathalie Portman, haya tenido un hijo, que haya vulgarmente parido y que antes haya rodado un clip de embarazada, con un bombo alucinante…

Al morirse Fidel se demostró que nunca podríamos ser inmortales. Cuando llegó Obama a la capital de Cuba se acabó el relajo. Pero que Natalie, nuestra Natalie, la que nos hacía soñar con compartir cualquier día, en cualquier festival, una copa y un mantel…, la niña que todos soñamos alguna vez en llevar de la mano al colegio…

Señores del jurado, váyanse a casa, el cine está de luto. Se acabó la fiesta. Que venga el apagón definitivo.

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